El año clave de Xi Jinping

2022 será un año de especial sensibilidad política en China. La razón directa es la celebración del XX Congreso del Partido Comunista (PCCh), previsto para otoño. Y su clave de bóveda, la continuidad o no de Xi Jinping y en qué condiciones, al frente del país.

Por Xulio Ríos

31/12/2021

Publicado en

China / Columnas / Mundo / Política

0 0


El 2022 será un año de especial sensibilidad política en China. La razón directa es la celebración del XX Congreso del Partido Comunista (PCCh), previsto para otoño. Y su clave de bóveda, la continuidad o no de Xi Jinping y en qué condiciones, al frente del país.

Recuérdese que Xi asumió el liderazgo del PCCh en 2012 en un relevo “modélico” protagonizado por su antecesor Hu Jintao, quien le cedió desde el primer momento las tres jefaturas del poder (Partido, Ejército y Estado), algo poco común. Desde entonces, la institucionalidad diseñada por Deng Xiaoping para establecer un procedimiento ordenado de sucesión, ha volado por los aires. Se diría que poco rastro queda de la dirección colectiva, la designación cruzada de líderes, el límite de los dos mandatos y hasta titubea la regla de edad (67 continúa, 68 se jubila).

La expectativa de recuperación del mandato vitalicio en un contexto de acusado retorno del culto a la personalidad es objeto de debate y aunque Xi cuenta con muchas posibilidades de continuar, se ignora la magnitud de las condiciones que deberá aceptar para ello. Se avizoran, por tanto, meses de constante tira y afloja entre diferentes facciones y clanes que convergerán en una decisión final en la habitual cumbre de verano de Beidahe, a las afueras de la capital china. A partir de ahora, la secuencia de nombramientos en el aparato central y territorial, ya afecten al Partido o las instituciones estatales, pueden expresar el balance de la contienda.

A lo largo de sus dos mandatos, Xi Jinping, con el ariete de la lucha contra la corrupción, ha logrado acrecentar la base de su poder y erosionar la de sus rivales, en especial la enorme red de apoyo construida por Jiang Zemin (1989-2002). Buen reflejo de ello es la temprana consideración como “núcleo” de la dirección (2016) en un proceso ascendente que reiteradamente le equipara con Mao Zedong. En esa trayectoria, no menos importante es la formulación de un “pensamiento” propio, a la altura del carismático Mao, que hoy cifra en su “socialismo con peculiaridades chinas de la nueva era”. El mecanismo abreviador de tan larga denominación, que debe consumarse en el XX Congreso como “pensamiento de Xi Jinping”, será un señuelo más de su destacado status, sin rival en el aparato. De esta forma, aun afirmándose más como continuador de la teoría de Deng que de Mao en su concepción sistémica, Xi superará, al menos formalmente, al primero en la jerarquía ideológica.

En la sexta sesión plenaria del Comité Central del PCCh celebrada en noviembre último, Xi hizo honor a la tradición “wen” y “shi” (vocablos referidos, respectivamente, a la literatura y la historia) de la política china, mostrando su permanencia y relevancia en los tiempos modernos a pesar de su largo periplo dinástico. Es en ella que la actual generación de líderes aspira a establecer un sistema de gobierno que refleje una vía singular para asegurar el orden y el bienestar social, la preocupación confuciana por excelencia según han ameritado emperadores, mandarines y comandantes militares desde los tiempos antiguos. Ese es, a fin de cuentas, el hilo conductor de la resolución sobre los 100 años de historia del PCCh cuyo contenido, sin embargo, aporta escasas novedades sustanciales. Al inventariar, una tras otra, sus innovaciones y bondades, se vehicula más como un alegato de alcance sobre la naturaleza, desarrollo y perspectivas del pensamiento de Xi, quizá para acallar a quienes cuestionan su carácter rupturista con el maoísmo o el denguismo.

En el PCCh de Xi Jinping, la preocupación por establecer una historia estándar para conectar las diversas etapas de la evolución contemporánea china es parte de la reconexión con Confucio. Este referente le proporciona al Partido una mejor defensa de su legitimidad al incardinarle en la memoria filosófico-colectiva del país, dando continuidad a todo su pasado.

EL PODER (Y MÁS) EN JUEGO

En ese juego de poder y discursivo, la prioridad para Xi Jinping tiene dos manifestaciones principales. De una parte, el énfasis en la lealtad, una insistencia característica de su mandato; de otra, la conformidad de la masa militante y burocrática con su orientación política. Poco a poco, el xiísmo gana terreno como influencia en los ámbitos esenciales de la política china, desde la economía a la diplomacia, el estado de derecho o la ecología. Ocupando ideológicamente dichos espacios se sitúa cada vez más cerca de lograr la glorificación de su “pensamiento”, un objetivo que asentará su poder en mayor magnitud.

Tras cumplir los dos mandatos de rigor, las posibilidades de que Xi abandone el cargo se antojan remotas. No hay preparado un relevo, que se truncó con la defenestración de Sun Zhengcai (ex jefe del Partido en Chongqing condenado a cadena perpetua en 2018 por corrupción) y la no incorporación de Hu Chunhua al Comité Permanente del Buró Político en 2017. Ambos habían sido señalados como el tándem que protagonizaría el relevo de Xi y del primer ministro Li Keqiang.

La conformación del nuevo Buró Político y, sobre todo, de su Comité Permanente a resultas del XX Congreso anticipa un severo pulso que más allá de los intereses fraccionales en juego, debe dilucidar la naturaleza de la propuesta estratégica del PCCh en un tema clave, la sucesión en el liderazgo. En efecto, Xi ha insistido mucho en la mejora de la gobernanza y en el respeto a las reglas como fundamento del ejercicio del poder y de la estabilidad; en paralelo, sin embargo, él mismo se ha encargado de dinamitar las existentes sin ofrecer una alternativa que aleje el fantasma de las turbulencias que acompañan la primacía del principio de autoridad personal sobre la institucionalidad.

¿Quién puede trastocar sus planes? En sus dos mandatos, a la par que ampliado su base de poder, Xi también se ha granjeado no pocos enemigos. La lucha anticorrupción ha dejado muchos damnificados. En las elites económicas crecidas al abrigo del Partido, su insistencia en el sometimiento (ya sea promoviendo un nuevo marco legal o a través de la exigencia de prosperidad común) ha levantado ampollas. Asimismo, no está claro que el Ejército cierre filas con él. Su reforma militar de 2016, la mayor desde los tiempos de Mao, y sus promociones han dejado un sabor agridulce. Quienes alientan un cambio de rumbo, ya sea para recuperar las esencias del denguismo o para retomar el camino de liberalización trazado en el documento “China 2030” (auspiciado por el Banco Mundial en 2012) apadrinado por Li Keqiang, saben que esta puede ser su última oportunidad. Casar todas esas expresiones de malestar no es nada fácil y de darse el caso, la espiral de inestabilidad estaría servida, una situación en la que todos ellos también podrían perder.

Nadie sabe a ciencia cierta cuánto quiere permanecer Xi en el poder. Puede ser un solo mandato más o puede que dos o tres. La aprobación del vigente plan quinquenal, uniéndola a la “Visión 2035” sugiere un horizonte de 15 años. Entonces, en 2032, Xi tendría 82 años, los mismos que tendrá Joe Biden al finalizar su actual mandato.

Por razones exclusivas de edad, atendiendo a la regla de “67 sube-68 baja”, en el próximo Comité Permanente, la cumbre del poder chino, podrían acompañarle el primer ministro Li Keqiang, Wang Yang (presidente de la Conferencia Consultiva), Wang Huning, o Zhao Leji (responsable de la lucha contra la corrupción). Li, con dos mandatos ya a sus espaldas, no es probable que siga y su sucesor natural sería el viceprimer ministro Hu Chunhua, próximo como el mismo Li a Hu Jintao. Tampoco se descarta que Wang Yang, de la misma cuerda, asuma el cargo. El ideólogo Wang Huning podría pasar a presidir la Asamblea Popular Nacional, convirtiéndose así en el número tres del país. En la antesala figuran Chen Min´er (que asumió la jefatura del Partido en Chongqing tras la caída de Sun Zhengcai) y Li Qiang, jefe del Partido en Shanghái, los dos próximos a Xi. El rostro del equipo es importante para reconocer a los sucesores, de haberlos. Su número podría mantenerse en siete o reducirse y hasta ampliarse en función de los acomodos necesarios a realizar. Li Zhanshu (72) y Han Zheng (68) se jubilarían.

La tríada del poder en China nos remite a la secretaría general del Partido, la presidencia de la Comisión Militar Central y la presidencia del país. Xi, como Hu Jintao o Jiang Zemin, detenta ahora los tres y podría optar por dejar alguno de estos cargos, quizá no de forma inmediata pero sí a medio plazo. La posibilidad, no obstante, se antoja poco verosímil a la vista del ingente esfuerzo desarrollado para centralizar el poder a todos los niveles, el del país en el Partido y el del Partido en él mismo. Hoy por hoy, esa evolución se enfatiza como la principal garantía para transitar los tiempos difíciles que esperan a China en virtud tanto de las delicadas transiciones internas (económica, tecnológica…) como del agravamiento de las tensiones exteriores (con EEUU pero también con otros actores que paulatinamente se suman a la pugna estratégica). No hay mejor patrón, dicen sus valedores.

Por Xulio Ríos

Director del Observatorio de la Política China

29 de diciembre de 2021

Síguenos y suscríbete a nuestras publicaciones