Columna

El desprestigio de los partidos y la urgencia de una renovación profunda de la política

Nunca antes los partidos políticos, la clase política, y la política, habían estado tan desprestigiados como en este momento

Por Arturo Ledezma

27/01/2015

Publicado en

Columnas

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Nunca antes los partidos políticos, la clase política, y la política, habían estado tan desprestigiados como en este momento. Sin duda ‘el caso Penta’ ha contribuido eficazmente a ello; pero no solamente por lo implicado en términos de colusión entre las empresas y la política, sino también por todo lo que, desde uno y otro lado, se dice y repite insistentemente al respecto.

Que el financiamiento de la política, especialmente en tiempos electorales, es algo turbio, es sabido por todos y nadie se llama a engaño. Se usan recursos públicos sustraidos de sus destinos normales, se reciben financiamientos de organismos internacionales, y las empresas contribuyen a financiar y apalancar a sus candidatos preferidos. No es sólo un partido, o algunos candidatos, sino la gran mayoría de ellos.  Las cantidades que se gastan en las campañas electorales son enormes, y nadie cree que tengan siempre un origen prístino. Algunos son más legales y cuidadosos con las formas, otros lo son menos, existiendo siempre los ‘resquicios’ que fácilmente se encuentran cuando se quiere torcer el espíritu y la letra de las leyes.

Llevamos varios meses escuchando y hablando sobre el tema, y la actividad de los políticos está centrada en el asunto, sin que se den cuenta de lo que ello está implicando en la opinión de los ciudadanos sobre el actuar de la clase política. La situación recuerda lo ocurrido el Italia en la década de los noventa, cuando el ‘destape’ de la corrupción de los partidos provocó un distanciamiento generalizado de los ciudadanos respecto a los partidos, lo que llevó al derrumbe completo del sistema político que había gobernado a Italia desde la caída del fascismo. Consecuencia de ello ha sido un largo período de inestabilidad en el cual el personalismo populista (representado  por Berlusconi) ocupó la escena política conduciendo a Italia a una severa crisis económica.

Es urgente una renovación profunda de la política. Tres son los elementos que considero centrales e indispensables para que los partidos recuperen la confianza ciudadana.

Lo primero es reinsertar la ética en la política, siendo en tal sentido lo esencial ‘no robar’ y ‘no mentir’. Porque, claro, no sólo se roba sino que también se miente demasiado y los ciudadanos se dan cuenta de ello. Y  buscar genuinamente el bien común, realizando de manera eficiente el servicio público. Pienso que la credibilidad y la confianza, cuando se han perdido, son difícilmente recuperables, de modo que se requiere persistencia, coherencia y consecuencia en el actuar y en el decir de los políticos. Un buen comienzo sería reconocer abiertamente los errores, pedir perdón, y no solamente prometer que se enmendarán los modos de actuar sino demostrarlo con hechos, tal vez empezando por una reducción de los costos de la política, teniendo en cuenta que, por ejemplo, las remuneraciones de los parlamentarios son un insulto para los ciudadanos y la negación directa de todos los ‘discursos’ sobre la voluntad política de crear mayor igualdad y equidad social.

Lo segundo importante es una profunda renovación de las ideas. Desde hace demasiado tiempo los discursos y proyectos políticos se encuentran estancados, limitándose a pensar la realidad con solamente dos orientaciones básicas: estatista y economicista de mercado, diferenciándose las posturas solamente por el distinto énfasis que se pone sobre uno u otro polo. Se desconoce la importancia esencial de la sociedad civil y sus capacidades de generar iniciativas y respuestas alternativas frente a los problemas de la sociedad. En educación, en salud, en previsión social, son fundamentales la creatividad, la autonomía y la solidaridad que pueden desplegar las organizaciones ‘intermedias’ de la sociedad civil. Bastaría ponerse a pensar seriamente en las potencialidades de la sociedad civil organizada, y conocer las muchas experiencias que desde ella están surgiendo en los países latinoamericanos y en todo el mundo, para dar un importamnte impulso a la renovación del pensamiento político.

Lo tercero, que debe desarrollarse en conexión con los dos puntos anteriores, es la necesidad urgente de reconectarse con los ciudadanos; pero no mediante discursos populistas y demagógicos en que los políticos prometen que se harán cargo de los problemas y de las necesidades de la gente, sino buscando activar las capacidades y las energías de todos para enfrentar problemas y realizar proyectos de desarrollo integral. Ello implica reconocer públicamente que, si bien la política es una actividad indispensable, ella no es capaz de dar solución a todos los problemas, ni garantizar el ejercicio real de todos los derechos, ni dar satisfacción a todas las necesidades, ni asegurar el bienestar personal y social. La renovación de la política implica también reconocer sus limitaciones.

Si estos procesos no se emprenden rápida y eficazmente, el desprestigio de la política no podrá sino acentuarse, con previsibles muy dañinas consecuencias.

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