Columna de opinión

El dispositivo de la paz imperial: un Nobel para los verdugos

Y ahora, en 2025, el galardón vuelve a revelar su verdadera naturaleza: María Corina Machado, una vil guarimbera cuyas políticas impregnadas de violencia no representan la paz, sino la continuidad de la maquinaria imperial que se disfraza de democracia.

El dispositivo de la paz imperial: un Nobel para los verdugos

Autor: El Ciudadano

Por Tania Melnick

Desde que Henry Kissinger recibió el Premio Nobel de la Paz en 1973, y tras la larga lista de galardonados que siguieron su estela, nadie que se precie de ser un ser humano digno, comprometido con la justicia y la vida, debería estar dispuesto a aceptarlo.

Menachem Begin (1978), Elie Wiesel (1986), Mijaíl Gorbachov (1990), Kofi Annan (2001), Jimmy Carter (2002), Barack Obama (2009), la Unión Europea (2012), Abiy Ahmed (2019): figuras responsables de guerras, bloqueos, invasiones, golpes de Estado o blanqueamientos ideológicos.

Y ahora, en 2025, el galardón vuelve a revelar su verdadera naturaleza: María Corina Machado, una vil guarimbera cuyas políticas impregnadas de violencia no representan la paz, sino la continuidad de la maquinaria imperial que se disfraza de democracia.

Tal como advierte Rodrigo Karmy“la democracia liberal ya no puede ser pensada como dispositivo que pueda inmunizar a la sociedad del fascismo, sino al revés: es precisamente su condición.” (1)

Machado encarna ese punto de convergencia donde el capitalismo neoliberal oscila entre su polo liberal —que promete libertad— y su polo fascista —que impone orden—, ambos rostros de una misma estructura de dominación global.

Su figura es el síntoma perfecto de esta época: la violencia que se presenta como virtud democrática, la subordinación que se ofrece como libertad, la muerte que se administra en nombre de la paz.

Es la sombra que se cierne sobre los pobres, los enfermos y la clase trabajadora de Venezuela, una marioneta de Washington y fiel soldado de la entidad genocida, símbolo de esa maquinaria imperial que administra la vida con lógica de guerra —una lógica de muerte, control, dominación y necropolítica.

¿Cabe aún alguna duda de que el Premio Nobel de la Paz es, en realidad, un dispositivo de legitimación del imperialismo occidental?

Un instrumento que, bajo el lenguaje de la paz y los derechos humanos, reproduce el dominio político, económico y militar de Occidente, transformando la violencia en virtud y la subordinación en mérito diplomático.

Se otorga para premiar la obediencia al orden global, santificar el neocolonialismo, y revestir de moral humanitaria las políticas del neoliberalismo mundial.

Se entrega a quienes administran la violencia estructural con rostro humano, a los gestores de la desigualdad global.

Es, en definitiva, el premio del poder a sí mismo: la medalla con la que el sistema se absuelve de sus propios crímenes.

El Nobel de la Paz es un reconocimiento del poder imperialista occidental, un galardón creado para consagrar la hipocresía.

Recibirlo es una ofensa a la dignidad humana, porque constituye una forma de normalización y de violencia simbólica, un mecanismo de blanqueamiento moral del imperialismo.

La historia del Nobel está plagada de contradicciones: premiar la paz en nombre del capital, legitimar a quienes administran el orden imperial con rostro humano.

Por favor, basta de seguir levantando candidaturas al Premio Nobel de la Paz para quienes sí luchan por la vida y la justicia — como el médico palestino Hussam Abu Saffiya, como Francesca Albanese, como Greta Thunberg, como los rescatistas civiles en Gaza.

Nominar a estas personas a un galardón que premia la obediencia al poder no las honra: las despoja de su dignidad y desactiva el sentido de sus luchas.

Nuestras luchas no necesitan premios. Necesitan justicia.

Por Tania Melnick 

  1. “La democracia liberal como condición para el surgimiento del fascismo”Rodrigo Karmy Bolton, entrevista de Márcia Junges para Agencia Anadolu, publicada el 12 de mayo de 2025. ↩︎

La Judía Palestina, 10 de octubre de 2025.


Las expresiones emitidas en esta columna son de exclusiva responsabilidad de su autor(a) y no representan necesariamente las opiniones de El Ciudadano.

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