El fin de la tolerancia

No es el mercado

El fin de la tolerancia

Autor: Wari

No es el mercado. Es la política tras el mercado. Los más de trece mil reclamos contra el sector financiero recibidos por el Sernac los primeros cuatro meses del año no son sólo una expresión numeral más de las relaciones entre consumidores y bancos, sino el vivo retrato de una institucionalidad económica, bien reforzada desde la misma constitución del Estado que ha colocado al mercado como piedra angular de la economía, la producción, el trabajo y todas las reales y posibles actividades humanas. Todo, absolutamente todo, es hoy sujeto y objeto de transacción, de comercio, de lucro.

No es la naturaleza. Tampoco una mera herramienta. El mercado, tal como hoy lo conocemos y lo padecemos, es una voluntad política, un diseño, una apuesta comercial, un arbitrario modelo de negocios. Y de todos ellos, no hay otro mejor elaborado que el financiero, cuya rentabilidad no tiene otra actividad legal y tal vez tampoco ilegal. Cuando leemos que un banco obtiene una rentabilidad sobre el capital del 30 y tantos por ciento anual, no hablamos ni de gestión, ni de eficacia, ni de eficiencia o de excelencia. Hablamos de distorsión, de concentración económica, de oligopolios o de cárteles, pero principalmente de lobistas, de corrupción política, de oscuridad normativa, de poderes fácticos. Hablamos de todo ello, pero también debiéramos hablar de abusos, de inequidad, de concentración de la riqueza y extensión de la pobreza. Hablamos de una legislación, pergeñada y también borroneada por gobiernos y legisladores, que ha impulsado y amplificado el poder del dinero.

Si observamos un poco el desempeño del sector financiero, todos y cada uno de los atributos y calificativos mencionados pueden hallar con justicia su espacio. Antecedentes y circunstancias tales como el número de bancos que ha disminuido desde 40 a 25 en los últimos veinte años o que tres bancos tengan hoy el 52 por ciento del mercado de los créditos claman por su interpretación. Lo mismo al observar que la utilidad de la banca creció más del 50 por ciento el primer trimestre del año, o que el Banco Santander Chile obtuvo el 2009, un año de crisis, vale recordar, la mayor rentabilidad de la década. Aquellos datos del mercado reclaman también por su traducción.

El estado chileno ha creado y amparado a este monstruo financiero alimentado por el resto de los actores económicos. Al ir en busca de capital de trabajo hemos hipotecado en favor de la banca nuestros escasos bienes y todo nuestro trabajo presente y futuro. Nos hemos convertido en el combustible de una maquinaria que no crea riqueza, sino la transfiere desde productores y trabajadores en un trance atendido y gozado por el voyerismo político.

La banca se ha consolidado como el gran interventor de la economía. Un peaje a todas nuestras rutinas, aventuras y desventuras. Un impuesto encubierto bajo un arbitrario interés, en comisiones y otras recaudaciones que ceban al leviatán de papel moneda y plástico. Hoy en Chile, de la primera docena de corporaciones, tres son bancos y otros en vías de serlo. Como Falabella o Cencosud, que han hecho su meteórico ingreso en la elite empresarial con los créditos y las altas tasas.

El poder financiero en la cúspide del poder económico. Estimulado por gobiernos y legisladores de toda laya, decreta el triunfo del libre mercado para acabar con todos los mercados. De la competencia a la concentración, del oligopolio al cártel y al monopolio. De la seducción del consumo al control, a la expoliación y a la coerción. Más de trece mil reclamos son un síndrome. De concentración de los bienes y extensión de los males, de abusos, de fraudes, de injusticia. Del fin de la tolerancia.

Por Paul Walder

Politika

El Ciudadano N°85, primera quincena agosto 2010


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