El hueso es un héroe de la resistencia: memoria y justicia para los 43 de Ayotzinapa

El 26 de Septiembre del presente año, 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa Raúl Isidro Burgos, localizada en Guerrero, México, fueron secuestrados por agentes policiales

Por Arturo Ledezma

21/11/2014

Publicado en

Columnas

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El 26 de Septiembre del presente año, 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa Raúl Isidro Burgos, localizada en Guerrero, México, fueron secuestrados por agentes policiales. Luego de su captura, en donde además fallecieron otros 3 estudiantes de la misma Escuela y 3 personas no relacionadas con los hechos, los representantes del Estado mexicano procedieron a entregar a los jóvenes a la banda del crimen organizado conocida como Guerreros Unidos quienes, según sicarios de esta misma organización que fueron capturados, asesinaron a los 43 normalistas y luego quemaron sus cuerpos con el fin de no dejar evidencia alguna de los terribles sucesos acaecidos. A casi dos meses de este acto inhumano, y como tantas veces en Nuestra América, los cuerpos de los normalistas no han sido encontrados lo que, por su parte, mantiene viva la esperanza de los familiares de los jóvenes así como también de cientos de miles de persona en todo el mundo que se han manifestado en concurridas protestas para exigir la aparición con vida de los secuestrados y la justicia correspondiente.

   La Normal Rural de Ayotzinapa, heredera de una larga tradición de reivindicaciones agro-territoriales y educativas que se potenció con la Revolución Mexicana, se caracteriza por ser un centro de consciencia y crítica de estudiantes y maestros de la zona que ejercen con un espíritu combativo su derecho a protestar entre murales que hablan de grandes luchadores de la izquierda a nivel latinoamericano y local como el Che Guevara y Lucio Cabañas.  Es este mismo espíritu reivindicativo el que la ha hecho objetivo de la violencia estatal en el pasado y que ahora provoca esta barbarie, en lo que algunos han convenido en llamar “el Narco-Estado contra la juventud revolucionaria”. Sin embargo, Ayotzinapa está lejos de ser el único sitio en México donde la violencia se sale de cualquier margen tolerable. Desde hace demasiado tiempo hemos podido leer en las noticias sobre secuestros, torturas, violaciones y asesinatos que azotan al pueblo mexicano a vista y paciencia de sus autoridades que poco y nada hacen para evitar las matanzas. Y esto cuando dichas autoridades, sumidas en la corrupción, no son cómplices de los mismos criminales. Ciudad Juárez, por ejemplo, ostenta la oscura fama de sus cientos de mujeres y niñas asesinadas y desaparecidas y una impunidad igual de devastadora.

   El caso mexicano, sobresaliendo, se enmarca en una historia continental y duradera de desapariciones forzadas y violencia tanto política como común, en la que la impunidad de la que hablábamos parece ser una dañina constante. Tanto como la falta de memoria histórica respecto a este tipo de hechos. Muy lamentablemente, parecemos compartir como latinoamericanos esta tendencia a olvidar los disparos que nos han hecho y a dejar en el olvido las vidas y luchas reivindicativas de tantos y tantas que cayeron en la persecución de una mejor sociedad.

Latinoamericanos perdidos en Latinoamérica 

“¿Pero qué clase de amor pudieron conocer ellos?, pensé cuando el valle se quedó vacío y sólo su canto seguía resonando en mis oídos. El amor de sus padres, el amor de sus perros y de sus gatos, el amor de sus juguetes, pero sobre todo el amor que se tuvieron entre ellos, el deseo y el placer. Y aunque el canto que escuché hablaba de la guerra, de las hazañas heroicas de una generación entera de jóvenes latinoamericanos sacrificados, yo supe que por encima de todo hablaba del valor y de los espejos, del deseo y del placer.

Y ese canto es nuestro amuleto”. 

-Roberto Bolaño, “Amuleto”-

El siglo XX se caracterizó en estas latitudes por la imposición de sangrientas dictaduras reaccionarias que actuaron en buena medida en alianza con el imperialismo. Conceptos como “Detenidos Desaparecidos” o “Desaparecidos Forzados” se volvieron de uso trágicamente común tanto en este período como en las llamadas transiciones democráticas que les sucedieron y que, para el caso chileno al menos, se dedicaron a resguardar e incluso perfeccionar los sistemas incrustados por la derecha tradicional.

Si bien algunos de los puntos más álgidos de la violencia política se vivieron justamente en el transcurso de estas dictaduras fascistoides esto no quiere decir que antes y después de las mismas el Estado a través de los gobiernos de turno no haya abusado abiertamente de su poder en circunstancias determinadas (como la matanza en la Escuela Santa María de Iquique, en Chile). Aunque no son comparables entre sí los períodos llamados democráticos con lo dictatoriales, ya que en estos últimos el exterminio y tortura se realizó como política de Estado, hablamos en la práctica de una tradición de violación a los derechos humanos con honrosas pero insuficientes excepciones y que, para casos como el mexicano, decantan en la aparente irrelevancia del sistema de gobierno en curso. En una democracia como la mexicana, se asesina y se desaparece a raudales en acciones conjuntas entre bandas criminales y organizaciones y agentes estatales y en una impunidad desconcertante. El caso de los 43 normalistas de Ayotzinapa es ejemplo en carne viva de esto. No en vano en muchas de las manifestaciones que claman por justicia y verdad se identificó directamente al que consideran el culpable de la tragedia: “Fue el Estado” señalaron los manifestantes en sus gritos y consignas y así lo escribieron en las calles.

A lo que nos enfrentamos entonces es a una consistencia temporal en la conducta estatal y criminal que, subiendo o bajando la intensidad e incluso cambiando la naturaleza de ésta, se ha dedicado a la violación de derechos humanos y el abuso de la fuerza de que dispone y que parece decantar en nuevas situaciones donde estas malas conductas vuelven a encontrar lugar. La matanza de Tlatelolco en la Plaza de las Tres Culturas en México D.F. ocurrió hace menos de 50 años y si bien este hecho así como otros similares de brutal represión estatal-militar (como la mencionada matanza en la escuela chilena) suelen ser conmemorados por algunas personas anualmente en sus fechas de realización no han logrado aún arraigarse en la memoria colectiva de los pueblos que sufrieron y heredaron el dolor de la masacre. ¿Cómo podemos esperar que se detenga aquello que ni siquiera hemos podido, como pueblos latinoamericanos, asimilar como nuestra historia ni mantener en la memoria de cada uno de nuestros habitantes?

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De la memoria a la justicia, de la justicia a la paz

Hace algunos años el cineasta chileno Patricio Guzmán nos presentaba su documental “Nostalgia de la Luz”. En este podíamos apreciar dos búsquedas: por una parte, la de los astrónomos en los observatorios del norte de Chile que escudriñaban sin descanso el cielo y, por otra y de modo paralelo, la de decenas de mujeres que recorrían el desierto del mismo norte chileno con la esperanza de hallar los restos de sus seres queridos asesinados y desaparecidos en dictadura. A partir de este binomio de búsquedas se configuraban diversas reflexiones sobre lo que ha significado en la historia de un pueblo esta historia de violencia y, a su vez, cuál ha sido el impacto de la falta de justicia y consuelo en las vidas de los deudos. Porque, como muy bien expresan las buscadoras del desierto en el documental, su herida permanece totalmente abierta, aun cuando hayan pasado años desde los eventos y seguirá así hasta el fin de sus días. Lo único comparable a esta inmortalidad oscura es la de la esperanza y fuerza vital de estas mujeres y hombres. Siguen buscando porque creen que algún día, quizás, lograrán dar con algún hueso que pueda ser de sus familiares. Siguen buscando porque necesitan tener una certeza concreta y postrera que les afirme el dolor y les permita comenzar a cerrar círculos y dejar ir en paz a sus seres queridos. En el fondo, siguen buscando porque no puede haber paz si antes no hay justicia y no puede haber justicia si antes no hay memoria.

La búsqueda eterna de los familiares de los Detenidos Desaparecidos es muestra latente de que un dolor de este tipo no se diluye simplemente en el tiempo ni se queda en el pasado como otro hecho más. Su búsqueda incansable nos viene a recordar con fuerza que no podemos sencillamente cerrar los ojos y esperar que mágicamente el terror desaparezca. Muy por el contrario, debemos concentrarnos en el rescate de la memoria histórica a un nivel general en la población para que, de este modo, los horrores del pasado sean asimilados por todos y todas y podamos ser conscientes de nuestra propia historia reciente, para apuntar así de un modo más efectivo al “nunca más”. En conjunto con esto y como aliado, debe ir la búsqueda de verdad y justicia para las víctimas y castigo para los victimarios. Parte importantísima de esa verdad y justicia debe ser la ubicación de los restos de los detenidos desaparecidos que puedan ubicarse. Nadie contradirá que es de una crueldad máxima y terrible el negarle a los familiares el consuelo último de poder enterrar y despedir a sus muertos como mandan sus tradiciones.

Pero no sólo a estas familias beneficia el rescate de la memoria. Es la sociedad en su conjunto la que en realidad obtiene garantías de esta recuperación que viene a convertirse en la primera barrera defensiva contra atrocidades y barbaridades como son los crímenes de lesa humanidad, por ejemplo. Por eso es tan importante recalcar su importancia con el caso de Ayotzinapa. Ya desde antes no podíamos dejar en el olvido otras matanzas y masacres como la de Tlatelolco o las cientos de mujeres y niñas de Ciudad Juárez. Ya desde antes no podíamos permitir que el narco se aliara con el Estado y sus fuerzas y cometiera con repetitividad estos asesinatos atroces. Ya desde antes debíamos rescatar la memoria e instalarla como un pilar fundamental de nuestras sociedades, uno que fuese conocimiento de todos nuestros niños y niñas y que llegase a cada habitante de nuestros países. Porque lo que hay que naturalizar a través de estos rescates históricos son valores básicos y que deben ser universales, como lo es el respeto por la vida de las personas. Nunca podrá haber paz, ni en México ni en el resto de Nuestra América, si antes no hay justicia. Y nunca podrá haber justicia si antes no hay memoria. Para ello, iniciativas como el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos o la Biblioteca Digital Latinoamericana de las Memorias son instancias valorables y rescatables. Es de exigir políticas gubernamentales que apunten en la misma dirección pero no podemos dejar el cuidado de la memoria histórica netamente a las autoridades ya que tenemos el derecho y el deber de rescatar nosotros mismos la dolorosa y orgulloso historia de nuestros pueblos.

Finalmente, es cierto que, como alegan los familiares de los 43 de Ayotzinapa y muchos mexicanos,  las pesquisas han resultado nebulosas y enredadas y que mientras las pruebas de ADN no digan lo contrario no pueden dar por muertos a sus hijos. Vivos se los llevaron y vivos los queremos, es el alegato general. Pero paralelo al destino de los normalistas, que deseamos sea sin duda la vida y la vuelta al hogar con sus familias, conviene valorar la importancia del recuerdo vivo, del recuerdo latente de los hechos.

El poeta Oscar Hahn muy acertadamente nos advertía sobre la importancia del hueso; del hueso como objeto concreto, del hueso como parte del asesinado y del desaparecido, como peldaño inicial para comenzar a cerrar heridas y abrir luchas. Pero también del hueso como metáfora de la memoria omnipresente, como representación de la memoria que todo pueblo debe tener siempre a mano ya que…

Todos los huesos hablan penan acusan

alzan torres contra el olvido

trincheras de blancura que brillan en la noche

 

El hueso es un héroe de la resistencia.

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