El último baile

"Sin intenciones de ahondar en el relato mientras me lo contaba –no venía al caso, menos el día de su cumpleaños–, continuó la historia con los detalles del funeral. Yo traté de escucharla, pero me fue imposible dejar de pensar en el sueño de sus abuelos".

Por Nicolás Massai

07/11/2016

Publicado en

Columnas / Cultura

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Créditos: ritmoybaile.com

Créditos: ritmoybaile.com

Una amiga soñó que su abuela llegaba de la mano junto a su abuelo a una pista de baile. Era ese típico sueño en el que el soñador no tiene participación en los hechos, y se limita a observar con la seguridad de que no está siendo observado. Tras improvisar un vals, sin saber que su nieta los miraba, los dos se dieron un beso. Luego el sueño terminaba.

Ella despertaba.

Varias horas más tarde, durante ese día, a mi amiga le avisaron que su abuela había muerto.

Sin intenciones de ahondar en el relato mientras me lo contaba –no venía al caso, menos el día de su cumpleaños–, continuó la historia con los detalles del funeral. Yo traté de escucharla, pero me fue imposible dejar de pensar en el sueño de sus abuelos, y ni me di cuenta cuando ella ya estaba en otro lado, recibiendo un regalo de unos amigos que habían llegado recién a la fiesta.

Desde hace un tiempo que me prohibí bailar de a dos. Las veces que lo intenté, y que fueron bastantes, me resultó incómodo enfrentar esa condescendencia obligada. Un día, después de una fiesta mala, muy mala, decidí que mis próximos bailes serían con una exigencia mínima de tres personas –o solo, en el peor de los casos.

Así empecé a bailar en grupos, evitando el contacto físico al que me llevaban canciones como las de Juan Luis Guerra, o para ser un poco más actualizado, las de Romeo Santos. Pero algo pasó con la historia de mi amiga. No recordaba ningún baile con tantas personas.

Entonces quise revivir en la mente esas últimas canciones con alguien que ya está lejos. Quizás habían sonado en una discoteque, o en la casa de un amigo. Desde luego, ninguno de los dos pensaba que ese iba a ser el último baile. Ante la dificultad por hallarlo, y tras recordar que al final de nuestra relación ya no bailábamos –traicionando, de paso, la forma por la que nos habíamos conocido–, imaginé que nuestros movimientos finales en una pista seguramente habían sido desafortunados.

Luego me puse a pensar en el último baile con mi madre, y se me vino rápido a la mente el recuerdo de una fiesta familiar, hace un año. Ya no tenía esa vergüenza que me bajaba en los primeros bailes con ella, por lo que empeñé todas mis ganas para que resultara algo bonito. Y en aquella oportunidad logramos, quizás por primera vez, conectar.

Un amigo me dijo una vez que para él la vida era como un vals, pues bailabas un rato con alguien –un rato determinado por ti– y luego, lentamente, con esa elegancia impregnada en los sonidos de Johann Strauss, lo soltabas y te ibas a otro lugar. Con otra persona. Estuve de acuerdo, y ahora que evoco su análisis, pienso que casi todas las historias son de a dos, por más que haya un suceso que involucre a otros. Las decisiones, al final, son individualizadas, independiente de si tomarlas, en cualquier caso, implique alejarse de más personas.

Le comenté a otra amiga lo del baile, y le propuse que en una fiesta venidera, ojalá el próximo fin de semana, bailáramos de a dos. Los dos. Por un momento creí que me respondería con una negativa, enrostrándome los argumentos que le había dicho alguna vez. Pero no, me dijo que sí, que el próximo fin de semana podemos salir a bailar.

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