Columna de Opinión

El Vietnam de hoy se llama Palestina

No siempre la victoria es una sucesión ininterrumpida de triunfos tácticos: una derrota militar puede ser una victoria política, cuando demuestra la incapacidad del invasor para controlar territorio y población.

El Vietnam de hoy se llama Palestina

Autor: Alejandro Kirk

Este 30 de abril se cumplen 50 años de la entrada victoriosa de los combatientes vietnamitas en Saigón, marcando el fin de cerca de 70 años de guerras de liberación nacional contra invasores y colonialistas -franceses, japoneses y estadounidenses- y sus títeres locales.

Aquel día el tanque 390, un T59 chino, comandado por el capitán Vu Dang Toan, derribó las gruesas puertas de hierro del Palacio Presidencial del régimen títere de Vietnam del Sur y marcó la reunificación del país bajo la conducción del Partido Comunista.

El teniente Toan no le había dado particular importancia a la misión, creyendo que se trataba de un objetivo militar más, pero cuando entró en el Palacio vacío, en un salón se encontró con el gobierno títere completo, incluido el presidente, Duong Van Minh, que lo estaban esperando.

Desconcertado y nervioso, Toan les ordenó quedarse donde estaban y llamó a sus superiores, quienes le instruyeron llevar rápidamente al presidente a una radiemisora, para que anunciara públicamente la capitulación total del régimen neocolonial.

Hasta la víspera, y para la historia, están las imágenes de los helicópteros estadounidenses huyendo desde el techo de la embajada, dejando atrás a centenares de aterrorizados funcionarios del régimen derrotado.

EL COSTO DE LA LIBERTAD

Para llegar a este día, tuvieron que pasar muchas cosas, la mayoría desgracias para los pueblos indochinos -vietnamita, laosiano y camboyano-, sometidos día y noche a los bombardeos de los aviones B-52, en el siempre vano esfuerzo por ganar desde el aire las guerras perdidas en tierra.

Bombas, napalm y el fatídico «agente naranja» eran las cargas preferidas de los agresores contra los campesinos vietnamitas y sus familias, considerados todos «terroristas»; nada cambia en ese aspecto hasta nuestros días.

Un objetivo clave era interrumpir las líneas de abastecimiento de la «Ruta Ho Chi Minh«, de más de mil kilómetros de extensión por las selvas de Vietnam y Laos, por donde -como hormigas- circulaba una ininterrumpida caravana de bicicletas cargadas con abastecimientos para los combatientes del Ejército Revolucionario Provisional de Vietnam del Sur (llamado Viet Cong por los invasores).

El pequeño Laos recibió más bombas que todas las lanzadas contra Alemania en la Segunda Guerra Mundial, pero nunca se interrumpió la delgada línea logística, sostenida únicamente por la voluntad de acero de los campesinos que circulaban por ella a pie con su carga de vida.

Probablemente Israel haya batido ese récord genocida en Gaza, con los mismos resultados.

Cerca de tres millones de vietnamitas murieron por la liberación de su patria, pero no fueron ellos, sino los cadáveres de 40 mil soldados estadunidenses los que dieron vuelta el panorama político en Estados Unidos, frente a una guerra que no podían ganar ni siquiera con 500 mil soldados participando: las famosas «bolsas negras».

Intentaron todo, acorralados por la evidencia de que no podían confiar en ningún vietnamita. Entonces recurrieron al terrorismo, sin entender las causas profundas de sus adversarios: destruyeron miles de kilómetros cuadrados de selvas, dinamitaron las aldeas y recluyeron a los campesinos en campos llamados «aldeas estratégicas», desataron el terror en las ciudades, torturaron, quemaron vivos, asesinaron y descuartizaron a cientos de miles, hombres mujeres, ancianos y niños.

EJÉRCITO POPULAR INFINITO

Con todo y eso, el número de combatientes no paraba de crecer. Los túneles -los insondables túneles hoy determinantes en Gaza y Líbano– permeaban toda la superficie de las zonas de combate, causando pánico y desesperación al enemigo. De ellos salían y allí regresaban los guerrilleros, desapareciendo en la nada.

Hasta debajo de la gigantesca base aérea norteamericana de Tan Son Nhut había una red de túneles, como quedó demostrado durante las negociaciones de paz, cuando la delegación vietnamita estableció su oficina en el centro de la base, conectada al exterior bajo tierra.

En cada pedazo de selva había una trampa dolorosa, hecha a mano, socavando la moral de los jóvenes conscriptos norteamericanos, que empezaron masivamente a preguntarse qué hacían allí, maltratando y asesinando gente inocente, y cayendo como moscas en eficaces celadas artesanales.

Todo esto era posible porque la resistencia y el pueblo eran uno solo, un concepto históricamente difícil de entender para las fuerzas de ocupación. En las aldeas controladas en el día por el ejército títere, los combatientes llegaban de noche y se organizaban asambleas. En ellas se explicaba la lucha, se informaba de los acontecimientos. Lentamente, se iba organizando en cada aldea un comité de resistencia, con respeto infinito a los tiempos de los aldeanos. Un año, más o menos, pasaba desde la primera asamblea hasta que comenzaban a reclutarse combatientes, y que los propios campesinos determinaran la forma y cantidad de recursos para el sostenimiento de sus muchachos en armas.

Para no quitarle alimentos a los campesinos, los tanques vietnamitas llevaban en su interior pollos y gallinas vivas, y también otros víveres. Los combatientes sembraban y cosechaban en sus reductos selváticos.

BATALLAS PERDIDAS, GUERRA GANADA

Las negociaciones de paz entre Vietnam comenzaron oficialmente en 1973, en París. Lo que detonó este proceso fue una inmensa ofensiva militar llamada del Tet (Año Nuevo Lunar), en 1968. Por varias semanas, y en todo el territorio de Viet Nam del sur, los guerrilleros sitiaron ciudades y bases militares. Esa batalla finalmente fue decidida a favor de los adversarios, con mayor poder de fuego y recursos, pero cambió el panorama estratégico.

No siempre la victoria es una sucesión ininterrumpida de triunfos tácticos: una derrota militar puede ser una victoria política, cuando demuestra la incapacidad del invasor para controlar territorio y población.

No es difícil extrapolar esto al día de hoy: es exactamente lo que ocurre en Palestina y Líbano, donde el genocidio y la destrucción total del territorio por parte del ocupante sionista no alcanzan para doblegar a la resistencia popular.

El altísimo costo humano de la resistencia en Vietnam tenía una sola justificación, resumida por Ho Chi Minh: «nada es más importante que la independencia y la libertad».

Casi todos los pueblos del mundo apoyaron a Vietnam de una manera u otra. Los proveedores principales de armamento fueron la Unión Soviética y China. Esto está sobriamente reconocido en una placa en el principal museo de Hanoi, donde se destaca, sin embargo, que esa fue la lucha y la victoria propia del pueblo de Vietnam.

EL INTERNACIONALISMO

Soy de una generación -de una capa de ella, más bien- que creció con el ojo internacionalista. De muy niños ya sabíamos de los estragos de la guerra civil española, de la guerra de Korea, de la Revolución cubana, de los golpes de Estado en Argentina y Bolivia, de la guerrilla venezolana y colombiana, de los vuelos espaciales de la URSS y Estados Unidos, del peligro de una guerra mundial nuclear.

La primera vez que vi a Fidel fue en una proyección de documentales al aire libre, organizada por el Partido Comunista en la población Dávila, barrio popular de Santiago, de donde soy oriundo. El documental era sobre la victoria revolucionaria en Playa Girón, y me llevó mi vecino, el senador comunista Víctor Contreras Tapia.

En mi salón de escuela, en la mítica experimental Salvador Sanfuentes (Catedral y Matucana), teníamos un diario mural, que actualizábamos cada semana, con noticias mundiales. Poníamos allí recortes y fotos, y una estadística permanente y asombrosa: los cientos de aviones estadounidenses derribados en Vietnam, que acompañábamos de dibujos de esos lejanos guerrilleros flacos y bajitos que enfrentaban a los gigantes rubios. Allí pusimos también la foto del héroe Nguyen Van Troi.

La victoria de Vietnam en 1975 fue la victoria del mundo entero, un golpe a la cátedra militar, un canto a la perseverancia y heroísmo de millones.

El Vietnam de hoy se llama Palestina.

Por Alejandro Kirk


Las expresiones emitidas en esta columna son de exclusiva responsabilidad de su autor(a) y no representan necesariamente las opiniones de El Ciudadano.

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