Este largo país de desastres

Chile no es una fotocopia feliz del Edén ni miembro importante de la “región antártica famosa”, sino que un largo país de desastres, una larga y angosta franja de incertidumbres

Por Wari

05/04/2015

Publicado en

Columnas

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vila2Chile no es una fotocopia feliz del Edén ni miembro importante de la “región antártica famosa”, sino que un largo país de desastres, una larga y angosta franja de incertidumbres. Cuando no es un terremoto (o un cataclismo), es un maremoto, una sequía atroz, inundaciones letales, aluviones, estafas generalizadas e influencias descaradas. Don Nica decía en uno de sus Artefactos: Y todavía tienen cara de cantar la canción nacional. Efectivamente, con qué ropa tenemos el descaro de llamarnos país. Bolivia nos da lecciones y tenemos esa soberbia altisonante de mirarlos de medio lado, ni siquiera reconocemos de corazón el reconocimiento (y disculpas) del gobierno de Bolivia a la metida de pata de su ministro de Defensa. Detalles a la hora de considerar la tamaña ayuda solidaria que los hermanos bolivianos nos envían. Pero este largo país de desastres es así. Y ni siquiera somos ejemplos para nadie cuando en medio de los desastres siempre emergen los aprovechadores de siempre.

Ahora bien, toda la tragedia que ha asolado al norte de nuestro país, tiene dos dimensiones, una ética y otra técnica, que, lamentablemente, de pronto se confunden. Es evidente que hay cosas que se podrían haber previsto. Las empresas en vez de sólo ganar plata podrían haber invertido en infraestructuras que habrían evitado varios problemas. Lo mismo el Estado. Aquí, en la (moderna) ciudad de La Serena, estuvimos cuatro días sin agua porque la empresa Aguas del Valle se escudó detrás de la subida tormentosa del río Elqui para justificar la ninguna prevención de emergencias. Como todos los empresarios, sólo les interesa echar plata al bolsillo, lo más posible, y nada de invertir en infraestructuras, prevenciones de riesgos, sin hablar de los sueldos de los trabajadores. Más de alguien dirá que tengo un discurso trasnochado, pero basta con mirar lo que ocurre para darse cuenta que aquí no se trata ni de insomnios ni de trasnoches, sino que de una cuestión que tiene que ver con la ética. Y la ética, que no es lo mismo que la moral, aunque a algunos les pese, porque la ética es propositiva de una actitud, no la norma del deber obligado, denuncia la ninguna consideración que los empresarios y el Estado, encadenado por ellos, claro está, tienen hacia los ciudadanos de a pie.

La parte técnica tiene que ver con lo que ya dijimos y con la soberbia de que seamos capaces de dominar a madre natura. No sólo no la dominamos sino que lo único que hacemos es contaminarla.

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Madre natura es cosa seria. Ella no tiene que ver ni con religiones ni morales dudosas, ni corrupciones ni con desequilibrios sólo presentes en los cálculos humanos demasiado humanos de los doctores de la ley. Si existen leyes en la naturaleza –nadie dice que no–, las desconocemos absolutamente. Como eso es así, tomamos a madre natura casi como un enemigo al que hay que someter a como dé lugar. Ya lo decía maese Spinoza: “Natura actúa según su propia necesidad” (sí, claro, Deus Sive Natura, pero eso es parte de otra cuestión). Es decir no se somete a reglas que hemos inventado nosotros ni le pide permiso a nadie. En ella no existen ni el Bien ni el Mal, invenciones humanas con pretensiones de alguna Moral Objetiva o Derecho Natural que no son más que expresión de la impotencia que tenemos al enfrentar las catástrofes naturales de larga data, y a la que solemos inventarles hasta justificaciones divinas.

Ahora, en nuestro largo país de desastres estamos sufriendo de nuestra soberbia. ¿Diferencias entre la Onemi y los Mentirólogos? Pamplinas. Si es que se trata de eso, ninguno de ellos “le achunta” jamás. Y ni siquiera es un problema político, como quieren hacernos creer los tontitos que nunca faltan. ¿Estrategia para salvarse de los aluviones causados por Penta, Caval, Soquimich y otros? Pero las razones de esos aluviones parecen estar en el ADN nacional, cuando en medio de toda la tragedia no se les ocurre nada mejor que especular. De $1.300 el bidón de agua, lo suben a $6.000, tal como cuando ocurrió el terremoto en Antofagasta el año pasado. “Y ya verás como tratan en Chile al amigo cuando es forastero”, dice una cancioncilla que todos conocen. ¿Sí? El año pasado escuché: “Ojalá que el tsunami se lleve a todos los peruanos, bolivianos y colombianos que andan por allá”, y resulta que el único comerciante que no especuló con los precios, incluso los bajó, era boliviano. ¿Saca algún imbécil alguna lección? Es pedir demasiado. Por mientras, hay gente que lo ha perdido todo, y algunos sus vidas. En el norte de nuestro país hay pueblos enteros, familias enteras, que demuestran lo contrario de lo que nuestro país y su “modernidad” quieren hacernos creer. La modernidad siempre es puesta en cuestión cuando ocurren estas catástrofes. El concepto mismo de país se viene abajo.  Incluso el concepto mismo de especie o de raza humana. ¿Evolución? Seguramente, pero al revés. El arqueólogo francés Jacques Soustelle decía que la raza humana había avanzado mucho en tecnología, pero para nada en cuestiones espirituales y culturales. Albert Einstein decía que la Tercera o Cuarta Guerra Mundial se realizaría con palos y piedras, de seguir como estábamos, lo que no quiere decir, por cierto, que tengamos que ser para siempre una raza guerrera y abusadora y estúpida. ¿Será siquiera esperable esa necia esperanza? Es como para irrumpir en aplausos y bienaventuranzas y albricias de todo calibre.

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Pero, en fin, hablábamos de nuestro largo país de desastres.

La dimensión ética y la dimensión técnica. La primera dice relación con lo que querríamos ser: actúa de tal manera que tu actuar se transforme en ley universal, decía el viejo Kant. La segunda ni siquiera tiene que ver con la techne, sino con la avidez, la desmedida ambición de tenerlo todo y, por eso, una dimensión fallida.

Chile es un país fallido, como todos los países latinoamericanos. Pretendidamente en el hemisferio occidental, desde el punto de vista de esta ideología de la conquista de la cual formamos parte. No hay, no tenemos, un compromiso o una aprehensión de lo que somos. Sólo tratamos de copiar modelos supuestamente exitosos, por eso, al menos nosotros, somos “fotocopia feliz del Edén”. Estados naciones que surgieron de lo arbitrario y que, del haber podido ser una situación o creación originales, nos desvanecimos en la copia arborescente de un supuesto ideal universal en el cual estaban entrampados nuestros “padres de la patria”. Y jamás estaremos de acuerdo con monseñor Hegel ni el bueno de Karlitos en que somos un continente “ahistórico”, por supuesto que no. Primero que nada porque el concepto de historicidad es absolutamente arbitrario y pretencioso. Y segundo, porque el sufrimiento humano no está ahí para analizarlo lineal o racionalmente, sea metafísicamente o en términos de algún materialismo con o sin apellidos. Sí, claro, este mundo es un caos y hay que tratar de abarcarlo a como dé lugar. Pero lo aconteciente siempre está allí y ahí te las quiero ver. Por eso, ¿de cuáles pretensiones estamos hechos? ¿Somos capaces, siquiera, de estar a la altura de las democracias republicanas? ¿Somos un país, o somos “apenas paisaje”, como dice Don Nica?

Pero el caso es que nuestro frágil país de desastres siempre queda en pelotas, tal cual como es, cuando madre natura se manifiesta como lo ha hecho en los últimos años. Y eso no tiene nada que ver, como ya lo dije, con los gobiernos ni con los Estados ni siquiera con el alto concepto de la “consciencia de sí”, sino que con cuestiones mucho más profundas y, por eso, más banales, como la modernidad o el querer ser un país, por ejemplo.

Por Cristián Vila Riquelme

El autor es escritor, doctor en Filosofía por la Sorbona de Paris, y académico de la U Central de Chile de La Serena.

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