Estudié mi educación básica en una pequeña escuela del plan de mi ciudad. Aun así, en su himno se leía el siguiente estribillo: ”…debe ser la primera en Chile.” Y vaya que lo era. No por su infraestructura, la cual era muy pobre, tanto que para hacer un torneo de futbol, debíamos ir a un complejo deportivo cercano, la llamada “cancha de los pacos”, donde hoy se encuentra una multitienda. Tampoco era por la selección de sus pupilos, pues jóvenes de todos los estratos sociales eran aceptados en cursos de cuarenta y tantos estudiantes. Lo que hacía grande a esa pequeña escuela eran sus maestros, los cuales con su esfuerzo, dedicación, y uno que otro coscorrón, intentaban empaparnos tanto de valores como de conocimientos, armas siempre necesarias para enfrentar a esta jungla salvaje llamada sociedad. Pero de entre todos estos profesores cuyos rostros desfilan por mi mente, hay uno que destaca por su profesionalismo e hidalguía, mi querido maestro, el profesor Mario Torres.
El profesor Torres desde que tengo recuerdos era un hombre mayor. Y si uno contempla fotos en blanco y negro de antiguas generaciones que pasaron por la escuela, la imagen no cambia en demasía; un caballero de estatura regular pero extremadamente delgado, de grandes lentes (muy de moda en la década del 80), frente prominente y con traje formal, oculto por un delantal (capa como le decimos los de Valparaíso) blancuzco. Lo recuerdo siempre en la escuela, como si viviera en ella. Era cosa de entrar en la mañana somnolientos o después del recreo, cuando ya el profesor Torres tenía ambas pizarras llenas de escritos, por lo que, presurosos, debíamos copiar lo que allí había, antes de que el maestro la borrara para seguir escribiendo. Las tizas no duraban nada con él. Ya fuese Historia, Ciencias Naturales, Inglés o Castellano, el profesor Torres escribía en la pizarra escarbando en sus conocimientos y recuerdos, sin usar libros u otra cosa. Para las clases de música nos hacía cantar a todos en coro, alto, fuerte y sin vergüenza, canciones que cuando las repetía en mi casa, mis padres me contaban que eran muy antiguas. Es posible que el viejo profesor se regocijara con aquellas melodías, quizás transportándolo a tiempos pretéritos cuando él era niño, y su madre le susurraba las mismas al oído, para calmarlo y ayudarlo a dormir.
Dentro de varios sucesos que marcan la vida de mi maestro, uno recuerdo con especial emoción. Ese día el profesor no se presentó a trabajar, lo que era muy extraño. Mas extraño aún fue el que no apareciera durante todo el día. La mañana siguiente, el director nos hizo formar en el patio, donde con voz quebrada nos comunicó que el profesor Torres no asistiría por un tiempo, pues su hija había sufrido un fatal accidente de tránsito el día anterior. A pesar de ser un chiquillo de 9 o 10 años, supe de inmediato lo trágico de la noticia. Por una semana quizás, su puesto de profesor jefe estuvo vacío, siendo reemplazado por otros profesores. Yo estaba preocupado de que nada malo le fuese a pasar al maestro, por lo que grande fue mi alegría de verlo en la sala de clases la semana siguiente. Recuerdo observándolo en silencio, como analizando si estaba bien. Quizás estuviese un poco mas ausente y cabizbajo, pero en cuanto comenzó la clase volvió a ser el mismo de siempre, por lo que al poco tiempo olvidé el suceso. ¡Olvidar el suceso! Había muerto su hija hace poco en un accidente de tránsito y yo, como niño, lo veía bien. ¡Como habrá estado el corazón de mi maestro en esos momentos!
Terminé mi enseñanza básica y dejé la escuela contento de ser un poco mas “grande” y tener un poco mas de “libertades”. No hubo una despedida con el maestro. Cuando uno es niño no aprecia realmente los pequeños momentos de la vida, no se está consciente de que son momentos pasajeros y que no volverán. Fue al crecer que reconocí al maestro que había tenido, un modelo de sacrificio y amor por su trabajo. Muchos años después, aprecié su figura por entre la masa de gente anónima en el centro de la ciudad. Caminaba mas encorvado, su cuerpo mas enjuto, su frente mas amplia. Ni siquiera el tiempo tiene compasión de las buenas personas. Dudé un momento, pues seguramente tenía yo algo que hacer, pero al final me acerqué y me presenté. No creo que me haya reconocido, quizás la vejez había arrancado las páginas de su memoria que hablaban de mi persona. No me importó. Caminamos lentamente, ayudándole a transportar las provisiones que había comprado en un mercado cercano. Mientras andábamos, el murmullo de la gente y el sonido de los autos se fue evaporando, a la vez que me transportaba a mis tiempos de estudiante, caminando al lado de mi maestro. Me platicó de sus últimos años en la escuela, de lo exiguo de la jubilación y lo difícil que era sobrevivir en estos tiempos. Yo lo dejé hablar, pues sospechaba que sería la última vez que lo vería. Finalmente lo dejé en uno de esos colectivos que como hormigas, suben a los mas recónditos rincones de los cerros para dejar a sus pasajeros. No me dejó pagarle el pasaje, (tampoco tenía mucho dinero, pues era estudiante universitario en esos momentos). Mientras el automóvil ascendía por los cerros no podía dejar de pensar en lo injusto del sistema, que deja que nuestros viejos maestros deban vivir con lo justo cuando han educado y marcado a generaciones.
Es así lector que estas líneas tienen la intención de homenajear (tardíamente) a mi maestro. Pero a la vez me permiten preguntarte lo siguiente: ¿tienes, o haz tenido alguna vez a un maestr@? Son fáciles de reconocer. Son personas sabias, silenciosas, que trabajan con pasión porque les gusta lo que hacen, pero sobretodo, poseen algo que el resto de los mortales carecemos; nobleza. Por mas que reflexiono, no encuentro otra palabra que defina mejor a un maestro que nobleza. Es la nobleza de su quehacer, su forma de enfrentar la vida, lo que transmiten al resto y genera admiración. El maestr@ no tiene que ser necesariamente un profesor, puede ser un amig@ los padres, incluso los hijos, pues los maestros nacen, no se forman. Si usted tiene la fortuna de tener, o haber tenido un maestro, y si mas aún tiene la posibilidad de agradecerle, no deje pasar esta oportunidad. Los maestr@s son escasos, y deben ser reconocidos.
Finalmente, en tiempos de reforma educacional, donde se discute sobre la selección y los recursos asignados, enfrentándose moros y cristianos, no perdamos la perspectiva de que, mas que recursos y selección, para una educación de calidad, se necesitan maestr@s.