Huellas profundas

Ocurre que hace un año, el 1 de febrero, murió Guillermo Kirk, o mejor Willie, mi papá

Por Wari

15/03/2011

Publicado en

Columnas

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Ocurre que hace un año, el 1 de febrero, murió Guillermo Kirk, o mejor Willie, mi papá. Y ocurre que este Kirk era de Punta Arenas, pero no de ésta de la «fiesta, del gas» sino -al menos por sus relatos- de una especie de tierra de nadie de inicios del siglo XX, de toscos emigrados abriéndose paso en la vida, a veces sin éxito, como fue el caso de John Kirk y Mary Harkness, mis abuelos.

Y ocurre que este Willie Kirk de quien escribo, el menor de cuatro hermanos, salió de allí con una maleta de cuero, en un barco, el año 1930, con una beca para la Escuela Normal Abelardo Núñez, que era un internado. Estaba donde hoy está la Usach, ex Universidad Técnica del Estado. Y allí, pronto a este muchacho provinciano y agringado de 16 años le robaron todo, pero salió primero de su clase, hacia el Pedagógico, a estudiar inglés.

Como vivía de pensión en pensión, sin un centavo, escondido por amigos (debía llegar tarde y salir temprano), no logró terminar, y flaco como una estaca un par de años después, se fue a Tocopilla en otro barco a trabajar de maestro de escuela. Allá lo esperaban sus hermanos Jack y Alec, quienes en el mismo muelle le sacaron las ropas llenas de piojos y las quemaron: ¡Qué mejor inicio de una nueva vida!

Y ocurre también que este gringo Kirk, a los 21 años, ya tenía ideas acerca de la educación liberadora, integral, que hacía falta, y comenzó a ponerla en práctica en aquel desierto tan distinto de las nieves que lo habían visto crecer. Allí, en las escuelas, se cantaba el himno nacional y al romper filas los niños debían gritar «¡Viva Chile, mueran los cholos!». Eso fue lo primero que cambió, y de ahí en más, se formaron las bases empíricas de lo que muchos años después posiblemente sea el mejor ejemplo en Chile de una educación pública gratuita y de calidad: La Escuela Experimental de Niños Salvador Sanfuentes, que Willie Kirk dirigió por casi 20 años.

Por eso, a Willie Kirk le reventaba el falso debate sobre la «educación de calidad» con que los payasos de una y otra coalición nos divierten mientras siguen implementando sin asco el modelo de Jaime Guzmán: Educación de mala calidad para todos, y especialmente para los pobres. Hasta sus últimos días de vida, Willie se irritaba majaderamente con el tema: «Por qué nadie explica qué carajo quieren decir con calidad?» Claro, para alguien que ha practicado la famosa educación de calidad, que participó en el diseño del sistema experimental, que conoce la idea de formar personas y no acumular conocimientos, resulta chocante ver a personajes como Escalona, Lavín o Piñera pontificando sobre el tema.

Fue vicerrector de la Universidad de Chile, en Iquique, y miembro del Consejo Superior que democratizó esa casa de estudios. Y exiliado en Venezuela, entró a un instituto pedagógico de provincia, a los 60 años, en el último de los últimos cargos, y le pasó lo mismo de siempre: Terminó en la comisión nacional que formó la Universidad Pedagógica Libertador. Fue condecorado por eso.

En fin, se murió Willie Kirk sin que su antiguo partido, el comunista, se acordara siquiera de que alguna vez existió. A Kirk nunca lo terminaron de tragar los del PC; no encajaba en sus prácticas, no obedecía órdenes, prefería leer a Engels que el manual de materialismo histórico de Afanasiev (que una vez, en el exilio, los del mini comité central que funcionaba en Caracas le dieron como «estímulo»). Un día, uno de esos funcionarios -sí, había tres funcionarios del PC en Venezuela- lo expulsó junto con mi madre, porque insistían en mandar el dinero a la Vicaría de la Solidaridad y no al Partido en Caracas. También los acusó de haberse dejado influenciar por su hijo disidente. Mi mamá, María Svilokos, me lo contó así, muerta de la risa: El compañero «Eliseo» les dijo que quedaban fuera del PC y que por favor se retiraran. Mi madre respondió: «Gracias por expulsarme, y ahora retírense ustedes, porque ésta es mi casa».

Willie Kirk nunca más votó, porque hasta sus 96 años fue uno más de los millones de jóvenes que no se tragó el cuento de la «democracia» pinochetista, y no se inscribió en los registros electorales. Yo creo que hubiera votado PC igual -partido al que ingresó en Tocopilla en 1938- porque sus ideas no dependían de los ritos eclesiásticos. Apoyó siempre -con reservas pero sin equívocos- al gobierno de Hugo Chávez, y defendía a Cuba.

Fuimos juntos una vez a Largo, Escocia, a ver la casa de la familia, una casa proletaria en un barrio proletario: La encontramos y se tomó una foto en la puerta, al lado de un perro. Encontramos esa casa porque sabíamos que en la puerta vecina había vivido el marinero Alexander Selkirk, el que Piñera cree que se llamaba Crusoe.

Willie Kirk nunca más vio a su papá, y su madre lo dejó a los cinco años. Por eso era arisco con mis abrazos cotidianos, pero siempre los esperaba. Era incondicional con sus dos hijos: Éste aquí y «Willie chico», el que se les murió a los 21 años. Y se murió mi viejo hace un año y me quedé huérfano. Ésta es la historia de hoy. Muchas gracias.

Por Alejandro Kirk

Periodista

Polítika, edición febrero 2011

El Ciudadano Nº96

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