IndoLatinoAmérica en la India (1): Encuentro de Antimilitaristas

Ahmenabad (Ah’mdabad), la ciudad más importante de Gujarat, el segundo estado más importante de la India, ciudad de Gandhi y donde éste desarrolló buena parte de su historia política y social, acogió a activistas y luchadores sociales de más de 30 países en la conferencia internacional: “Vínculos y estrategias: Luchas noviolentas y supervivencia local versus […]

Por Wari

08/08/2010

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Columnas

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Ahmenabad (Ah’mdabad), la ciudad más importante de Gujarat, el segundo estado más importante de la India, ciudad de Gandhi y donde éste desarrolló buena parte de su historia política y social, acogió a activistas y luchadores sociales de más de 30 países en la conferencia internacional: “Vínculos y estrategias: Luchas noviolentas y supervivencia local versus el militarismo global”.

La Internacional de Resistentes a la Guerra (IRG/WRI), una organización que vincula grupos y activistas en más de 80 países organizó el evento, en conjunto con una alianza de organizaciones locales conformada por Gujarat Sarvodaya, centrada en la lucha por la tierra y contra la destrucción ambiental; Sampoorna Kranti Vidyalaya (Instituto por la Revolución Total) un centro de entrenamiento para activistas noviolentos, muy comprometida en la lucha antinuclear y Gujarat Vidyapith una Universidad fundada en los años ’20 por el mismísimo Mohandas Gandhi, dentro de la estrategia de no-cooperación con las autoridades coloniales británicas. Gujarat Vidyapith fue la sede de la Conferencia.

Para muchxs de lxs activistas latinoamericanos que asistimos al evento la experiencia de ir a la India fue primera y, seguramente, única. Habitualmente lxs latinoamericanxs que viajan a este país-continente forman parte de la elite económica de nuestros países. Lxs ricxs y poderosxs, que conocen la India de postal y turismo. Para quienes estuvimos en esta conferencia el recuerdo de este viaje seguramente marcará nuestra visión del mundo.

Primero, las distancias. Casi de cualquier parte de América latina y el Caribe llegar a la India es un viaje oneroso, largo y cansador. Vuelos de muchísimas horas, con muchas escalas y lentas esperas en aeropuertos convertidos en malls y patios de comidas para turistas impasibles. Primer aprendizaje: inglés de aeropuerto. Pasar ante grandes cantidades de policías y guardias de todo tipo que te revisan más o mucho más según el país de donde vienes, que te consultan de todo y por todo, en un inglés conciso y frenético.

Luego: llegar al aeropuerto internacional de Mumbai (Bombay), esperar que la aduana india te permita entrar. Segundo aprendizaje: hay muchísima gente que se viste de unas maneras que jamás habrías imaginado. Es de noche y un calor con aire paraguayo te da la bienvenida. Entonces salir por un taxi prepago para llegar al tren. Cambiar monedas, de la que sea a rupias (rupiis) y ver, en absolutamente todos los billetes, la faz de Gandhi ilustrando lo que es la India. Por suerte, en las monedas no sucede lo mismo. Cada compra y cada venta en la India está signada por la cara de Gandhi.

El viaje del aeropuerto a la estación de trenes (Bandra Terminus) es largo, rápido y ruidoso, pese a ser las 5 de la mañana. El chofer se abre camino con la bocina y me conduce por autopistas, calles y callejones en un orden asfáltico decreciente. Mientras más nos internamos en los callejones, más aparece gente durmiendo en las calles, o lavándose la cara y las piernas, o peinando a niños y niñas, hombres vestidos con una especie de faldita que, después descubriremos, resulta ser también una toalla.  Cabras, burros, perros se ven tranquilamente por esos callejones, llenísimos además de gente que aparece de no sé donde. Mucha gente y aún no amanece siquiera.
El taxista me deja frente a un ruinoso edificio que parece una bodega semiabierta: la estación de trenes. ¿esto es? – esto es! (supongo que dice, él en medio inglés y yo en un cuarto de inglés).

Desconfiado (recuerdo las estaciones de trenes de Chile y Argentina) creo que me están, definitivamente, jodiendo y ya no recuerdo el camino de vuelta al aeropuerto. Miedito. Pero voy adelante, total, qué mal me puede pasar. Y sí, es la estación de trenes, pero la sección de carga. No hay nadie. Sólo un tipo que duerme en una garita. Y se ven los andenes, largos largos, llenos de carga en espera.  Un tablero eléctrico indica mi tren… pero para muy tarde, llegué demasiado temprano. Consulto con él de la garita. Si si, es Bandra Terminus, pero en el edificio nuevo, ese es para pasajeros, imbécil –creo que me dice. Miro con atención a lo largo de los andenes y, al final, se ve un gran edificio con un letrero “Bandra Terminus, New Building”. Uf, caminar un largo trecho por el andén. Todos los trabajadores me miran (qué hace este perdido por acá?) seguro ríen.

Llego, después de más miedito (oscuridad, dónde termina esto?). Busco un lugar donde descansar. El hall está lleno y las sillas se ven incómodas. Subo a la planta alta buscando un lugar donde quedarme y un funcionario me cobra 20 rupias por dejarme entrar a un salón de espera con baño. Algunas familias indias están allí, comiendo, aseándose, conversando. Me miran, saludan y siguen en lo suyo. Intento dormir, cabeceo. No logro dormir completamente. Miro todo, el amanecer, la tele, los taxis en la calle y como se va formando una larga fila para comprar pasajes de tren en una ventanilla que recién abrirá dos horas después. Un policía aparece para ordenar la fila. Cuido mis bolsos.

La gente se asea con fervor.  Guardan su ropa doblándola parsimoniosamente. Luego masajean y refriegan sus cuerpos con aceites. Peinan y cepillan sus cabellos con calma y deleite, parece. Disfrutan del cuidado de sus cuerpos, hacen ejercicios con movimientos calmos y delicados, todas y todos, aunque mayormente los hombres. Se visten en la sala con gran arte para cambiarse completamente la ropa sin quedar jamás desnudos.

La espera es larga, pero no aburrida. Todo me llama la atención. Ante un altarcillo en la habitación alguien enciende inciensos y canta algo, parece una oración cantada. Entran vendedores y lustrabotas. Familias entran y salen, toman chai, un té extremadamente dulce con leche. Lo probaré en el tren a Ah’mdabad.

La fila de gente que, abajo, espera que abran la venta de pasajes se hace más larga y un policía amenaza con dar bastonazos con una vara larga que lleva en la mano si no se ordenan. Alguna gente pierde su puesto en la fila por esta razón. No tengo hambre aún, no compro nada a los vendedores. Fotos de antiguos vagones comedores, elegantes, adornan el salón de espera. Acá nada es elegante, pero si cómodo.

Bajo a esperar el tren, compro unos snacks que resultaron ser picantes y una bebida gaseosa, símil indio de la coca o la pepsi. Por el hall, hombres tomados de la mano pasean y conversan. Las mujeres todas juntas y con los niños y niñas. Se ofrecen a llevarme el bolso, a ayudarme, a lustrar mis zapatos, a ser mi guía. Realmente gente con iniciativa.

Llego al andén y espero poder acertarle al tren. Hay muchos y mucha gente. Cerca de los andenes y a lo largo de toda la estación (y lo veré durante casi todo el viaje, en cada estación) gente parce vivir ahí, en carpas improvisadas o chozas construidas con desechos recuperados. Alguien me habla. Es un señor indio que me ha conocido, va a la conferencia igual que yo, su compañera y un inglés que ha pescado también por ahí. Será un viaje entretenido a Ah’mdabad.

Continuará…

Por Pelao Carvallo

Mayo 2010

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