José Miguel Varas en primera persona

Hombre escueto, más bien silencioso y que cultivó el bajo perfil como una constante que respetó hasta la tarde de su muerte, José Miguel Varas se levanta como paradigma de la figura del periodista ilustrado, poseedor de una vasta formación cultural y comprometido con todas las causas humanistas y libertarias de su tiempo

Por Wari

26/11/2011

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Columnas

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Hombre escueto, más bien silencioso y que cultivó el bajo perfil como una constante que respetó hasta la tarde de su muerte, José Miguel Varas se levanta como paradigma de la figura del periodista ilustrado, poseedor de una vasta formación cultural y comprometido con todas las causas humanistas y libertarias de su tiempo.

Premio Nacional de Literatura, autor de una narrativa coherente con su estampa de hombre sin estridencias, el autor de “El correo de Bagdad”; “Milico”, o “La novela de Galvarino y Elena”, hizo de la literatura y del periodismo una sola pasión y una forma de pararse ante la vida: Con estilo, dignidad y apego a los principios del intelectual para quien el destino de los hombres y mujeres sencillos nunca le fueron indiferentes.

Lo veo apoyando a los estudiantes y destacando el compromiso de los jóvenes del Instituto Nacional. Camino a su lado rumbo a La Moneda, para hacer entrega de una carta dirigida a Piñera, reclamando por la situación de los mapuches detenidos y en huelga de hambre. Lo observo en los días largos y fríos de invierno, cuando envuelto en su bufanda carraspea sin parar, mientras discutimos en las reuniones de pauta la portada de la revista Rocinante, de la cual fue un editor y maestro de lujo.

Me asombro, como siempre, ante la transformación abrupta de su rostro serio cuando lanza con su particular sentido del humor un comentario agudo que corona con una carcajada breve, rotunda y seca. Lo siento sonrojarse al contar con cierto pudor los avances coquetos de Stella Díaz Varín, que lo piropea mientras la entrevista. Lo diviso en su cubículo del diario La Época, elaborando con fluidez y talento su cuento semanal con la destreza del mago con conejo y sombrero. Lo admiro en su ternura frente a Iris, su esposa, cuando le clava los ojos y alza la copa que choca con otras para celebrar la amistad. Veo su tristeza cuando le avisan de la muerte de Katya, la voz rusa de “Escucha Chile”, el programa que lo hizo conocido en cada rincón de su país mientras nos hablaba desde el exilio.

Al día siguiente de su muerte, alguien escribió que con él se iban los ecos de Neruda, Allende y de un pasado que cierra una época. Tal vez tenga razón. En las nuevas generaciones de escritores, el sujeto popular no es sujeto ni protagonista de nada. Desapareció de un plumazo con los ranking, best seller, y el país de los fenicios exitosos y compulsivos que avanzan por el continente sin memoria, descalificando a los “nostálgicos” que se quedaron pegados en un tiempo que fue mejor.

Al igual que algunos exponentes de las nuevas generaciones de periodistas que dejaron de pensar y de opinar, para parecer “más objetivos”. Que confundieron las demandas éticas de veracidad y de fiscalización a todos los poderes por un silencio cómplice que les permite disfrutar con desparpajo de sus minutos de fama, porque en el periodismo de piño no se permiten ovejas negras y, por supuesto, ¡mucho menos las rojas!

Si con José Miguel Varas se cierra una etapa del país es lamentable, porque periodistas lúcidos y comprometidos como él seguirán siendo fundamentales, como lo son también aquellos que desde la literatura nos hablan de los tenaces; de los galvarinos y de las elenas. De los humillados y ofendidos. De quienes declinan dejarse mecer por la fugacidad del best seller apostando a los lectores eternos que deja un long seller.

Por Faride Zerán

Premio Nacional de Periodismo 2007

Académica de la Universidad de Chile

El Ciudadano Nº111, primera quincena octubre 2011

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