La administración de la vida en lo educativo

La irrupción de la lógica mercantil sobre la lógica educativa se erige en uno de los muchos modos de administración de la vida, en la cual se tiende a privilegiar de manera absoluta un solo aspecto de la realidad, haciendo de él la verdad sin más, de manera que la primacía de lo que denomino […]

Por Mauricio Becerra

19/07/2012

Publicado en

Columnas

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La irrupción de la lógica mercantil sobre la lógica educativa se erige en uno de los muchos modos de administración de la vida, en la cual se tiende a privilegiar de manera absoluta un solo aspecto de la realidad, haciendo de él la verdad sin más, de manera que la primacía de lo que denomino “dispositivo burocrático-administrativo de la calidad” sobre la esfera educativa se erige en la medida y motor de toda relación, actividad y comportamiento. El modus operandi del nuevo “ethos” que adopta la educación al estar colonizada por la lógica de lo mercantil opera tres estrategias:

1. La “acción a la distancia” de la lógica empresarial que se concreta en unos “mecanismos administrativos y burocráticos” de gestión de la calidad educativa. Dicha acción es desplegada a tenor de lo que Laval describe en los siguientes términos: “el objetivo político consiste, en efecto, en convertir la escuela en una máquina eficaz al servicio de la competitividad económica” (Laval, Christian. (2004). La escuela no es una empresa. El ataque Neoliberal a la enseñanza pública. Barcelona: Paidós, p. 329).

La educación es presa de la estrategia política global de las empresas y, por tanto, debe marchar al compás de intereses transnacionales y del mercado. Consecuencia de ello es la erosión de los fundamentos y la posibilidad de la pérdida del norte de las instituciones escolares y universitarias.

2. La mutación en las referencias internas de las instituciones educativas. Quien está a la cabeza no sólo experimenta un cambio nominal de rector a gerente o administrador educativo, sino que, dicho lugar, viene a ocuparlo bien un pedagogo o maestro que se posesiona como experto técnico o cuasi administrador, bien un administrador o ingeniero social que a veces desconoce la investigación, lo académico y pedagógico. El maestro, por su parte, se experimenta como un ser ambiguo con delantal blanco que no se sabe reconocer si como funcionario, técnico, experto o maestro. Encadenados al aparato burocrático-administrativo, las antiguas figuras de rector y de maestro se convierten en la triste figura del burócrata. En palabras de Max Weber: “el burócrata individual no puede zafarse del aparato al que está unido (…) el burócrata profesional está encadenado a su actividad a través de toda su existencia material y espiritual. Por lo general, es un simple engranaje de un mecanismo siempre en marcha que le ordena ir en un sentido esencialmente fijo” (Weber, Max, (1977). ¿Qué es la burocracia? Buenos Aires: La pléyade, p.p. 79 y 80).

Lo que quiero subrayar es que con esta fijación, no queda más que, por una parte, el desplazamiento-ocultamiento de lo académico, investigativo y pedagógico y, por otra, la normalización del comportamiento ya no de actores de una comunidad educativa, sino de sujetos que parafraseando a Bataille toman su función por su existencia, pues están ligados a un movimiento funcional, simple, vacío y automático (Cfr. Bataille, Georges. (2006). La sociología sagrada del mundo contemporáneo. Buenos Aires, Libros del Zorzal, p. 48).

3. El estudiante y padre de familia adquieren la etiqueta de clientes, cuando las instituciones educativas se proyectan a sí mismas como empresas. Se pasa de un lugar consagrado a la formación del ciudadano a la satisfacción del usuario. La administración de la vida transmuta los valores emancipatorios del saber y los conocimientos que deben llevar al estudiante a la exploración responsable y autónoma de una vida buena, reduciéndolos a uno solo, económico. El afán de encontrar resultados respaldados en estadísticas y datos formales que cuantifican lo imposible de medir, es decir, la interpretación, argumentación, el análisis, etc., refuerzan el “ethos” o la atmósfera no cuestionado, basado en la sensación de control sobre los procesos educativos.

Tal “ethos” o lógica mercantil que osa administrar la vida de las comunidades educativas, se naturaliza, es decir termina por parecerse a la magia homeopática o imitativa de grupos humanos primitivos en la que “lo semejante produce lo semejante, o que los efectos semejan sus causas” (Frazer, J. (1980). La rama dorada. Magia y religión. México D. F.: Fondo de Cultura Económica, p.34). Se cree ingenuamente que por el hecho de reducir los procesos educativos a estadísticas, gráficas y registros, entonces, por efectuar el ritual burocrático de llenar formatos, la realidad educativa está bien intervenida.

Frente a este desafío, es menester pensar tanto la escuela como la universidad desde un “ethos” de investigación, constituido por prácticas pedagógicas, académicas y didácticas en que el cultivo de un pensamiento crítico, dialógico, deliberativo sea promovido desde comunidades de indagación. Un escenario así que busca la autodeterminación de los individuos y de su participación en la construcción propositiva de una comunidad puede paliar e incluso revertir la tendencia a naturalizar lo mercantil en lo educativo. Se trata de un “dejar hacer” responsable, reflexivo, vigilante y permanente que piense las categorías, prácticas pedagógicas y didácticas, textos escolares, funciones desempeñadas por el maestro, roles asumidos por los estudiantes, planes y políticas educativas  con el fin de desnudar todos estos aspectos de su aura de auto-evidencia para que sean problematizados.

Daniel Toscano

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