Columna de opinión

La Arrogancia de Luksic

Es difícil de conversar con alguien que no quiere escuchar

Por Felipe Menares

26/09/2018

Publicado en

Columnas

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Es difícil de conversar con alguien que no quiere escuchar. Mucho más difícil se hace si el interlocutor vive en las alturas del poder y ha olvidado sus raíces; esta es la ciudad de la cual nació y desde donde hizo sus riquezas. Pero ahora el “poderoso” (como él mismo se autodenominó), tuvo que salir de su zona de confort y hablar. Y lo hizo en su estilo: con arrogancia.

La palabra arrogancia, algunos la asocian a “no rogar”, pero esa es una mala acepción. En realidad, esa palabra viene del latín “arrogare”, que significa apropiarse. El arrogante es aquel que se apropia de honores sin que se los den o que exagera sus facultades y posibilidades. Es algo así como tomar lo que no es tuyo y apropiártelo, como por ejemplo tener una empresa y tomar el nombre de la ciudad, sin después tributar en dicha ciudad, como es el caso de “Antofagasta Minerals” (Antofagasta Minerals S.A.. Av. Apoquindo 4001 – piso 18, Santiago – Chile Teléfono: +562 2 798 7000).

Ser arrogante es adueñarte de una ciudad y usarla a tu antojo para lo que se te ocurra. Es actuar sin consultar a tus vecinos si lo que haces les molesta o no. Como por ejemplo lo que ocurrió con la empresa de Luksic, Antofagasta (de nuevo tomó el nombre) Terminal Internacional (ATI), que decidió construir un galpón para almacenar más de 90.000 toneladas de concentrado de cobre en el centro de la ciudad, aun sabiendo que con la existencia de contaminación histórica (el mismo Luksic la reconoce) esto podría afectar aún más los vecinos que vivimos aquí. Eso hizo la familia Luksic (que es dueña del 66% de esa empresa, a través de su filial Antofagasta Mineral y SAAM –que es de Quiñenco). Instaló un galpón que vino a aumentar la contaminación sin consultar a la ciudadanía.

Ser arrogante es apropiarte de la verdad y querer instalarla a tu antojo, escuchando sólo lo que le interesa y exponiendo a medias lo que ocurre. Ser arrogante es adjudicarse parcialmente las mejoras en su operación olvidando que fue la ciudadanía la que le obligó a hacerlo. ATI, antes del movimiento social #EstePolvoTeMata no hablaba con los vecinos, ni siquiera tenía un área de vinculación con la comunidad. Esta fue creada después de las movilizaciones. ATI desde su creación no había sido fiscalizada, empezó a serlo cuando presionamos a las autoridades a través del movimiento. Producto de tal fiscalización que impulsó la ciudadanía a ATI, se le obligó a cerrar dos galpones que funcionaban pésimo y se le obligó a limpiar las calles y aceras, porque la comunidad científica y el movimiento ciudadano demostraron su responsabilidad, la que ya no puede seguir siendo eludida.

Ser arrogante es insistir en negar la verdad porque no le conviene y transmutarla a su antojo. Por eso nos dice que ATI es un mal negocio que le genera pérdidas, porque su mirada es empresarial, y por eso instala una falsa demanda. El empresario dice que queremos cerrar el puerto, porque no está dispuesto a escuchar a la ciudadanía. Pero si escuchara sabría que lo que se debe cerrar es su galpón, que es el foco contaminante y eso depende de él. Ojalá no fuera arrogante y reconociera que hizo un mal negocio, que empaña el nombre de su familia y daña a las antofagastinas y antofagastinos. Pero acá el dinero puede más: lo que no cuenta el Sr. Luksic es que si el Estado cierra sus operaciones, deberá indemnizarlo y así salir indemne de este problema, que no fue causado por un movimiento social, sino que fueron ellos mismos con su arrogancia.

Sin embargo, si el hombre poderoso debe salir de sus alturas para responder cuando se le increpa, si debe crearse una cuenta Twitter y regalar asados a los que se prestan para su juego, y así parecer amigable, si debe hacer un video como inexperto youtuber para mostrarse bondadoso, es porque en el fondo de tal arrogancia hay una persona que le duele que su ciudad lo cuestione. Y ahí está nuestra esperanza: en el cuento del gigante egoísta, que fue capaz de salir de sí mismo y reconocer a los niños y cambiar por ellos, yo espero que, en esta historia real, el gigante escuche las voces de miles de niños y niñas afectados por su contaminación y actúe en favor de la ciudad que le dio su riqueza.

Sr. Luksic aún tiene tiempo: tome su decisión y termine con la contaminación que lentamente nos está matando.

(*) Ricardo Díaz es consejero regional de Antofagasta y militante de Revolución Democrática.

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