La CELAC y Unasur son imprescindibles para salir de la crisis

Por María Luisa Ramos Urzagaste

Por Sofia Belandria

10/12/2020

Publicado en

Columnas

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Las organizaciones internacionales que lideran, por ahora, las soluciones de la actual crisis mundial son el G20, el FMI, el Banco Mundial y grandes corporaciones transnacionales como la de Bill Gates. ¿Estarán genuinamente interesadas en buscar soluciones globales y sacar a todos del fondo del pozo?

El FMI, el Banco Mundial y la Organización Mundial del Comercio, OMC, de manera sucinta, pueden ser caracterizadas como las instituciones globales destinadas a sostener y fortalecer el actual sistema de poder de un puñado de transnacionales y de unos pocos países y sus élites, lo que ha resultado en una mayor desigualdad y la actual crisis climática. 

Por otro lado, hablando de nuestra región latinoamericana y caribeña, desde la creación de la OEA en 1948, (apenas finalizada la Segunda Guerra Mundial y cuando se perfilaba el mundo bipolar) dicha organización ha sido siempre un instrumento para defender y expandir los intereses de EEUU. 

La OEA nunca tuvo ni tendrá independencia política frente a la potencia dominante y no cambiará incluso si el actual secretario general, Luis Almagro, deja la Secretaría, pues al fin y al cabo él es apenas el mensajero y la punta del iceberg. 

Evidentemente todas las instituciones de integración tienen razones geopolíticas subyacentes, unas más intensas en afinidades políticas que otras. Pero no será ni la OEA ni el tristemente célebre y extinto grupo de Lima quienes nos ayuden a superar la crisis en la región. 

Hay que decirlo sin rodeos, pues el tiempo y la crisis apremian: sólo la cohesión entorno a la CELAC y la Unasur logrará sacarnos del descalabro que vivimos producto de la crisis multidimensional y pandémica, siempre y cuando esas instituciones se renueven y se readecuen a los nuevos desafíos. 

Las directrices ya fueron diseñadas

En abril pasado, el Comité de Desarrollo del Banco Mundial, BM, y los Ministros de Finanzas del G20 aprobaron la Iniciativa de Suspensión del Servicio de la Deuda (DSSI) en respuesta a un llamado del BM y el FMI para otorgar la suspensión del servicio de la deuda a los países más pobres para ayudarlos a manejar los impactos de la pandemia del COVID-19. 

Es más, el FMI y el BM apoyan la implementación de la DSSI mediante el seguimiento del gasto, es decir, darán directrices de cómo y dónde gastar. Asimismo, se comprometen a «ayudar a los países a tomar decisiones sobre préstamos e inversiones y atraer inversión extranjera directa». 

El Banco Mundial ha hecho pública la lista de países que aplican a la DSSI y ahí no figuran la mayoría de los países de Latinoamérica y el Caribe. Y algunos de los países pobres que son parte de la lista, como Haití, Honduras y Nicaragua, «no aplican» para beneficiarse de la DSSI.

Hablemos sin rodeos, esa medida en realidad lo que hace es darle un poco de oxígeno a los países pobres, para que luego puedan pagar esos servicios de la deuda. Es solo una postergación, pero la medida ha tenido una amplísima difusión como si se tratara de una gran solución.

La hueca solidaridad del G20

En la cumbre del G20 celebrada recientemente, dicho club expresó que «están comprometidos a liderar el mundo en la configuración de un pos-COVID fuerte, sostenible, equilibrado e inclusivo».

En dicho evento la Unión Europea expresó que apoya la Iniciativa DSSI, incluida su extensión hasta junio de 2021, pero cabe reiterar que se trata solo de una suspensión. Su «solidaridad» no le da para más.

Para quienes aún tienen dudas de lo que realmente es el G20, recordemos que es una organización que nació como una necesidad de sostener y expandir el modelo neoliberal, que favorece solo a un grupo de países y sus élites. En suma, reúnen el 85% del producto bruto mundial, pero claro, esa riqueza está en manos de unos pocos, y no precisamente distribuida equitativamente entre su población. 

Por cierto, los miembros del G20 son los países más contaminantes y por tanto responsables del actual cambio climático y de sus actuales y futuras consecuencias. 

En este contexto, cabe preguntarse: ¿acaso serán los países del G20, el FMI y el BM los llamados a solucionar esta crisis, y quienes digan qué hacer y cómo salir de la misma? 

El FMI, fiel a sus orígenes y roles, elaboró un informe del estado de situación en el mundo para el G20. Al leerlo uno piensa, que hubiese sido bueno si esa nota hubiera sido enviada a los ciudadanos del mundo, no solo al G20. 

El FMI se esmeró en hacer un interesante resumen, para conocimiento de los líderes del G20. La imagen que se pinta de ese análisis genera pesadumbre, pero pide que seamos optimistas.

Dicho informe advierte lo que ya sabemos, que el virus dejó a decenas de millones desempleados, especialmente entre personas poco calificadas, mujeres y jóvenes y que es probable que el subempleo persistente y el cierre de escuelas perjudiquen al capital humano; y el exceso de quiebras puede erosionar los conocimientos técnicos y la productividad. 

Agrega, asimismo, que el aumento de la deuda se sumará a los desafíos en el futuro. Además, afirma que la incertidumbre y los riesgos son excepcionalmente altos.

Rusia advierte sobre medidas insuficientes

En la cumbre del G20, el presidente ruso Vladímir Putin dijo algo que vale la pena subrayar: las medidas propuestas en el G20 se aplican solo a los países más pobres y no incluye sus deudas con los acreedores privados, y afecta a menos del 4% del costo total del servicio de las deudas de los países en desarrollo este año.

Putin afirmó categóricamente que «se necesitan medidas adicionales para evitar un empeoramiento de la situación y el aumento de la desigualdad económica y social».

Asimismo, agregó respecto a la pandemia que «no hay duda de que los medicamentos para la inmunización deben ser de dominio público» y que su país, Rusia, está listo para proporcionar a los países necesitados las vacunas desarrolladas por sus científicos.

Quieren frenar la avalancha

Es claro que el FMI prevé en el futuro próximo una profundización del descontento y desea evitar un alud de convulsiones e inestabilidad internacional, lo que puede desestabilizar aún más el sistema económico y político imperante. 

Los organismos financieros internacionales como el FMI, BM y los países que lo dirigen, buscarán reciclar el neoliberalismo, mientras tanto usarán la maquinaria de los estados para revitalizar la economía de las grandes empresas y buscar la flexibilización de las reglas de inversiones directas para beneficiar a los grandes capitales transnacionales. 

El presidente de EEUU, Donald Trump, por su parte, promovió el aislacionismo de su país, desestimó el multilateralismo y se empeñó en empoderar a sus empresas, promoviendo el retorno de sus capitales a territorio norteamericano. Pero eso no necesariamente implica una autarquía ni renegar del modelo neoliberal.

Si Joe Biden asume el Gobierno, no tendría que retornar al escenario anterior a Trump. Al contrario, va a tener la mesa servida, pues el trabajo sucio ya lo hizo su predecesor. Es iluso pensar que vaya a «retroceder» en algunas medidas trumpianas. 

No se debe caer en la ilusión de que el neoliberalismo (que ha exacerbado la pobreza) ha acabado. Al fin y al cabo, es un instrumento que ha servido para mantener a ciertas élites y corporaciones transnacionales en el poder y enriquecerse sin límites. 

Quienes detentan el poder financiero, económico y político en el mundo, ahora irán con todo a usar el Estado para sus propios fines, endeudándolo aún más. Ese es el peligro que se cierne sobre nuestros países y los más vulnerables.

Entre tanto, en las calles del mundo, hay gente protestando, sin un futuro esperanzador. Eso lo entienden bien el FMI y el Banco Mundial, por eso han tomado algunas medidas, que se asemejan a paños tibios para aliviar a un enfermo que está al borde del colapso. 

Es iluso esperar más de estos organismos, pues por su propia naturaleza, no pueden ir más allá; tampoco será el G20 quien nos saque de la crisis. No es precisamente el altruismo lo que subyace en sus orígenes.

Integrarse para salvarse

Ante esta situación la CELAC y la Unasur están obligadas a revitalizar su rol como espacio político para coordinar acciones conjuntas en labores apremiantes. 

Por lo pronto, la ONU ha convocado a una reunión de alto nivel para tratar temas del COVID-19, para los primeros días de diciembre, ojalá América Latina y el Caribe puedan coordinar acciones hacia esa reunión y otras futuras. 

Los nuevos liderazgos latinoamericanos, como el de Argentina, México y Bolivia, que recientemente se reintegró a dichos organismos, deben aunar esfuerzos para levantar a la CELAC y Unasur, que han sido venidas a menos por intereses políticos foráneos. Urge renovar esas organizaciones, buscar puntos de cohesión en bien de la región porque no hay otra salida.

Por María Luisa Ramos Urzagaste

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