La complicidad pasiva

           Durante los últimos tiempos hemos escuchado reiteradamente instaurado el término de Complicidad Pasiva para referirse a quienes sabiendo no quisieron ver, o a quienes viendo no quisieron escuchar ni socorrer a nadie más que a sí mismos

Por Director

30/09/2013

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Columnas

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           Durante los últimos tiempos hemos escuchado reiteradamente instaurado el término de Complicidad Pasiva para referirse a quienes sabiendo no quisieron ver, o a quienes viendo no quisieron escuchar ni socorrer a nadie más que a sí mismos. El término es decidor y grafica sutil y certeramente a ciertos personajes que señalan tan a menudo y muy sueltos de cuerpo en nuestra reciente historia las reales dimensiones y el preponderante volumen de la inacción, la indolencia y la desidia, y que bien pudo evitar en nuestro pasado el desolador panorama que se fue sembrando por nuestra fértil y granada comarca, por nuestra larga y angosta tierra dolorida. Tal vez esa era la urbe mercantil de la revolución silenciosa, la de la chorreadura, que nadie supo cuándo ni cómo se transformo en un pedregal de fantasmas, de hombres y mujeres perdidos en una larga noche sin fin, y sin encuentros.

  Sin embargo, muchos aún no entienden que posteriormente, con el paso de los años y con el retorno de la soberanía democrática no se hiciera un poco más, no se corrigieran rumbos, ni se cerraran los desagües ni los vertederos de tanta tenebrosa oscuridad y se terminara validando un sistema y un molde al mejor estilo de apartheid, que exprime y aplasta, abusa y agrede cotidianamente a los ciudadanos con aquella añeja monserga de dejar hacer y deshacer a la mano invisible de la usura y la ganancia abusiva, y que bajo esa premisa el mercado regule todo ámbito de cosas.

No es casual que hoy por hoy haya tantos ciudadanos indignados en las calles. Y con razón, seguramente habrá más. Porque aún con todo lo que nos ha sucedido, aún con tantas sombras y cicatrices adosadas a nuestra reciente historia, aún con tanta sangre derramada no hayamos buscado nuevas y creativas respuestas y siga perdurando tanta complicidad pasiva sin la más mínima tentativa para corregir el rumbo ni las injustas derivas sociales, es que quizá algo está fallando. O la panacea de la mano invisible del mercado es una falacia, o simplemente no existe.

El que varios grupos de cadenas farmacéuticas acuerden concertadamente cobrar precios muy por sobre lo normal o no entreguen a público todos los medicamentos disponibles, sino solo los que quieren vender –por supuesto lo más onerosos- y nadie diga casi nada; el que hoy un individuo con suficiente dinero pueda obtener en una simple compraventa no solo vastas extensiones de territorio, sino que además -si lo desea- pueda adquirir una provincia completa y pague menos impuesto que el dueño de un DFL2 es que algo anda mal; o que a los gerentes de una tienda que implementaron una trama que aún no ha sido prohibida para reprogramar sin consentimiento a millares de consumidores, se les otorgue como sanción la pena aflictiva de asistir a clases de ética -algo que amedrentaría a cualquiera-, es que algo no anda bien; o que a un pobre habitante que concurre a un servicio de urgencia a las cuatro de la mañana se le cobre una tarifa de siete mil pesos porque podría estar abusando de los estacionamientos, pese a que cuenta con un comprobante de atención médica de urgencia, y en virtud que precisamente son las empresas de salud privada quienes obtienen las mayores ganancias anormales del país, por lejos como en ningún país en Latinoamérica, o cuando las concesionarias de nuestras autopistas hacen y deshacen con los múltiples cobros, y nadie dice nada; o cuando el banco de todos los chilenos vacía millares de libretas de ahorro y obtiene una multa mucho menor a todos los ingresos percibidos en forma ilegítima y arbitraria, y sin entregar un juicio, un argumento sólido que justifique tales actos es que entonces, a lo menos, se hace necesario e imprescindible hacer una revisión completa al sistema.

Asimismo, y a propósito del banco de todos los chilenos, sería de extrema utilidad que esa misma entidad transparentara la apertura de “créditos destinados a campañas políticas”, y si dichos créditos están disponibles para todos los candidatos, a fin que compitan en igualdad de condiciones, o si tal vez, tiene un límite de monto regulado por la SBIF. En cualquier partida de juego competitivo, habitualmente, la cancha es pareja y tiene las normas y dimensiones claramente definidas.

Todavía no es tarde para corregir el rumbo. Incluso queda tiempo para que se puedan incorporar en los programas de campaña los detalles y tipos de reformas que se tienen pensadas implementar. Aunque sea a través de una Asamblea Constituyente. Aunque, claro, algunos se oponen. Como si en la constitución de 1925, previa a la dictada en 1980, se hubiera establecido el mecanismo de “golpe cívico militar” para perfeccionarla, o se hubiese indicado una “comisión de notables” con ideas a ultranza para reformarla, bajo ciertas presiones, claro, como el estado de sitio, el toque de queda o el gran pavor diseminado por los servicios de inteligencia, a través de los campos de detención y terror.

Es ahora, en los momentos de madurez republicana, cuando se tiene que avizorar el futuro, un futuro que nos espera con mayor lucidez y esperanza. Hoy por hoy pocos entienden que la mayor parte de los indignados, digamos la masa crítica, tiene en promedio menos de veinte años, y nos les falta sensatez o claridad asertiva por ello. Entonces surge y asoma una pregunta, una interrogante se formula: ¿seremos, entonces, nosotros los cómplices pasivos? O bien, ¿seremos los eslabones de un país más equitativo y de más extendido bienestar para sus ciudadanos?

Es ahora, en los momentos de serenidad y sensatez, cuando nuestros dirigentes deben abordar el arte de acometer los temas complejos y difíciles con respuestas simples, sutiles y visionarias. La respuesta obtenida y su implementación irá modelando el país que deseamos, pero sin duda la tendremos que elaborar en conjunto…ardua y comprensivamente nosotros mismos.

Por, Emanuel Garrison

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