La grandeza de la provincia

Nos enteramos, a veces, cómo la provincia se hace presente, en un país tan paradójica y desmesuradamente centralista como el nuestro

Por Wari

19/05/2016

Publicado en

Columnas

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vila2Nos enteramos, a veces, cómo la provincia se hace presente, en un país tan paradójica y desmesuradamente centralista como el nuestro. El hecho de que ya existan algunos medios que se definen orgullosamente como algo provincial o regional, es esperanzador, claro. Los tenemos en todas partes, desde Arica a Magallanes, como diría algún locutor prehistórico de los cuales, claro está, nos acordamos siempre, y dan cuenta de esa cotidianeidad imposible de entrever, siquiera, por la metrópoli.

El ¿qué somos? ¿de dónde venimos?, son algo obvio para cualquier habitante de la provincia que se precie de tal. El ¿adónde vamos?, tiene importancia, por supuesto, pero no es el meollo del asunto, por cuanto no hemos definido aún ninguna de las dos preguntas anteriores. ¿Somos siquiera una pregunta, por no ir más allá, para los manipuladores de la unidad nacional? ¿Somos apenas una realidad fácilmente incitadora al compendio nacional de lo que somos? ¿Una promesa? (¿de qué o para qué?, por cierto). En este país, como en otros países latinoamericanos, el problema de la unidad nacional va unido al problema de la identidad nacional. Problema, por seguro, nada fácil. ¿Tiene algo que ver la identidad con la unidad nacional y viceversa? Es algo complicado. La identidad tendría que ver con el Ser de la nación y la unidad con una cuestión política, de fuerza (valga la redundancia). Alguien puede decir que ambas son la misma cosa, otros, que ninguna de las dos pueden colocarse en el mismo lugar de la proposición. No vamos a discutir de eso aquí, porque rebasa cualquier límite y cualquier pretensión. Sólo diremos que Chile (por eso estos comentarios) es un país horrorosamente centralista. Como dice el poeta y editor Arturo Volantines de La Serena, esa es la real y más espantosa dictadura a la que tenemos que hacerle frente.

Lo saben en todas las provincias de Chile, salvo en la capital, no faltaba más. Suelen sorprenderse que, en Chiloé, algo como la marea roja se expanda y se repita doblada por las contaminaciones de siempre y, sobre todo por las salmoneras a quienes no les importa verter sus basuras y podredumbres a un mar que es el sustento de varias comunidades. No interesan aquí las discusiones sobre si los salmones descompuestos y llenos de antibióticos y mierda incidan o no en el desastre ambiental porque eso forma parte del fenómeno del niño que trae consigo a la marea roja, claro. Y además, seamos modernos, eso no tiene mayor incidencia en la marcha del Espíritu neoliberal. Aquí el problema, y que se repite a lo largo de Chile, es el abandono. Ya lo sabemos, Chile es un país lleno de pueblos abandonados. Y a nadie, de este país, le importa. Los intendentes, los gobernadores, impuestos por el Estado de Chile, suelen no sólo “hacerse los lesos”, sino que, en función de sus intereses politiqueros y de poder (valga la redundancia) se genuflectan frente al poder central. Porque en todo este largo país de desastres sólo se acata o vale lo que viene de la metrópoli, y en todo orden de cosas, un ejemplo claro: las universidades, sus sedes funcionan en función de ese esquema. Todo hay “que preguntarlo” a la sede central, en Santiago, claro. Se hacen interminables claustros para definir el espíritu de dichas universidades y todo queda igual. Y la tan cacareada “calidad” se va al soberano cuerno.

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Sabemos que, sin embargo, hay quienes reflexionan a partir de su entorno, no tan estrecho como querrían algunos, porque la provincia y los lugares situados en la península de lo menor tienen más identidad que la grandeza de las naciones. Estas últimas existen por una voluntad de designación y de poderío. Las otras no buscan poderío y menos designación. Ellas existen porque hay una necesidad de intercambio y de comunidad, más allá o más acá del Ser nación con el cual se llenan la boca los estafadores y los prestidigitadores que ya conocemos. La provincia es una realidad, la Nación es una imposición de los mandamases de siempre que sólo creen en su propia ganancia. Pero, a pesar de todo, vemos los empoderamientos de Chiloé, Tocopilla, Puchuncaví, Quintero, la región de Coquimbo, Magallanes y muchos más, entonces queda claro que algo está pasando a la base de la sociedad. Eso tiene que hacerse fuerza y posibilidad. Fuerza en términos políticos y posibilidad en términos sociales y culturales. El actual intríngulis sobre la Asamblea Constituyente se muestra como un escamoteo, de parte de las clases dirigentes que, sin ir más lejos, sólo están preservando su re-producción. No hay nada más fácil que una Asamblea Constituyente, basta con quererla si así es la voluntad del pueblo. Los primeros artículos del Código Civil (redactado por Andrés Bello) dejan claro que la soberanía reside en el pueblo. Nación o pueblo, claro es, pero ¿qué es una nación?, digamos que es el pueblo organizado. Y dejémoslo hasta ahí para no seguir en una discusión infinita que, por supuesto, debemos tener en cuenta pero que, al final, no definen las constituciones. Sorry.

Por eso, creo, en función de mis convicciones, que Chile será una república federal o no será, como lo querían Ramón Freire, José Manuel Infante, Francisco Bilbao, José Miguel Carrera Fontecilla, Pedro Pablo Muñoz, Pedro León Gallo o el pedagogo anarquista Pedro Nolasco Arratia. Y como lo queremos muchos de los que nos hemos dado cuenta que esta república se acabó. Hay que refundarla. Al menos, esos próceres tenían claro que lo mejor era por otro lado.

No es menor tener en este bando a esos personajes.

Por Cristián Vila Riquelme

(el autor es escritor y doctor en Filosofía por la Sorbonne de Paris, y Académico en la Universidad Central de Chile, sede La Serena)

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