La pérdida de Margot Loyola y la importancia de mejorar nuestros archivos orales

Esta semana el país sintió la pérdida de la folclorista Margot Loyola

Por Carlos Montes

09/08/2015

Publicado en

Columnas

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Esta semana el país sintió la pérdida de la folclorista Margot Loyola. En diversos medios de comunicación han destacado la incesante, concienzuda y diversificada labor que asumió de manera genuina, recorriendo el norte, centro, sur de Chile, interesándose también por la tradición, memoria y el folclor que caracteriza a la lejana, pero chilena Isla de Pascua. En algunos medios de prensa han señalado cómo la investigadora popular deja inconclusos algunos proyectos, entre los que destacan un volumen sobre los juegos tradicionales chilenos, una biografía de ella construida a partir de los textos de periodistas desde 1939 a la actualidad, un viaje etnográfico realizado a Chiloé, entre otros. Y si bien, ya se ha señalado por parte de la familia que las obras continuarán siendo publicadas de manera póstuma, resulta admirable el nivel de producción de conocimiento cultural popular y el ardiente deseo de re-transmitir a las nuevas generaciones que la autora tenía pese a su longeva edad.

“El último eslabón de la cultura popular”, “La última folclorista y etnógrafa que el país ha tenido”, son algunas de las frases que se han asomado en estas semanas. Lo cierto, es que pese a existir un fondo que contiene colecciones, partituras, fotografías, registros y una diversidad de documentos relacionados con la música chilena, la tradición oral y el entorno cultural que rodeó y que significa Margot Loyola, tras su pérdida, también queda en una especie de ausencia al no haber registrado y armado un mejor archivo sobre el saber y el conocimiento que era la artista. Con ella, se van un sinfín de detalles, anécdotas y repertorios que no fueron sistematizados y ni siquiera, puestos en conocimiento. Así como Margot, otros saberes y conocimientos populares sobre Chile no han sido reconocidos o reivindicados a tiempo, extraviando, perdiendo, omitiendo y peor aún, no documentando a tiempo, otras aristas de nuestra tradición, de nuestra memoria; de nuestra identidad nacional.

La voz y la palabra son parte intangible y potente de nuestro patrimonio nacional, son un tesoro humano vivo que también nos habla y cuenta acerca de lo que somos y hemos sido, de lo contado y vivido, que de mano de sus protagonistas, merece y debe ser documentado. En ese sentido, lo que se evidencia tras la muerte de la folclorista, no es sólo su pérdida humana, sino la profunda necesidad de potenciar, ampliar y mejorar los archivos orales que el país detenta y que podría llegar a tener. La historia oral no es sólo una técnica o forma específica que ha nacido al alero de la Historia Contemporánea. Tampoco se ocupa de manera única a la recuperación de testimonios de personas que vivieron en otra época, que de no resguardarlos, se pierden o extinguen entre los resabios de la memoria, el tiempo y el espacio. La historia oral da pistas y respuestas a problemas que se evidencian cuando se ausentan fuentes escritas o conocimientos ya compendiados por Historiadores, Periodistas, Antropólogos, entre otros. La historia oral y los archivos que se gestan a su alero, permiten iniciar nuevas investigaciones, mejorar perspectivas de análisis, dar nuevas luces y visiones sobre uno o varios acontecimientos. Como señala Paul Thompson, la historia oral y la gestación de este tipo de archivos, puede ser un instrumento para transformar el contenido y el objeto de la historia. Abriendo así áreas de investigación, rompiendo barreras entre generaciones, las instituciones educativas y el resto de la sociedad.

El proceso de escribir la historia con el apoyo de los archivos orales, puede y coloca a sectores de nuestras sociedades que fueron parte de la historia y que los relatos oficiales invisibilizan y omiten de una manera silenciosa pero evidente. Visto incluso desde la museología, el archivo oral también resulta ser una herramienta de rescate y preservación de nuestro patrimonio cultural intangible y porqué no, del tangible también. Es deber del Estado y sus instituciones culturales avanzar en términos legislativos, del resguardo de derechos de autor en esta materia, e impedir la pérdida de nuestro patrimonio de mano y voz de sus protagonistas. La ampliación de contenido y actores sociales no puede ni debe estar sujeto a la obtención de recursos por medio de concursos. Deben existir esfuerzos reales que en la misma línea, apunten a la ampliación de estos mismos archivos ya existentes. Las instituciones públicas deberían amparar, facilitar y patrocinar la generación de trabajos de campo de este tipo y otros, a partir de las tesis finales de estudios de múltiples carreras propias de las Humanidades y las Ciencias Sociales, por ejemplo. Si no sabemos reconstruir, apreciar, educar y enseñar acerca de nuestro patrimonio pasado y mantenemos las actuales herramientas, esquemas educativos y museografías, ¿Cómo podemos pedir y exigir a la generación del futuro que lo reconozca, valore, identifique y preserve?

Hugo Ramos Tapia

Licenciado en Historia

Estudiante Magíster en Historia y Gestión del Patrimonio Cultural

 

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