La postura constituyente (1)

“Es a los esclavos, no a los hombres libres, a quienes se premia por su buena conducta” Baruch de Spinoza; Tratado de la Autoridad Política No es necesario repetir lo que ya se ha dicho hasta la saciedad, pero sí destacar que la enorme movilización social que comenzó el 18 de octubre de 2019 no […]

Por Wari

11/11/2019

Publicado en

Columnas

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“Es a los esclavos, no a los hombres libres, a quienes se premia por su buena conducta”

Baruch de Spinoza; Tratado de la Autoridad Política

No es necesario repetir lo que ya se ha dicho hasta la saciedad, pero sí destacar que la enorme movilización social que comenzó el 18 de octubre de 2019 no va a parar hasta que renuncien todos los que son parte interesada de esta abusadora e ilegítima república neoliberal. Pero lo que, a mi juicio, es una característica fundamental de esta rebelión popular es que no hay líderes ni dirigentes, y ese “espontaneísmo” tan temido y denostado por los analistas tradicionales de los procesos sociales, se ha instalado como aquello que da la razón a quienes no temen la soberanía popular y que suele ser la manifestación concreta de la famosa multitudo spinozista o de la práctica de la no menos famosa horizontalidad de los teóricos y luchadores anarquistas.

Hay dos exigencias que poco a poco han tomado el rol protagónico de estas movilizaciones ciudadanas, esto es, una nueva Constitución (ordenamiento político y jurídico de la República) y el fin de las AFP (sistema de pensiones y respeto real a los trabajadores jubilados). Eso para comenzar, puesto que estas dos exigencias conllevan como supuesto, además, el cuestionamiento inflexible del actual sistema neoliberal y por ello, la reflexión sobre qué educación queremos (planes de estudio, desarrollo de la convivencia, de la creatividad y de la inteligencia), cuál sistema de salud es el más justo y adecuado para las necesidades de la población (atención gratuita y eficaz en consultorios y hospitales, fin a la colusión de las farmacias y los laboratorios), qué tipo de ordenamiento laboral debe regirnos (horas de trabajo semanales, sueldo mínimo aceptable), disposiciones tributarias (reparto justo y racional de los impuestos, fiscalización efectiva de la utilización de ellos), puesta en relieve de la cultura y del patrimonio histórico (respeto y estímulo a la creación, reconocimiento de los procesos culturales e históricos en el desarrollo de la nación). Cuestiones para nada secundarias, porque ellas son las que, en definitiva, hacen de nuestra experiencia cotidiana algo que vale la pena vivirse.

La elaboración de una nueva Constitución implica, necesariamente, la consideración de una nueva República o, dicho de otra manera, de un nuevo Pacto Social. Y este es la expresión del deseo ciudadano materializado en una Carta que, sin ser divina o trascendente, va a regir el ordenamiento político y jurídico de la nación ―o de la sociedad de la que formamos parte―. Porque cuando nos preguntamos qué es el Derecho en cuanto tal, podemos respondernos que es aquello que la sociedad se otorga a sí misma para regirse en lo que es la vida en comunidad (y en ese sentido tiene Kelsen* razón cuando hablar de Estado de Derecho le parece una redundancia). Por eso es importante pensarse como comunidad y como ciudadanía, como partes de una multitud soberana y en génesis permanente, como un Otro antes que como un mero Yo.

Maese Spinoza** hablaba en su Tratado de la Autoridad Política (TP) para referirse, en tanto necesidad, a las alternativas de lo humano, demasiado humano, esto es, al Estado Natural o vida natural, es decir, definiendo que «todo aquel que se halla en el estado natural, sólo mira por su utilidad y según su propio talante; decide qué es bueno y qué malo teniendo en cuenta su exclusiva utilidad; y no está obligado por-ley alguna a obedecer a nadie, sino sólo a sí mismo», y al Estado Social o vida en sociedad, que postula que «para que los hombres puedan vivir en concordia y prestarse ayuda, es necesario que renuncien (cedant) a su derecho natural y se den garantía mutua de que no harán nada que pueda redundar en perjuicio de otro». Pues bien, traer a colación en este debate a un filósofo como Spinoza no es, evidentemente, gratuito. Dadas las características que han mostrado las últimas movilizaciones sociales de nuestro país, con sus exigencias y convicciones, y con la brutal represión por parte de las fuerzas policiales del Estado y la ninguna comprensión ni inteligencia del gobierno de turno, creo que el tener presente a este ineludible pensador ético y político es no sólo mostrar su permanente actualidad, sino que dejar sentada la permanente actualidad de las manifestaciones ciudadanas y de la soberanía popular. Una sociedad está siempre en construcción, está siempre en proceso, a menos que queramos el anquilosamiento de la energía y del deseo ciudadanos por el supuesto mito de la unidad sustancial de la totalidad social. O, para seguir con el Spinoza del Tratado Político: «Cuando decimos, pues, que el mejor Estado es aquel en que los hombres llevan una vida pacífica, entiendo por vida humana aquella que se define, no por la sola circulación de la sangre y otras funciones comunes a todos los animales, sino, por encima de todo, por la razón, verdadera virtud y vida del alma».

Ahora bien, es en ese sentido o teniendo en cuenta ese sentido, que podemos hablar de un Poder Constituyente y de un Poder Constituido. El universo político suele basarse en la fuerza (y en el cálculo y la astucia que le son innatos), por esa razón, entonces, hay que tener en cuenta con mayor actualidad y razón, que el proceso constituyente que este país reclama y necesita, debe ser capaz de superar el mero ejercicio del equilibrio de fuerzas o de la expresión de la fuerza desquiciada, para elaborar una Carta Fundamental, en el sentido de lo que Kelsen postulaba como vértice de la pirámide jurídico-social, que dé cuenta de lo que la multitudo decide dotarse para una vida en común. O dicho, una vez más, con Spinoza: «Hay que señalar, sin embargo, que, cuando digo que el Estado está constitucionalmente orientado al fin indicado, me refiero al instaurado por una multitud libre y no al adquirido por derecho de guerra sobre esa multitud. Porque una multitud libre se guía más por la esperanza que por el miedo, mientras que la sojuzgada se guía más por el miedo que por la esperanza.» Pues el Poder Constituyente es aquel que está siendo, que está llamando a organizarnos libremente, es esa necesidad de democracia radical o directa que manifiesta el deseo de la multitud, de su potencia como tal, porque «si existe realmente la autoridad rigurosamente absoluta, sin duda que es aquella que es detentada por toda la multitud» (Spinoza; TP). Y esto es lo que constituye la diferencia entre la democracia representativa (esta que nos rige) y lo que sería la democracia participativa, donde se consagran el respeto y la expresión de la soberanía popular en todo lo que ella significa.

En ese sentido, la absoluta necesidad de lo que se ha dado por llamar Asamblea Constituyente es la oportunidad para que los ciudadanos de este país consagren la posibilidad de una democracia real, que permita el ejercicio ciudadano a cabalidad (en el cual está contenido la posibilidad de la revocabilidad de los representantes, de los instrumentos eficaces de fiscalización y control de los mismos, de la consulta ciudadana o plebiscito cada vez que la situación así lo requiera, de que la vida en sociedad tenga sentido por sobre las ambiciones o intereses personales). Por eso es un absurdo garrafal el tenerle temor a la participación ciudadana, a las manifestaciones de la multitud, porque mientras ellas puedan ser manipuladas por las delicias de la presunta representación democrática parece no haber temor, pero cuando se pide o exige una participación real, una interpelación concreta de las instituciones y de su funcionamiento, la clase política toda entera siente que se abre, irremediablemente, un abismo bajo sus pies que los deja sin privilegios y sin justificación de vida.

Por eso, también, destacaba la originalidad de esta movilización ciudadana en lo que respecta a que no hay líderes ni dirigentes que pudiesen, eventualmente, “negociar” alguna “salida” a la crisis. La consigna ya coreada en manifestaciones anteriores en otras partes del mundo: “El pueblo unido camina sin partidos” parece demostrar en la práctica cotidiana toda su innegable realidad. Sería imperdonable que, una vez más, se pasara por encima de la expresión constituyente de la soberanía popular, consagrada, por lo demás, en la definición misma de pueblo y de nación.

*Hans Kelsen, 1881-1973, jurista y filósofo austríaco, autor de la célebre Teoría pura del Derecho, base fundamental del iuspositivismo.

**Baruch de Spinoza, 1632-1677, filósofo holandés de origen sefardí hispano-portugués, autor de la célebre e inagotable Ética.

Por Cristián Vila Riquelme

Algarrobito, noviembre 2019

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