La realidad tras la realidad

Cuando llegué por casualidad a la lectura de “Nadie vio Matrix” me puse a reflexionar sobre la teoría de Graziano, acerca de la existencia de una realidad tras la realidad

Por seba

25/11/2013

Publicado en

Columnas

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OLYMPUS DIGITAL CAMERACuando llegué por casualidad a la lectura de “Nadie vio Matrix” me puse a reflexionar sobre la teoría de Graziano, acerca de la existencia de una realidad tras la realidad. Al igual que en el filme que inspira el nombre del libro, vivimos una realidad no develada ante nuestros ojos.

Y este planteamiento no es ciencia ficción. Veamos bien. Nuestro país tiene un alto crecimiento y vivimos en un régimen democrático, argumentos que bastarían para demostrar que somos un pueblo libre y feliz. Nada más alejado de la “realidad”.
Si bien es cierto, el establecimiento del modelo neoliberal impulsó el crecimiento económico del país y la democracia nos liberó del autoritarismo, esto no significa que hayamos dejado de ser pobres o que seamos libres. Muy por el contrario, somos esclavos sin saberlo, estamos bajo el yugo de un opresor invisible, que mueve al mundo y es capaz de corroer el alma del hombre o la mujer más noble.

El dinero es el nuevo dictador que nos subyuga. Lo vemos a diario, en todo acto de nuestra vida cotidiana. La lógica maquiavélica de conseguir riqueza a como dé lugar –pues el fin justifica los medios–, amenaza nuestra supervivencia como sociedad humana. El dinero es el fin y obtenerlo justifica incluso la destrucción de nuestro planeta y la mercantilización de nuestros derechos.

Somos un país en vías de desarrollo. La ciudadanía debería festejar por nuestro progreso, sin embargo, la convulsión social crece, como síntoma de una clara enfermedad que ataca a nuestra nación. Somos “aparentemente” menos pobres que hace cuatro décadas, más libres después de la dictadura, más felices y con más oportunidades que nuestros abuelos.

¿Es esto “real”? Si el chileno promedio debe tres veces su sueldo en créditos… ¿se puede decir que dejó atrás la pobreza? ¿No es acaso un esclavo de sus acreedores, a quienes debe pagar rigurosamente para no ser embargado y perder la supuesta comodidad que con esfuerzo adquirió? ¿Estamos acaso viviendo el “buen futuro” que nuestros padres se esforzaron por entregarnos? Me atrevería a decir que somos más pobres que nuestros abuelos, que compraban al contado las pocas cosas que tenían en sus casas.

Sobre los grupos emergentes –consumistas acérrimos que intentan tristemente replicar el estándar de vida de las personas más adineradas–, se cierne con mayor fuerza la influencia del sistema. En el afán irracional por “simular” una situación económica superior, entran en la dinámica del crédito como forma de acceder al tan anhelado bienestar y confort que vemos a cada segundo en las propagandas y anuncios comerciales.

Tomás Moulián en su libro “El consumo me consume”, devela con mucha precisión la mecánica del sistema capitalista. Se genera una enorme producción que debe ser rápidamente traducida a dinero y para asegurar que siempre exista demanda, se instala en la sociedad la lógica del consumismo desenfrenado en los diferentes estratos. Ciertamente, la denominada “clase media”, es la víctima perfecta para la aplicación de este experimento social.

Estamos ante un sistema bien asentado en nuestra mentalidad y conducta. Vivir sin crédito, comprar lo necesario, no ver televisión, trabajar por realización personal, ayudar al otro y contribuir al desarrollo de la humanidad, son impracticables en nuestro actual estilo de vida.

Esta “cárcel” en la que vivimos aparentemente libres, se percibe en todos los ámbitos de nuestra existencia. Vivimos enrejados en nuestras propias casas mientras los delincuentes que circulan libremente por donde les place. Los medios de comunicación –controlados por los grandes conglomerados económicos– se encargan de mostrarnos sólo aquello que les conviene. La educación (principal motor de “movilidad social”) es uno más de los bienes de consumo que se pueden adquirir en este amplio mercado que ofrece de todo y “para todos”. Al parecer, la libertad por la que lucharon nuestros padres de la patria, ha desaparecido casi por completo.

Muchos ya están conscientes de la verdadera realidad en la que vivimos. No se trata de entregar una receta para despertar con la “píldora roja” de Morfeo, es simplemente un llamado a la reflexión, un llamado a hacer uso de la única libertad que nos va quedando, la libertad de tomar nuestras propias decisiones.

Puedes elegir enseñar a tus hijos a ser solidarios o competitivos; ahorrar o endeudarte; buscar otros medios de información o creer lo que te dice la tele y los diarios. Todo depende de ti. A fin de cuentas, te pueden mostrar la puerta… pero tú eres quien debe pasar por ella.

Por Giovanka Amaral

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