La tele: otra forma del silencio

Desde muy chico, siempre vi tele

Por Arturo Ledezma

25/11/2014

Publicado en

Columnas

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Desde muy chico, siempre vi tele. Mucha tele. Mis papás nunca le dieron color y consumí desde las noticias del trece hasta los Baila Domingo con la inacabable risa del LaRivera ese. Siempre le creí a ella y a todo lo que decía. Y a pesar de que mis viejos eran y son críticos del poder, que jugaron desde su ciudadanía en resistir a la violencia de la dictadura, igual la tele permanecía prendida por muchas horas, alumbrando en algo mi pieza de allegado, en esa Lota allegada a ese otro Chile que veíamos en la pantalla de 14 pulgadas.

El pulso gregario pareciera siempre salirse con la suya y a pesar de que algun@s nos hemos encapsulado en la soledad de una pieza pensando en lo maldita que es la vida mientras suena el OK Computer, siempre terminamos llamando a alguien para conversar y amistar entre algún schop bien helado. El punto es que la televisión para muchos y muchas, especialmente para los que nos devaneamos en los post 30, significó junto a la radio, una posibilidad inagotable de arrimarse a otros escenarios –aunque no se pareciesen en nada a los propios- y sentirse parte de algo superior.

Los ochenta o La televisión penetra

El silenciamiento cuma que muchos medios de comunicación oficiales han urdido a propósito de la potente movilización de los profesores, y me refiero a los canales que constituyen esta televisión abierta que tenemos, trae de nuevo a la mesa la discusión acerca del rol de la prensa y de los medios por donde se informa y educa la ciudadanía. Porque no hay que ser muy perspicaz para darse cuenta cómo se configuran las parrillas programáticas y las decisiones editoriales, atadas a vista de tod@s, a corporativismos e intrigas teñidas de poder, ambición y acomodos, entonces, enterarse de cómo se fragua la disidencia del magisterio sureño y nortino, de esa disidencia carahuina, sampedrina, iquiqueña o temuquense, es imposible saberlo al prender el plasma de 21, a eso de las 21 horas.

“La televisión penetra” decía Pepe Tapia, viejo humorista de los ochenta y que era parte del pelotón de comediantes que intentaba hacer reír en esa época oscura. La verdad es que no recuerdo si esto lo afirmaba en un sketch de sábado o en una entrevista de ocasión, lo que importa es que esta sentencia es perfecta para entender cómo nuestra historia reciente nos ha sido instalada, en el secreto espacio de una cocina o un living, según los intereses de los mismos de siempre. El viejo Tapia, con o sin querer, siempre lo supo.

 

El desarme

Mi prima Anto, profesora de una escuela rural cercana a Lautaro, desde hace varias semanas se encarga de subir fotos, reenviar comunicados y expresar sus acciones de protesta a través de su muro de Facebook. Al igual que ella, caleta de profes y estudiantes y personas se han encargado de sumar y viralizar los inacabables flujos de información que muestran el desarrollo de una fuerza tan legítima como honesta, de esa fuerza que se desentiende de los gajardismos y de las nuevasmayorías que optaron por una puta tibieza y una cómoda careta.

{destacado-1} Ahora, mientras reviso la web y su oferta al final de otro día urgente, me convenzo y esperanzo en la idea de que todo tiene su maula, todo tiene su qué. Lo siento así porque transito entre cartas abiertas, juicios, memes y columnas rabiosas, expuestas entre las redes; lo creo de este modo, porque me encanto de que mi madrina allá en Temuco, aleona el descontento docente compartiendo en su muro una talentosa versión de una canción de Pandora, interpretada por unas profes de Carahue; sigo sonriente porque me entero, a través de fuentes legítimas y parecidas a lo que yo soy, acerca de realidades como la de México y su pena o como la del Valle del Huasco y su lucha en contra del proyecto Punta Alcalde. Es de esta manera como la televisión y sus discursos oficiales empiezan a ser rebatidos, empiezan a desarmarse.

Carta de ajuste

Es un poco triste desarticular las figuras armadas hace tanto tiempo, especialmente esas que uno trazó cuando era pendejo. Sacarle los velos a un personaje habitual como la televisión, puede significar una fractura a la antojadiza nostalgia, un cornete al imaginario tibio de tardes de cine con té y pan con margarina que ahora resultan una conexión con una reparadora infancia, pero es más urgente conocer y hacerse cargo de cómo esa misma caja caraja, se permite inventarnos una forma de preocuparnos y de vivir asuntos que tal vez nunca quisimos, de sueños que en realidad no son ni nuestros.

El medio es el masaje decía MacLuhan, hueveando acerca de la trascendencia de las formas y la estética de lo mediático. La tele –estoy seguro- nunca ha tenido la culpa de cómo ha sido ideada. El ruido aparece cuando la responsabilidad de su uso, se somete a las intenciones veleidosas del poder, y es precisamente ahí, en donde uno televidente debe hacerse cargo de cachar qué se parece a la manipulación o qué da cuenta de algo parecido a la verdad, a nuestra realidad.

Me dio sueño. Apago la tele.

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