Columna

Life is Life o Te obligo a Vivir Sano

Cuando tecleo, siempre fumo

Por Arturo Ledezma

05/10/2014

Publicado en

Columnas

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LIFECuando tecleo, siempre fumo. Lo hago desde un gusto y un automatismo parido hace bastantes años. Me acuerdo claramente cuando me rendí a este sabroso flagelo con un Life trajinado y, quizás, fue desde la exploración o desde otra modita adolescente, porque según hartos que superamos con creces los treintas, fumar a esa edad era entrar al club de los locos grandes, de esos que seducen lo que se mueva y toman decisiones y conversan mientras juguetean a lo bacán con aureolas o bocanadas. El pucho, en ese entonces, le regalaba un sentido de pertenencia, una seguridad mágica a un pendejo timorato y gordo como yo.

Cambio de folio

El mundo corre, ríe, sufre, envejece. De pronto el escenario lo encuentra a uno canoso, trabajador, cotizante, moroso. Se aparecen los incómodos disfraces de la adultez en un país tan injusto como el nuestro, que se azota entre el mundo inmundo de nuestro empresariado con sus abusos y en nuestra derecha con sus tufillos draconianos que todavía siguen en la defensa de sus bolsillos y en nuestra oficialidad acomodada que habita en la tibieza y el círculo de confort que les alcanza solo a ellos.

Entonces nos suben los puchos y el alcohol en pos de una reforma tributaria tan escupida como defendida. Pero pasa que mi sueldo de profe de Media, que nuestros sueldos de trabajadores, quienes finalmente somos el pedaleo interminable que moviliza a la máquina, siguen estancados como una mala foto vieja. Y con esto no pretendo deslizar defensas al tabaquismo o a la vida licenciosa, porque el mundo desde que se escribe como tal, siempre le ofreció a sus habitantes el contacto con muchas sustancias y a sus posibles experiencias y este mismo mundo desde su origen, también nos permite la posibilidad de decidir si queremos consumirlas o no. Esto tiene que ver con apuntar al castigo como una manera permanente de conducir los hábitos y las conductas, y especialmente, tiene que ver con maquillar las intenciones de una reforma a través de discursos edulcorados como educarnos e invitarnos a vivir una vida sana.

La máscara de las buenas intenciones

Me encanta saber que el aire y los medios alcanzan para todos. Es bacán observar cómo los flancos de resistencia, de cuestionamiento y de crítica a las fuerzas hegemónicas, tienen mayor presencia y resonancia en el escenario actual. El uso de la bici, las energías renovables y no contaminantes, los resguardos a nuestros pillines y bobbys y cuchitos y piolines, la ecología como una fuerza política poderosa, son presencias que se agradecen y que terminan molestando a los cabrones de ocasión. Saber que se piensa la realidad a través de medios como El Reverde de mi compañera, Karen Hermosilla, es profundamente estimulante, ya que abre en el imaginario por el que transitamos, la posibilidad pura de que las cosas andarán mejor.

Y acá entra el pucho y las piscolas, golpeadas con un castigo oportunista, porque aplaudo el que muchos imaginen y luchen, desde su honestidad más natural, por un país más sano, por un país menos amarillo y nicotinoso, pero lo que me merece sospechas y peros es cómo las políticas públicas alimentan idearios rimbombantes con sus anuncios políticamente correctos, olvidando –omitiendo, la verdad- el corregir febles pero trascendentes leyes con que se norman asuntos como el cobre y sus descuidados royalties –póngale ojo a la nota aparecida por acá mismo (ver: Mañana suben los precios de los cigarrillos y el alcohol). {destacado-1}

Es que lo más carajo y lo que creo agotadoramente impresentable, es que se sigan articulando y se sigan alimentando juicios en caleta de nosotros desde el disfraz y la palabra efectista. Prefiero bancarme, apretarme, rebuscarme desde el ingenio las formas de financiar mi mal visto vicio, pero lo prefiero frente a algo parecido a una verdad o a una política honesta. Estoy convencido de que siempre es mejor enfrentarse al color de lo honesto que terminar aplaudiendo las decisiones sospechosas que nacen de una actitud de moda.

El cigarro del estribo

Apago mi último cigarro de la jornada, mientras termino esto. Y lo que me queda más claro aún, es que ellos y ellas, predecibles honorables que defienden y enarbolan sus afanes, jamás han contemplado que los sujetos, los ciudadanos y ciudadanas de muchas aceras y calles de tierra, finalmente nos haremos cargo de encontrar los quinientos, o los cien pesos, con que castigan, obtusamente, los hábitos y decisiones personales. Y por más que se deslicen a través de retóricas de cartón piedra, nunca lograrán un país más sano, más feliz, sino se responsabilizan en remediar los abusos de los de siempre y por fin se hagan cargo de pensar con nosotros, algo más cercano al cómo queremos vivir.

Mañana me compro mi bolsita de tabaco.

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