Los caminos de la oposición

 Para fundar las bases de un nuevo entendimiento político en Chile, es imprescindible distinguir, por un lado, quiénes forman parte de la oposición al actual orden reinante y quiénes no

Por Director

16/06/2015

Publicado en

Columnas

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Adolfo-Castillo Para fundar las bases de un nuevo entendimiento político en Chile, es imprescindible distinguir, por un lado, quiénes forman parte de la oposición al actual orden reinante y quiénes no. Mantener la ambigüedad sólo favorece a los actores que profitan de ese estado e impide avanzar hacia un gobierno democratizador.

Si se observa el escenario en que tiene lugar la lucha política actual, deberá concordarse en que existen dos grandes bloques, en general perfilados y constituidos o en proceso de conformación creciente.

Por un lado, se encuentran los actores políticos sistémicos, esto es, los partidos políticos con representación parlamentaria, sean de derecha, centro o izquierda. Parte de ese bloque forma parte del gobierno estatal. Por otro, los partidos no sistémicos, que adhieren a programas que aspiran cambiar el modelo económico y político chileno, en general, buscan modificar el rumbo seguido desde el plebiscito de 1988 a nuestros días.

Asimismo, debe concordarse que los actores sistémicos están nucleados en la Nueva Mayoría (PPD, PS, PDC, PR, PC, IC) y la Alianza por Chile (UDI, RN). Ambas coaliciones tienen algo en común: no disponen de apoyos en los movimientos sociales, y hoy son masivamente repudiadas por la mayoría de los jóvenes. Sus apoyos electorales han sido logrados gracias a aportes ilegales vía donaciones fraudulentas, por lo que los niveles de confianza social y legitimidad están en los más bajos de los últimos 25 años. Son actores en crisis.

El campo de oposición, de otra parte, es amplio y heterogéneo. Está estructurado por un conjunto de actores políticos y sociales que comparten una idea: poner término a los gobiernos de posdictadura y modificar el rumbo programático de éstos, tornando a Chile en una Estado con una democracia social de derechos, participativa, al servicio de intereses nacionales, antioligárquico, de mayorías, plurinacional, y profundamente democrático. Entre sus actores políticos está el Partido Igualdad, partidos regionalistas en formación, Partido Progresista, Partido Humanista. Junto a ellos, deben sumarse los emergentes colectivos políticos Izquierda Autónoma, Revolución Democrática, Verde y Popular, que pudieren devenir partidos en un futuro no lejano.

En este bloque político cultural en formación se encuentran múltiples movimientos sociales, como el Frente de Estudiantes Libertarios (FEL), Unión Nacional de Estudiantes (UNE), ACES, CONES; agrupaciones ciudadanas como MODATIMA, que luchan por el derecho al agua, comités de vivienda, nuevas centrales sindicales ajenas al oficialismo de la CUT, entre otras.

De cara al acelerado deterioro que sigue experimentando el polo sistémico de la política, cuya transversalidad se expresa, por ejemplo, en el común delito de evadir impuestos para financiar campañas, o estigmatizar y criminalizar a los movimientos sociales, las fuerzas políticas y ciudadanas que emergen tienen ante sí la responsabilidad histórica de avanzar en entendimientos políticos de cara a ocupar con nuevos estilos y transparencia, alcaldías, diputaciones, senaturías, y por cierto un eventual gobierno del pueblo.

Por cierto, tales diálogos políticos están teniendo lugar y avanzan los acuerdos sobre bases programáticas y estrategias electorales. No será tarea fácil, no obstante, el deterioro en la gobernabilidad actual hace muy difícil enmendar rumbos a la clase política en el poder y su futuro no es sino de decadencia progresiva.

A diferencia de situaciones anteriores, hoy no están dadas las condiciones para la competencia entre liderazgos que al fin de cuentas terminaron socavando las bases de apoyo favorable al cambio. Ya no es posible la presencia de figuras como Roxana Miranda, Marcel Claude, Marco Enríquez-Ominami o Alfredo Sfeir. Todos ellos cumplieron roles en un momento histórico, pero hoy no tienen cabidas nuevas apuestas.

La oposición chilena sólo tiene un camino: trabajar por un programa de gobierno en conjunto, avanzar en la definición de los nombres de líderes calificados para gobernar las comunas, representar a la sociedad en el parlamento y concordar en un mecanismo para elegir a quien represente los intereses de la nueva mayoría ciudadana en un gobierno de transición del neoliberalismo a un nuevo socialismo democrático.

No es hora de desgastarse en modificar el programa del oficialismo ni enmendar su trayectoria de crisis.

La asamblea constituyente como acto democrático y fundacional del nuevo Chile, debe ser la primera tarea de un gobierno pos neoliberal, y donde la participación ciudadana y popular sea un camino de entendimiento político social que permita superar estos años de elitismo, autoritarismo, corrupción y aprovechamiento.

Las cartas están echadas, es hora de los acuerdos estratégicos.

 

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