Los medios de comunicación contra una constitución democrática

Con el rechazo a una Constitución democrática, el pasado se mantiene presente a través de la sombra del pinochetismo, su legado constitucional y el rastro de las políticas neoliberales implementadas en las últimas décadas.

Ha sido un violento llamado de atención la derrota del APRUEBO a la propuesta de Constitución democrática elaborada por la Convención Constitucional, especialmente porque los sectores populares, a los que dicha propuesta favorecería, en su mayoría se negaron a la posibilidad de igualdad y de justicia que se les presentaba. Analistas y políticos han afirmado que habrían existido graves errores en el trabajo de la Convención Constitucional. Habría habido un exceso de vanguardismo y de academia, con un lenguaje “posmodernista, divisivo y militante”, que habría generado conflicto en parte de la población. No obstante, las élites críticas de la Convención Constitucional no han hecho alusión a que ésta fue boicoteada por el gobierno de Piñera, por el gran empresariado, por las dirigencias de los partidos políticos, por ex Presidentes de la República y, fundamentalmente, por las redes sociales, la prensa escrita, radial y televisiva, en su gran mayoría en poder de “los dueños de Chile”. Los noticiarios y los “debates” de todos los canales de TV se mostraron abiertamente favorables al Rechazo. Sólo el canal La Red se manifestaba abierta a debates serios, pero su programación fue suspendida hasta pasado el plebiscito. El Gobierno no intervino en el Canal Nacional y la Contraloría General de la República impidió a los municipios la difusión de la propuesta constitucional.

La Convención Constitucional y la propuesta constitucional de su elaboración han sido elogiadas por diversos y connotados pensadores. Desde hace mucho tiempo se ha hecho referencia a la cultura individualista y alienante provocada por los medios de comunicación. Algunas se reseñan en el presente texto. Por de pronto, es muy pertinente la intervención de Pablo Iglesias, al afirmar que “los medios de comunicación, lejos de ser una suerte de actores neutrales, meros transmisores de información, son básicamente grandes aparatos ideológicos y de valores”. (…) “Son capaces no sólo de organizar los temas de la discusión pública, sino incluso jerarquizar esos temas y convertirse en los actores políticos más importantes”. (…) “Los medios no están sometidos a un sistema de organización democrático”(1). El mismo comentó que pudo haber una Constitución diferente a la de la dictadura, la cual ha institucionalizado el neoliberalismo.

Y el neoliberalismo ha incrementado el individualismo, impidiendo a las personas ser ellas mismas como consecuencia de la masificación, de la estandarización y de la pérdida de dignidad personal. De esta manera, centrándose así en el propio yo, se adoptan las pautas culturales que hacen iguales a todos a fin de ocultarse a sí mismos la angustia provocada por la soledad y la inseguridad. Esta conformidad hace perder la identidad. Por la incapacidad de asumirse, se cae en el anhelo de sumisión y en el apetito de poder. Al no satisfacerse estas expectativas, se acepta a cualquier “líder” o ideología que, aparentemente, proporcionan significado a la vida. Se produce una “contaminación interna”: estrés, neurosis, hastío, pérdida del sentido de la existencia, a causa del tipo de vida masificador que tiende a hacer de la persona un engranaje inerme de la maquinaria social. La drogadicción y las mil formas de violencia son reacciones sin sentido a las vidas sin sentido y que repiten “lo que dice la televisión”(2). Se representan roles y situaciones imaginarias, como considerarse de “clase media”, dejar de herencia los ahorros previsionales cuando en realidad no se tienen, temor a que la casa sea expropiada mientras se vive en campamentos o de allegados, etc…

Es ésta una interpretación del extendido voto para rechazar la posibilidad de abrir caminos de humanidad, porque “el objetivo es la protección del sí-mismo, pero dado que el sí-mismo está de hecho escindido de cualquier relación significativa, eventualmente se sofoca a medida que los seres humanos se distancian de los eventos de sus propias vidas. El ambiente se torna cada vez más irreal. A medida que este proceso se acelera, el sí-mismo empieza a luchar consigo mismo y a recriminarse acerca de la culpa existencial que ha llegado a sentir, creándose así otra división. Nos atormenta nuestra falsedad, nuestro representar roles, nuestro huir del intento de llegar a ser lo que realmente somos o podríamos ser. A medida que aumenta la culpa, silenciamos las voces disidentes con drogas, alcohol, fútbol, cualquier cosa para evitar encarar la realidad de la situación. Cuando se agota esta auto-mistificación, o el efecto de las pastillas, quedamos aterrorizados por nuestra propia traición y por la vacuidad de nuestros “éxitos” manipulados”(3). Innegablemente, esta manipulación ejercida a través de los medios de comunicación en base a la tergiversación y la mentira sistemáticas, lo ratifica Noam Chomsky al afirmar que “el papel de los medios de comunicación en la política contemporánea nos obliga a preguntar por el tipo de mundo y de sociedad en los que queremos vivir, y qué modelo de democracia queremos para esta sociedad”. (…) Se trata de si queremos vivir en una sociedad libre o bajo lo que viene a ser una forma de totalitarismo autoimpuesto, en el que el rebaño desconcertado se encuentra, además, marginado, dirigido, amedrentado, sometido a la repetición inconsciente de eslóganes patrióticos, e imbuido de un temor reverencial hacia el líder que le salva de la destrucción, mientras que las masas que han alcanzado un nivel cultural superior marchan a toque de corneta repitiendo aquellos mismo eslóganes que, dentro del propio país, acaban degradados(4).

Se trata de una manipulación de las conciencias para adormecerlas y enajenarlas de su clase social y de lo que realmente son. Constituyen estrategias de dominación ejercidas por la “industria cultural” que cambia el orden de la realidad al presentar como verdadero lo que es falso. “Lo que la industria cultural elucubra no son ni reglas para una vida feliz, ni un nuevo poema moral, sino exhortaciones a la conformidad a lo que tiene detrás suyo los más grandes intereses. (…) Y al estímulo y la explotación de la debilidad del yo, a la cual la sociedad actual, con su concentración de poder, condena de todas maneras a sus miembros. Su conciencia sufre nuevas transformaciones regresivas. No en vano se puede escuchar en USA de boca de productores cínicos que sus films deben estar a la altura del nivel intelectual de un niño de once años. Haciéndolo, se sienten cada vez más incitados a transformar a un adulto en un niño de once años. (…) La gota de agua termina por horadar la piedra, en particular porque el sistema de la industria cultural acosa a las masas, no permitiendo casi evasión, e impone sin cesar los esquemas de su comportamiento. (…) Impide la formación de individuos autónomos, independientes, capaces de juzgar y decidir conscientemente. (…) Los hombres son tan maduros como se lo permiten las fuerzas de producción de la época”(5).

Los filtros mediáticos suelen estar configurados por la ideología dominante y por ello tienden a neutralizar cualquier verdad que se abra paso a través de ellos. Todo termina falsificándose, adulterándose, banalizándose y sabiéndose de la única manera inofensiva en que puede saberse. Es una suerte de vómito informativo, un sucio torrente de información masiva y amorfa en el que confluyen todos los acontecimientos históricos y así termina todo confundiéndose. Hay excepciones en los medios marginales, alternativos y comprometidos con ciertas causas.

La “industria” cultural es de propiedad de los dueños del poder y está destinada a la producción de mitos “que uniformizan los diversos estratos sociales, están presentes todas las teorías de las cuales se vale la clase dominante para justificar y racionalizar su sistema de dominación”. (…) Porque estos mitos se convierten en “pensamientos dominantes” que se institucionalizan; se encarnan en instituciones que, a imagen de esos pensamientos, reflejan el concepto de la clase dominante respecto a las instituciones capaces de conferir a su sistema todas las garantías de estabilidad y de armonía en las relaciones sociales, ambas cosas vitales para la protección de sus intereses económicos”. (…) “Este orden burgués está internalizado en cada individuo, es decir, que penetra sus costumbres, sus gustos, sus reflejos, independientemente del estrato social del que forma parte, adquiere este status de universalidad y es promovido al rango de orden natural”. (…) En Chile ha sido demostrado ostensiblemente que los medios de comunicación de masas “pertenecen a la esfera de una ideología de clase dominante, y constituyen los soportes de la ideología burguesa y reflejarán “la visión del mundo” que tiene esta clase y que ella desea hacer aceptar como la única razonable, la única objetiva y, por consiguiente, la única universal. En la medida en que ésta monopoliza los medios de producción y domina la estructura de poder de la información, será su visión particular del mundo la que tenderá a imponerse como visión general de ese mismo mundo.”(6) Siguiendo este razonamiento, surge así la interrogante: ¿Cómo hacer que los sectores más populares lograran entender un relato que les era favorable?

La clase dominante jamás aceptaría una Constitución elaborada sin sus representantes y que atribuyera a todos los habitantes de Chile la dignidad de personas, establecer su igualdad, alcanzar la democracia. Los que siempre han sido excluidos no son considerados seres humanos por parte de los poderosos. Estos sólo aceptarán un nuevo proceso constituyente manejado por las élites para mantener sus privilegios. “A través del privilegio la élite se reconoce, se afirma, se separa. Toda la astucia consiste en hacer del privilegio la manifestación de un valor, cuya presencia confiere al privilegiado el derecho al privilegio”(7). Es el capitalismo neoliberal el que las élites económicas y sus lacayos políticos quieren mantener. Les acomoda la Constitución de Pinochet.

De manera brillante y lúcida, el filósofo David Pavón-Cuéllar afirma que “en lo que se refiere a la dominación, el capitalismo y su variante neoliberal han requerido siempre de instituciones, muchas de ellas gubernamentales, que estén al servicio del capital y que ejerzan legítimamente la violencia en dos momentos indisociables entre sí: en primer lugar, a través de aparatos ideológicos y disciplinarios que sometan a los individuos, convirtiéndolos en ciudadanos dóciles y trabajadores explotables; en segundo lugar, a través de aparatos represivos que buscan suprimir  o reformar a los individuos insumisos que transgreden las reglas del sistema capitalista o intentan subvertirlo. (…) La violencia política del capital es más profunda e insidiosa en aparatos ideológicos y disciplinarios como familias, escuelas, iglesias, medios electrónicos y sectores de la industria publicitaria y cultural, aparatos que nos hieren y despedazan por dentro, que suprimen o mutilan el meollo de nuestra subjetividad, que nos ahogan al sofocar nuestros deseos y nuestros sueños. (…) La explotación ha ido generalizándose y normalizándose hasta el punto de pasar desapercibida (…) porque los aparatos ideológicos y disciplinarios del capitalismo nos han hecho aceptar e incluso desear nuestra explotación, amar nuestras cadenas, como en la servidumbre voluntaria.  (…) La violencia no deja de operar, pero dentro de los sujetos, violentándolos en su interior. La violencia interior suplanta la exterior”. (…) El capitalismo no tiene otro poder que el nuestro. Es nuestra potencia como seres humanos, la potencia de nuestra vida explotada como fuerza de trabajo la que se aliena y se vuelve contra nosotros al transferirse al capital, haciendo que sea cada vez más poderoso al destruir y matar. Los dispositivos ideológicos del capitalismo desgarran la comunidad, la fragmentan, la trituran, la atomizan y recluyen la subjetividad en la esfera individual. Cada uno se concibe ideológicamente como un yo separado y distante de los demás, como si este yo pudiera bastarse a sí mismo, como si no compartiera una misma experiencia compleja con los demás, como si los otros no formaran parte de lo que es cada uno, como si el yo no fuera un anudamiento de muchos nosotros. El individualismo subyace incluso a instituciones como las de los derechos humanos de los individuos o los votos individuales en la democracia liberal. Estas instituciones son constantemente instrumentalizadas en una estrategia de “divide y vencerás”. Una vez que se divide la voluntad colectiva en votos individuales y la soberanía popular en derechos también individuales, nada más fácil que violar esos derechos y comprar, manipular o cooptar esos votos. Los individuos, indefensos e impotentes por sí solos, no pueden mucho contra los grandes poderes económicos y políticos a través de los cuales opera el sistema capitalista. (…) No hay lugar en el capitalismo para otra cultura no sea capitalista. Sólo el capital puede ser algo colectivo, mientras que todo lo demás, todo lo humano, debe consistir en partículas individuales insignificantes e impotentes, individuos manipulables, mercantilizables, intercambiables, comprables y vendibles, controlables y explotables”(8).

Con el rechazo a una Constitución democrática, el pasado se mantiene presente a través de la sombra del pinochetismo, su legado constitucional y el rastro de las políticas neoliberales implementadas en las últimas décadas. Frente a la pequeñez política e insolvencia moral de las élites, se rememora y se enaltece la universalidad de la figura de Salvador Allende, sinónimo de lealtad con el pueblo y de resistencia frente al imperialismo de USA, y frente a la “felonía, la cobardía y la traición”.

Por Hervi Lara

Santiago de Chile, 2 de octubre de 2022.

NOTAS

1. Pablo Iglesias, politólogo español, fundador de Podemos, en foro de la Universidad de Chile. (30-9- 2022).

2. Cfr: Sergio Silva, “El sueño de Descartes, ¿pesadilla nuestra?”. Mensaje N° 366.  Santiago de Chile, enero de 1988.

3. Moris Berman, “El reencantamiento del mundo”. Editorial Cuatro Vientos, Quinta edición). Santiago de Chile, 1995, pág. 19 s.

4. Noam Chomsky. Artículo de difusión. (7- 3 – 2007).

5. Theodor Adorno y Edgar Morin, “La industria cultural”. En “La influencia social masiva”. Ediciones Universitarias de Valparaíso N° 11. – UCV, 1971, pág. 17 ss.

6. Armand Mattelart et alt., “Los medios de comunicación de masas”. – La ideología de la prensa liberal en Chile. – Cuadernos de la Realidad Nacional N° 3, marzo de 1970. Centro de Estudios de la Realidad Nacional – Ceren. Universidad Católica de Chile.

7. Simone de Beauvoir, “El pensamiento político de la derecha”. Editorial Leviatán, Buenos Aires, 1983, pág. 100.

8. David Pavón-Cuéllar. Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, México. Entrevista del 24-8-2022, reproducida por El Ciudadano.

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