Los movimientos sociales no paran de fracasar. ¿Sabes por qué?

Todas las luchas son dolorosas, pero duelen mucho más cuando son fútiles, ya que íntimamente sabemos que la derrota es la vacuna para que el germen de heroísmo, que había en nosotros, muera para siempre.

Por Ángela Barraza

05/08/2014

Publicado en

Columnas

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Sindicato: Asociación de trabajadores constituida para la defensa y promoción de intereses profesionales, económicos o sociales de sus miembros. El sindicato tiene el deber de representar los intereses de sus afiliados, negociando con el empresario los aumentos salariales y las condiciones laborales durante la negociación colectiva. Si no es posible llegar a un acuerdo, el sindicato podrá convocar una huelga o llevar a cabo cualquier otro tipo de acción para presionar al empresario. En algunos países, los sindicatos participan en la vida política, ejerciendo presión para que se promulguen determinadas leyes, o apoyando a algún candidato que defienda los intereses de los trabajadores. Muchos sindicatos también ofrecen servicios de asesoría jurídica para resolver problemas de empleo, seguros y otro tipo de atenciones para los miembros y sus familias.

Comienzo con una definición esta columna porque resulta que me canso de ver, entusiasmarme, creer y luego morir de pena y de rabia, día a día por los movimientos sociales que son pisoteados, por particulares o por el Estado. Sólo por nombrar algunos voy a decir Cruz Verde, Aguas Andinas, Hogar de Cristo, Ripley, Hospital Salvador, Aguas Vital, Rendic, Sociedad pro ayuda del niño lisiado, Subaru, Sociedad de Escuelas Católicas Santo Tomás de Aquino, Universidad Arcis, Supermercados Montserrat, Hoffens, Artplast, Club de Golf Los Leones, Clínica San Carlos de Apoquindo, AFP Capital, Nueva Clínica Cordillera, Cervecería CCU, Industrias Campo Lindo y tantas otras.

Siempre estamos ahí, en la medida de lo posible, tratando de cubrir, de investigar, de acompañar; porque sabemos que el ejercicio cansa, desmoraliza, y al final resulta aterrador porque el código del trabajo es implacable con el trabajador y todas las garantías son para esos pocos que tienen la sartén por el mango. Quizás lo más terrible que me h tocado ver es el caso de Cruz Verde que, siendo más de 800 trabajadores luchando, tuvieron que volver al trabajo con una mano por delante y la otra por detrás, acogiéndose al código 365 que congela los contratos. No consiguieron absolutamente nada de sus demandas. Con cuea y los dejaron volver a sus pegas miserables, con sus sueldos de hambre, teniendo que generar millones de millones para una empresa satánica  que no les pagan una mierda si no consiguen vender los medicamentos de los laboratorios asociados. Y eso me da pánico, porque los mismos que vi luchar con fuerza y garra, con entereza y con corazón, por ir a comprar un parche curita me van a ofrecer una caja de mierdanol por 990, y por cada una que vendan saben que venden su dignidad, pero ya sabemos: La necesidad tiene cara de hereje y el que esté libre de deudas, que tire la primera piedra. Y eso se repite con otros nombres de compañías que terminan en S.A. para que no  podamos enterarnos de que los apellidos detrás de esas empresas son siempre los mismos. Para que los inmolados no decidan terminar con sus vidas, ya no con parafina, sino con bombas amarradas a la cintura en los jardines de las casas de sus verdugos, o en los Apumanques o en los Parques Araucos, a los que llevan a sus hijitos para entrenarlos en lo que deben gastar sus futuros millones, porque es lo que dicta el buen gusto.

Pero en esta oportunidad no quiero sindicar a los de siempre por nuestras desgracias eternas, porque ya no es nada nuevo e históricamente ya sabemos que no hemos podido hacer nada al respecto y que no lo haremos nunca. En esta oportunidad quiero hablar de otra vía posible, de aquello que falla en nosotros, de eso en lo que somos culpables. Quiero hablar de los sindicatos, porque surgieron, justamente para atacar los efectos más terribles de la indistrialización y como reacción al desarrollo del capitalismo con el que tanto nos llenamos la boca. Estos grupos tuvieron que enfrentarse a la oposición de gobiernos y patronos, que los suponían asociaciones ilegales o conspiradores que buscaban restringir el desarrollo económico. Durante el siglo XIX se fueron eliminando estas barreras legales gracias a resoluciones judiciales y a la promulgación de leyes favorables a la sindicación y con ello, a los derechos laborales, pero los primeros sindicatos no lograron superar las grandes depresiones económicas de la primera mitad del siglo XIX y desaparecieron.

Hoy, la principal función de los sindicatos debería radicar en conseguir acuerdos, mediante la negociación colectiva, con los empleadores. Los temas tratados en las negociaciones son muchos más que la mera negociación de horas de trabajo y sueldos, lo que refleja la complejidad creciente de las sociedades industriales, la mayor fuerza de los sindicatos y el aumento de las exigencias de los trabajadores. En algunos casos, los acuerdos colectivos especifican con gran detalle cuáles serán los salarios, el número de horas por jornada laboral, días de vacaciones, las condiciones de trabajo y otras ventajas. En otras ocasiones, los sindicatos utilizan su poder para forzar la promulgación de leyes a favor de todos los trabajadores, mayores pensiones de jubilación un mejor seguro de desempleo, regulaciones sobre seguridad en el trabajo, más vacaciones, bajas por maternidad, viviendas de protección social, seguro médico obligatorio e incluso la creación de tribunales especializados en temas laborales y procedimientos conciliatorios que protejan a los trabajadores de decisiones arbitrarias. Todo esto es lo que debiera ser. Y sin embargo no pasa.

En Chile existió el poder sindical, existieron villas y poblaciones en donde las empresas tenían participación y las cajas velaban por el bienestar de sus afiliados. Pero la dictadura hizo un trabajo muy bien hecho. Nos hizo recagarnos de miedo al extremo de anular en nosotros el instinto de agruparnos, de conocernos, de confiar en el otro que vemos más horas que a nuestras propias familias. Nos enseñó que hay que decir “sí patrón” incluso para “sentarnos a negociar en una mesa de diálogo”.

Eso no es diálogo, a partir del momento en el que te dicen cómo tienes que dialogar. Por favor, dense cuenta de que no es verdad eso de que “deponiendo las huelgas y los paros podemos sentarnos a conversar” porque son justamente las huelgas y los paros la única medida de presión que tenemos y si renunciamos a eso ya fracasamos rotundamente.

Aprendan a quererse entre ustedes, los que conviven (en el mejor de los casos) de lunes a viernes por diez horas diarias. Saquen el cálculo de cuántas horas ven a sus hijos y se van a dar cuenta de que conocen mejor los gestos de sus compañeros de trabajo que los de sus familias. Que eso debiera ser suficiente para que se tomen más en cuenta, para que se ayuden más y mejor, para que se decidan a conversar de sus problemas y se van a encontrar con que están con la mierda hasta el cuello. Que en la misma semana les cortaron la luz, el agua o que les van a embargar el auto. Que tienen a los hijos enfermos, que va a jubilar con la misma mugre de sueldo y que van a tener la misma vejez espantosa de AFP mirando la tele y sabiendo que nunca llegó el terrenito en el campo o en la playa. Y entonces ahí, recién, van a ver la importancia de sindicalizarse en serio; de morir en la rueda gritando, ya no sólo por sus derechos, sino también por los del compañero que está igual o peor. Dejen de aparentar entre ustedes, porque la unidad es urgente. Imprescindible para conseguir una meta. Entonces las asambleas serán unánimes y dejarán de tener el sabor amargo del “se hizo lo que se pudo” de “lo importante no es ganar, sino saber que fuimos capaces de decir algo”. No se engañen. Los triunfos morales no existen en la lucha por mejores condiciones laborales, cuando se pierden. Todo es pérdida cuando decimos nuevamente Si patrón.

En Twitter:  @AngelaBarraza

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