Este fin de semana se realizó, en nuestro país, un ejercicio inédito para el mundo: por primera vez, se llevó a cabo un proceso electoral para elegir, mediante el voto popular, a quienes detentarían el poder jurisdiccional de nuestra nación; es decir a quienes serán por los próximos años, jueces, magistrado y ministros para decidir sobre los asuntos jurídicos que ante ellos presentemos.
Como todo proceso social, esto tiene múltiples antecedentes. Como cualquier abogado sabe, varios países, desde Suiza a Estados Unidos, tienen juzgadores electos por voto popular. Bolivia, quizá el más próximo tanto en tiempo como en tamaño, permite elegir a algunos miembros de su máximo tribunal, y muchos, muchos otros, tienen mecanismos que permiten decir que, de alguna forma, la idea de democracia y elección están presentes en la selección de quién realizará dicho trabajo.
A pesar de ello, lo sabemos también, no hay un país en el mundo donde este ejercicio se haya llevado a la profundidad y nivel que se hizo en el nuestro. Se trata de una actitud temeraria, que busca una transformación radical del sistema judicial, y que como todo intento de esta envergadura, es imposible de predecir en sus efectos a larga distancia.
Esto por un lado, ha llevado a algunas personas a un intento de descalificar el proceso como algo negativo. Los grandes cambios traen, lo sabemos, problemas. Pensemos en algo tan “simple” -comparado con el proceso del que hablamos, porque todos quienes lo hemos hecho sabemos que no lo es en absoluto- de mudarnos de casa. Esa mudanza nunca es exclusivamente positiva, así como tampoco es, en todo sentido, algo negativo. Sin importar lo pequeña, mal iluminada (o cooptada por los poderes fácticos) que sea nuestra antigua casa, siempre habrá algo de nostalgia en nuestra mirada hacia ella. Más importante aún, siempre habrá algunos elementos que sean efectivamente mejores. Pero perdernos ese cambio por esos detalles, es el equivalente a comer lo mismo de ayer, porque esa comida no nos causó indigestión. Seríamos muy estultos si afirmáramos que es la mejor comida del mundo; y muy cerrados si nos negáramos a comer otra cosa por ello.
Claro que, algunas personas podrían decir que la analogía es muy simplista. El sistema judicial funcionaba y por ello, cambiarlo no hace mucho sentido. Quienes dicen eso, se olvidan que el nuevo sistema también va a funcionar. Sin ningún tipo de duda ni problema dentro de sí mismo. Con nuevas reglas, que serán mejores en algunas cosas y peores en otras. Pero nada más que eso: como toda reforma legal del pasado. El nuevo sistema va a funcionar, con problemas y fallas. Porque eso es lo que hacen los sistemas jurídicos.
Por otro lado, esta elección ha llevado a cuestionar de manera abierta los alcances de su implementación. Para algunas personas, se trata sin duda de un enorme fracaso del gobierno y una muestra de que, a pesar de que la gente apoyaba el cambio en el poder judicial de forma masivamente mayoritaria -y también, aunque de forma más modesta, la elección como mecanismo- el hecho de que ésta no sea perfecta es un jaque para toda forma de democracia.
A lo largo de estos días he encontrado no sólo la viejísima y cansina defensa de la tiranía que se hace bajo el argumento históricamente equivocado -y además, políticamente problemático- de que “el nazismo era democrático” (y por lo tanto, parecen decir, lo verdaderamente antifascista es rechazar la democracia…) hasta las matemáticas mágicas: que si hubo 13 millones de votos, pero 22 millones de votos nulos (¿?) o que el apoyo a la reforma se vio negado porque la gente no votó (claro, si yo elijo pollo rostizado para el convivio, pero después decido no ir, eso significa que en realidad quería hamburguesas) o que en realidad el que un candidato tenga más votos que el PRI no significa nada porque el PRI no tiene legitimidad alguna (algo que dijo… el presidente del PRI, aunque todavía siento que no se dio cuenta).
Contra estas ideas, he hablado ya de forma amplia en el pasado. El elitismo es siempre una forma antidemocrática, y cada defensa que se hace de sus posturas antidemocráticas es un ataque a la democracia del mañana. Si hoy alguien dice que “la gente no podía saber por quién votar” porque era muy complejo hacerlo en esta elección, mañana esa idea legitimará que no podamos elegir diputados de representación proporcional, senadores y ya yendo más allá, hasta presidente. La democracia se vuelve algo “difícil”, algo que sólo puedes tener acceso si eres privilegiado y no si eres “banda”, trabajador, campesino… desposeído. Contra esta idea recuerdo siempre a Rosa Luxemburgo, que dijo en uno de sus maravillosos textos, que no hay peor insulto para el obrero, que alguien diga que no es capaz de algo. Escuchar esto de personas que se dicen de izquierda, me parece un sinsentido.
Las elecciones judiciales nos enseñaron que tenemos que encontrar otros caminos para hacer esto. Los resultados no fueron, lo sabemos los que muchos de nosotros esperábamos. A mí al menos, aunque nunca lo mencioné ni siquiera entre mis más cercanos, habría habido un par de candidatos que me habría gustado que ganaran y no lo hicieron. Pero eso es, exactamente lo que significa ser democrático: saber que se pierde y se gana, y que cuando se pierde, tenemos que luchar para ganar mañana.
Además de esto, que es episódico, también hemos observado que tenemos que encontrar mejores caminos para llevar a cabo los procesos de comunicación ciudadana que permitan una elección informada. Sin ello, elegir no significa mucho: es sólo el resultado del azar, como un volado. Sin saber lo que una persona y otra proponen, sin conocer quien está detrás del candidato, es imposible elegir democráticamente, y en eso, me temo, este proceso no fue efectivo.
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Finalmente, hay entre esos problemas algunos elementos muy positivos. Que la discusión ahora sea sobre algo tan importante como el derecho que tenemos de vestirnos como queramos en el trabajo, que hablemos sobre como algunas personas descalifican por el físico y que veamos a los racistas abiertamente descubiertos, es un resultado aceptable para el tercer día de este proceso.
Ya mañana, haremos más y mejor, Iremos más lejos. Y lo haremos juntos. Eso para mí, es un buen resultado para el proceso.
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