Un mal chiste

«Flaites» y «vulgares» en Viña: Chile en el pico de la hipocresía

Calificativos como grosero y picante han abundado en estos días para referirse a las presentaciones de los comediantes en la Quinta Vergara, levantando a Chile como el Usain Bolt del doble estándar. Una cruza de prejuicios, clasismo y machismo que hacen que una palabra como pene o vagina ensombrezca la genuina ordinariez transmitida en vivo y en directo todos los días.

Por Daniel Labbé Yáñez

23/02/2017

Publicado en

Columnas

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Juan Pablo LópezLas presentaciones en el Festival de Viña del Mar de los comediantes Juan Pablo López y Daniela Aguayo tienen escandalizada a demasiada gente en este país. En resumen, se les ha acusado de vulgares y ordinarios -principalmente a la «Chiqui»- por el uso de garabatos y mención a los órganos sexuales en sus rutinas.

El problema es que la discusión se ha quedado en lo más básico, como suele ocurrir con todo aquello con lo que al profundizar se corre el riesgo de incomodar, de provocar otras miradas que terminen por cuestionar el discurso más simplón pero efectivo.

Con conceptos como vulgar, ordinario, flaite, ocurre lo mismo que con el de violencia, por ejemplo: interesadamente, han sido secuestrados y asociados a determinadas acciones o personas por un sector de la sociedad para marcar e estigmatizar a otro sector.

Es finalmente una mirada política, ideológica, pero -por sobre todo- de clase.

En una carta publicada este jueves por el diario El Mercurio, en la que acusa que este año -haciendo alusión a López y Aguayo- «los flaites se han apoderado» del humor del Festival de Viña del Mar, el cantautor nacional Alberto Plaza lo deja muy claro. «Con total desvergüenza, hablan con el mismo vocabulario que se emplea en una pelea de bar de mala muerte; con la vulgaridad que cabría esperar en una cárcel», señala el músico que vive en Miami y que votó por Donald Trump.

Una mirada reduccionista, que permanentemente es reforzada por los medios de comunicación tradicionales, con líneas editoriales y periodistas incapaces de hacer una segunda, tercera o cuarta lectura de un hecho, de observar las distintas capas de una acción.

Eliodoro Matte, dueño de CMPC y líder del "Cartel del Confort"

Eliodoro Matte, dueño de CMPC y líder del «Cartel del Confort»

Un ejemplo. Una escena. Dos ejecutivos del Grupo Matte arrojando en mitad de la noche computadores al canal San Carlos para deshacerse de evidencia de la colusión con la que le robaron a los clientes que les compraban papel higiénico, jamás podría ser considerado un acto «flaite» o «de poca monta» en nuestro país. No po’ viejo, eso es ¡as-tu-cia!

Otro ejemplo. Otra escena. Dos ejecutivos de Cencosud haciendo ingresar engañosamente a Chile mercadería como «ayuda humanitaria» en medio de la catástrofe del terremoto del 27F, nunca llegaría a ser tratado como algo «vulgar» o «picante» en Chile. A dónde la viste po’ huacho, eso es ¡sa-ber-ha-cer-la!

En nuestro país el favor de la duda, la presunción de inocencia huele el «garbo». Los pobres roban, los ricos caen en desgracia. Los de abajo delinquen, los de arriba emiten boletas ideológicamente falsas. Los choros se van a la cárcel, los peces gordos a su casa.

Nos alimentamos desde la infancia con esa mirada desclasada, tergiversada de la realidad, asociando apellidos cargados a las consonantes a una supuesta honorabilidad, e identificado con deshonestidad a aquellos en donde abundan las vocales.

Volvamos a Viña. Cuando algo va mal, siempre existe la posibilidad de que empeore aún más. Lo que ocurrió con Daniela Aguayo es que a la cruza entre prejuicios y clasismo que nos reduce mentalmente, se le sumó otro factor que hizo que algunos observaran su presentación como un escándalo: el machismo.

El tema no pasa por la relativa calidad artística de la «Chiqui» y el hecho de que tenga que echar mano al garabateo para suplir su falta de herramientas humorísticas para hacer reír. Esa es otra discusión. El asunto pasa lisa y llanamente porque en este país todavía hay cosas que las mujeres no deben hacer. Junto con no curarse, no sentarse con las piernas abiertas y no reírse fuerte, una de ellas es no decir chuchadas. Es que se ve feo, mija, una dama diciendo groserías

Foto: Agencia Uno

Foto: Agencia Uno

¿No es este el país del ¡sin censura! ¡sin censura!? ¿No es acá donde se festina en horario estelar cada vez que una mujer en bikini se agacha para que el culo le quede a la altura de los ojos desorbitados de un enano? ¿Fue acaso en una realidad paralela que Los Atletas de la Risa, esos que sueltan improperios como si tuvieran una ametralladora en la boca, se llevaron también todos premios en el mismo escenario de la Quinta Vergara donde estuvo Daniela Aguayo?

La carta de Alberto Plaza es perfecta para desnudar la miopía del chileno. El sujeto habla de «ordinariez», de «groserías», de tipos que “saltaron desde la cloaca” para referirse a los comediantes que han pisado Viña este año. Pero dice algo mucho más maravilloso. «Solo a los humoristas se les acepta semejante picantería. Nadie imaginaría a un artista hablando en público de esa forma. Tampoco a los animadores. Ni a los conductores de televisión, ni a los deportistas, ni a los comentaristas deportivos, ni a los políticos, ni a los científicos, ni a los periodistas», asegura el cantante.

Morandé con CompañíaEn la televisión chilena por años hemos tenido a una pinochetista y amiga de Álvaro Corbalán como Patricia Maldonado en pantalla; a una opinóloga como Francisca Merino, que cuando quiso denostar a Ana Tijoux le dijo «carita de nana»; a un periodista como Pablo Honorato, cómplice del encubrimiento de violaciones a los derechos humanos, despachando desde los Tribunales de Justicia; y a Kike Morandé, el mismo que le animaba los cumpleaños a Pinochet, como uno de los rostros más consolidados de los estelares…

¿Y encontramos vulgar a una comediante porque dice poto, pene y vagina?

El asunto no es otro que la hipocresía. Chile es el Usain Bolt del doble estándar. Estamos en la cima, en el pico de la hipocresía (perdón, dije pico), lleno de machotes poniendo cara de asco cuando ven a dos hombres de la mano, pero sobándose luego el pene frente a una película de porno-lésbico.

Una hipocresía que tiene muchas otras formas diarias, cotidianas, y que podríamos observar esta noche cuando 15 mil personas en la Quinta Vergara, y millones a lo largo de Chile -los mismos que se escandalizaron cuando les hablaron de la cintura para abajo-, le vociferen a Olivia Newton John, como si estuvieran cantando el Himno Nacional en una final de un Mundial, «¡chupa la callampa!».

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