OPINION

Orwell y Huxley en las redes sociales

Al observar la trayectoria que ha tenido la penetración de internet en la vida cotidiana de las personas, posiblemente el mayor hito podemos hallarlo en el explosivo uso de los smartphones y sus aplicaciones inteligentes

Por paulwalder

07/08/2017

Publicado en

Columnas

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Al observar la trayectoria que ha tenido la penetración de internet en la vida cotidiana de las personas, posiblemente el mayor hito podemos hallarlo en el explosivo uso de los smartphones y sus aplicaciones inteligentes. Es a partir de este momento, que los especialistas han llamado la Segunda Revolución Digital, que cientos de millones de personas se convierten en usuarios de internet, en consumidores, y también potenciales creadores, de contenidos e imágenes.

 

No es posible separar el uso de las tecnologías con estrategias mercantiles y de control económico. Los millones de usuarios de los teléfonos inteligentes son, básicamente, consumidores y clientes de productos y servicios. Un mercado millonario mundial para deleite de centenares de corporaciones, desde los mismos fabricantes de aparatos a los proveedores de internet, desde  servicios como Google, Whatsapp o Facebook.

 

Una nueva escena cuya base tecnológica está apoyada con creciente peso en una estructura económica cada vez más concentrada y totalitaria. Este fenómeno, presente en prácticamente todos los sectores tradicionales de la industria se ha traspasado a gran velocidad hacia las economías digitales. En muy poco tiempo sobre la economía digital se han creado enormes monopolios, encabezados por el denominado GAFA (Google-Apple-Facebook-Amazon), que han direccionado el sentido de internet y sus posibilidades hacia nuevos negocios en los cuales el usuario-cliente muta en un opaco productor. En Facebook o Twitter nosotros los usuarios somos los productores de contenidos. Una revolución digital, pero también una nueva fase para los grandes negocios. No pocos especialistas se han adelantado en llamar a esta etapa “capitalismo cognitivo”. Un cambio tecnológico que no altera lo más significativo, que es el modo de producción o las relaciones de producción: las viejas estructuras capitalistas de la revolución industrial parecen reproducirse en la era digital.

 

Hace una o dos décadas hubo un debate que cruzó las organizaciones sociales respecto a las posibilidades de uso de las incipientes herramientas digitales. La idea de la apropiación de internet desde las organizaciones, primero desde la web y los blogs y posteriormente desde la redes sociales, si bien no ha fracasado, sí ha perdido su vigor y entusiasmo. Hoy las redes sociales están manejadas por otros grandes generadores de contenido. El poder de las grandes cadenas y su capacidad de crear interpretaciones y opiniones, hoy, la post verdad, es la otra pieza que completa el fenómeno de concentración del poder en la era digital. Los grandes monopolios de la información, como Fox o CNN, o en nuestras latitudes O Globo en Brasil, Clarín en Argentina o El Mercurio en Chile, mantienen posiciones monopólicas en la creación de contenidos, los que circulan por redes sociales sostenidas  por otros monopolios, como Facebook o Twitter. El usuario, cliente ante los servicios de internet como redes sociales, está a su vez plenamente expuesto a contenidos elaborados por pocos y poderosos productores.

 

En esta escena, que ha reforzado la hegemonía de las grandes corporaciones, la teoría de la Espiral del Silencio, publicada en 1977, vuelve a estar presente con renovado ímpetu en las redes sociales. El usuario busca también aquí la inclusión entre las opiniones mayoritarias, las que recoge desde los grandes medios. Aquella espiral, que originalmente en el trabajo de la politóloga alemana Noelle-Neumann circulaba de boca en boca, hoy la hallamos digitalizada, amplificada y multiplicada. El origen de las opiniones, en qué y cómo pensar, procede de las mismas fuentes, hoy y entonces, bien sesgadas e interesadas.

 

La masificación de las tecnologías se ha desarrollado bajo estas cotas. El gran cerco de los contenidos, finalmente monopolizados por las grandes cadenas y agencias, crea el escenario para la interpretación de la realidad. El resto es ruido, entretención, accesorios, fragmentos y desechos para una población cada día más confundida y alienada. Orwell y Huxley en la red.

 

PAUL WALDER

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