Por Aldo Bombardiere Castro

Hace unos días falleció Jorge Bergoglio, el Papa Francisco. Interpretar este hecho como la simple muerte de un Sumo Pontífice más dentro de la cadena histórica que ha encabezado el papado sería señal tanto de desidia cristiana como, sobre todo, de ceguera intelectual. Francisco no sólo representó un caso único en la Iglesia a causa de su origen latinoamericano, siendo el primer Vicario de Cristo no europeo; también fue capaz de distinguirse gracias a la activación de otro tipo de origen, más que geográfico, religioso: el de volver a abrir la tenue posibilidad de construir una Iglesia que, en medio del oro eclesial, de los privilegios socio-elitista y de la más pétrea jerarquización organizacional y metafísica, se anime a poner el acento de su prédica en la fraternidad, con una especial énfasis por quienes más sufren los desalmados embates de este sistema capitalista. Con todas las diferencias filosóficas que podemos tener con Francisco, es necesario reconocer que el origen hacia el cual apuntó (obviamente de manera tímida e incipiente) es aquel que se encuentra en las bases existenciales del cristianismo: el mensaje de esperanza salvífica centrada en los más desamparados.
En ese sentido, Francisco revitalizó un principio de esperanza, cuyo sentido, pese a haber sido siempre marginal dentro del clero, aboga por la posibilidad de reencuentro de la Iglesia con su propio génesis, con aquella Iglesia que hubo antes de la Iglesia, ignorante de jerarquías, desprovista de doctrinas y de ambiciones de poder: el incipiente espíritu de hermandad e igualitarismo encarnado por las comunidades cristianas primitivas. En eso, Francisco, al igual como lo hace la orden mendicante franciscana (la cual lo inspiró a llevar su nombre en honor a San Francisco de Asís), restituye la insinuación acerca de algo que parecía irremediablemente extraviado, borrado de raíz: un giro del Vaticano con dirección a los pobres de espíritu, los abatidos y los denigrados. Giro insuficiente y hasta ineficaz, por cierto, pero el cual Francisco fue capaz de realizar doblándole la mano a anquilosados poderes tradicionalistas, claramente dominantes dentro de la jerarquía eclesial.
En efecto, los mensajes que Francisco entregó al mundo, siempre crítico con el capitalismo y jamás limitados a producir sentido exclusivamente entre los fieles católicos, así como las prácticas inclusivas y tendientes a la horizontalidad que fue capaz de implementar en el seno de la estructura eclesial, le acarrearon fieros reproches por parte de los poderes establecidos, tanto dentro como fuera del Vaticano.
Así, su firme posición enfocada en abordar los condenables casos de violaciones y abusos sexuales que durante décadas fueron cometidos y encubierto por diversos estamentos de la Iglesia, le valió muchas oposiciones internas. Y esto no sólo por haber transparentado y denunciado una serie de eventos, sino porque comprendió el núcleo matriz en el cual ellos descansan. Sin duda, la condición de posibilidad prioritaria de tales crímenes se encuentra en la propia organización doctrinal de la Iglesia: los abusos sexuales se sostienen sobre un primordial abuso de consciencia, una abismal desigualdad de poder y una ominosa cultura del secreto, cuestiones históricamente institucionalizadas dentro de la tradición católica. Lo complejo se encuentra en que la raíz de los abusos, a su vez, cuenta con un respaldo teológico que, atentando contra la autonomía reflexiva y el juicio crítico, reafirma la autoridad del personal eclesiástico con respecto a los laicos, suponiendo la mayor proximidad de aquellos con respecto a Dios, Dios cuya iluminación divina se repartiría de manera descendente y piramidal, desde la cúspide eclesial hacia la mayoría de los feligreses. Por lo mismo, las doctrinas que postulan la primacía del orden divino en detrimento del terrenal, durante siglos, han servido de justificación tanto para generar, como para amparar, una multiplicidad de crímenes, optar por el secretismo institucional, promover el encubrimiento y la obstrucción frente a las investigaciones de la justicia ordinaria.
Francisco tuvo el coraje de realizar reformas internas de gran calibre, todas tendientes a la inclusión y a la horizontalidad estructural, dando marcha a una cierta postura igualitarista al interior de una institución esencialmente jerárquica y tradicionalista. Concretamente, entre estas reformas podemos nombrar las siguientes: la creación de protocolos y aparatos de prevención, investigación, denuncia y reparación de los abusos sexuales; la designación de mujeres consagradas dentro de altos puestos administrativos; los discursos de desatanización de las diversidades sexo-genéricas y la consecuente invitación a participar de la Iglesia; las reformas a la excesiva soberanía de la Congregación para la Doctrina de la Fe (otrora Inquisición y hoy Dicasterio); la crítica al Banco Vaticano, manifestando su conversión en un banco solidario; la creación de sínodos regionales y globales, construidos de manera ascendentes, y enfocados en escuchar la voz de los fieles que dan curso al espíritu de Cristo a través de la historia; los grandes avances en materia de diálogo interreligioso, particularmente con fieles musulmanes y, sobre todo, con la Iglesia ortodoxa de Rusia; la valoración de expresiones de religiosidad antes despreciadas, en especial aquellas de índole festivas, culturalmente situadas y enraizadas a la identidad de los pueblos históricamente más marginados por el eurocentrismo colonial; el acento en la fraternidad ecuménica en torno a la diversidad de experiencias de fe en la trascendencia divina; la solicitud de perdón frente al horrendo genocidio contra los pueblos originarios de América perpetrado por la Iglesia en tiempos pasados, así como el reconocimiento de sus aberrantes prácticas inquisitorias y de las inadmisibles complicidades con dictaduras militares y crímenes de lesa humanidad; su estilo de vida marcado por la austeridad; la irrestricta posición en favor de un tipo de espiritualidad cristiana de carácter comunitario, distante del rigorista ámbito doctrinal, por un lado, así como del místico-intimista, de otro; la preferencial opción discursiva por los pobres (cuestión en la que, al menos narrativamente, coincide con la Teología de la liberación). Todas las políticas anteriores, por nombrar solo algunas, fueron decisiones que causaron graves divisiones dentro de la Iglesia, evidenciando, por agudización, la pugna interna, entre sectores transformadores y ultraconservadores, que la habita.
Por otra parte, entre los hitos que generaron polémica al exterior de la Iglesia, en su mayoría dentro de los sectores pertenecientes a los poderes económicos, políticos y mediáticos que aún hegemonizan las dinámicas del capital global, vale mencionar los siguientes: su profunda solidaridad enunciativa con personas y grupos migrantes advenidos a Occidente desde zonas depredadas por éste, a quienes llegó a simbolizar bajo la figura teológica del Homo Viator; la omnipresente crítica contra la demencial ambición capitalista, a nivel moral, y al modelo neoliberal, a nivel estructural, y sus efectos de individualismo, soberbia, violencia y vaciamiento espiritual que se oponen a los valores del humanismo y comunitarismo cristiano; su advertencia sobre las crecientes oleadas de autoritarismo, propias de las extremas derechas, que amenazan con inundar los sistemas democráticos-liberales; la exhortación al diálogo para afrontar la crisis humanitaria y política de Venezuela; la petición por la paz en Ucrania, dejando entrever la tozudez de Zelenski y la OTAN; la denuncia del macabro genocidio que Israel perpetra en Gaza, poniendo énfasis en la crueldad que constituye el premeditado asesinato de niños, así como la exigencia de un cese al fuego de inmediato, el cual permita asistir humanitariamente al pueblo palestino de Gaza. Todas estas declaraciones, algunas sostenidas con mayor énfasis y recurrencia que otras, no sólo conllevaron un notorio malestar dentro de los grupos dominantes, sino también han contribuido a desarrollar la consciencia crítica en un amplio número de personas, las cuales van mucho más allá de los creyentes católicos.
A su vez, el involucramiento del Papa Francisco en asuntos de política internacional, siempre en busca de lograr justicia para los ultrajados por los grandes poderes del capital, hace carne una contundente posición dentro del catolicismo: aquella que, concebida desde Vaticano II, se encaminaba hacia la “puesta al día” (aggiornamiento) de la Iglesia Católica en relación con las reales problemáticas que asolan cotidianamente la vida de los seres humanos. En virtud de ello, la Iglesia hubiera tenido que inclinarse en favor de la comprensión de las causas del sufrimiento, ejerciendo acompañamiento en los pesares de los hombres y buscando soluciones dialogantes a distintos conflictos, todo esto basado en el objetivo central del Concilio: disponerse a leer a Dios en los signos de los tiempos. Casi siete décadas después, con Francisco, una mínima parte de dicha “puesta al día” hubo de encontrar la aún demasiado tibia llegada de su lento amanecer.
Encíclicas
Dentro de su preocupación por la situación actual que configura el habitar humano, mención aparte merecen sus tres Encíclicas, las cuales obtuvieron una elogiosa recepción por parte de muchos círculos intelectuales laicos. Porque Francisco, además de predicar, escribió, y lo hizo con destacada expresividad poética y sólido respaldo teológico. En Laudate si´ (2015), la primera escrita de su puño y letra (anteriormente había escrito una a cuatro manos junto a Benedicto XVI), el papa, en claro registro franciscano, centró sus reflexiones en aras del cuidado de esta “casa común” que constituye el planeta, en cuanto espacio de creación divina y lugar de encuentro vital y proximidad espiritual a Dios. (Costadoat, 2025) Dada la consabida catástrofe ecológica que nos aqueja, el Papa Francisco no sólo hace un llamado a los seres humanos en general a apreciar, recapacitar y cobrar consciencia en vistas de lograr la salvación de la naturaleza, sino también detecta las causas estructurales de tal catástrofe: el depredador sistema económico capitalista, el cual, sustentado en el impulso de hiperproductividad ilimitada, provoca la devastación de los recursos renovables y no renovables, atentando gravemente contra la regulación ecológica del planeta y la sobrevivencia del ser humano. La lectura de esta Encíclica, sin duda, consiste en un paso necesario para sopesar la gravedad y determinar a la voluntad con miras a la superación de la crisis ecológica que atravesamos. Por eso, el papa ve en la renaciente espiritualidad franciscana una forma-de-vida ejemplar, capaz de inspirar a la humanidad para, gracias al despliegue de una ética del cuidado inspirado en la fraternidad divina, volver a tornar habitable nuestra única casa común.
La segunda Encíclica, titulada Fratelli tutti (2000), exhorta a los seres humanos a encontrar en la clave de la fraternidad humana una instancia espiritual desde la cual construir puentes entre unos y otros, dando pie a la escucha, al diálogo y valoración de las diferencias en un clima de hermandad y reconocimiento mutuo. De este modo, Francisco busca subsanar el tejido social de las relaciones humanas y preservar un espacio de fraternidad espiritual, a contracorriente de las atmósferas belicistas, discursos de odio y prácticas discriminatorias, que no cesan de recrudecer a lo largo del mundo.
Finalmente, la tercera de sus Encíclicas, Dilexit nos, centra su mensaje en el amor de Cristo simbolizado por la antigua práctica devocional en torno al sentido del Corazón de Jesús. Efectivamente, el corazón llameante y llamante viene a simbolizar no sólo el lugar donde confluyen las Encíclicas anteriores, sino también aquella fuente capaz de irrigar la sangre divina a la totalidad de la creación encarnada, operando, así, como puente carnal entre el orden divino y el terrenal, al mismo tiempo espiritual y corporal (Rosas, 2024). Con esta última Encíclica, Francisco parece cerrar y consumar un ciclo integrado por tres momentos: primero, la urgente valoración del sentido de la naturaleza, entendida como creación divina y casa común, en un contexto epocal de grave crisis ecológica; segundo, la fraternidad que los seres humanos deben construir al habitar, de manera solidaria, respetuosa y cuidada, tal casa, abogando por el cuidado del conjunto de la vida donada por la Gracia de Dios; tercero, lograr que la vida humana cobre un sentido renovado, por medio de la subordinación de los dos puntos anteriores al amor que arde y alienta desde el Corazón de Cristo.
¿Papa de izquierda?
Ahora bien, ante la muerte de Francisco algunos se han apresurado en señalar que éste podía catalogarse como un Papa de “izquierda”. Nada más erróneo. Si bien su apuesta por la fraternidad y los aspectos, discursos y prácticas que mencionamos más arriba podrían anudarse fácilmente con la herencia dejada por la Teología de la liberación, Francisco, no obstante, se mantuvo en fiel a la doctrina católica en asuntos tan “políticos” como el relativo al aborto, manifestando su tajante oposición. Pero, independientemente de eso, enrolar a Francisco con ciertas posiciones de izquierda revela algo más profundo, lo cual atañe, más que a Francisco mismo, a la actualidad de la izquierda y de los movimientos transformadores en su conjunto. En efecto, lo que en tal juicio se revela es lo siguiente: cómo hoy en día la defensa de los mínimos valores civilizatorios, social y éticamente aceptados y asumidos durante gran parte del siglo XX, han pasado a asociarse con una suerte de atributo privativo de la izquierda, cuando, en realidad, ellos se hallan en los cimientos del programa de principios democráticos-liberales de corte universalista, plasmado en la Carta de los Derechos Humanos. La confusión propia de este fenómeno, así, nos entrega un indicio importante a la hora de evaluar cuánto, durante las últimas décadas, se ha ido corriendo hacia la derecha la correlación de las fuerzas políticas occidentales, lo que hoy queda expresado en el avance de sectores neoliberales, autoritarios, conservadores y, actualmente, neofascistas, desde los cuales la “retórica” de los DDHH es calificado como un acto propio de una “ideología de izquierda”. En ese sentido, el papa Francisco, más que ejercer un pontificado desde la izquierda, tan sólo portó el aura de aquella: la apariencia de haber sido una sombra izquierdista al interior de un escenario mundial asediado por las luces y el espectáculo de una acelerada y casi unilateral fascistización a escala global.
Así, políticamente el papa Francisco se hallaría más cercano a un católico común e ideológicamente moderado, cercano a los planteamientos del Concilio Vaticano II, no siendo para nada un hombre de izquierda, aunque actualmente sí lo parezca. De hecho, si nos detenemos en la biografía de Bergoglio, él, pese a ser jesuita, nunca fue un activo seguidor de la teología de la liberación (por ejemplo, del peruano Gutiérrez o del brasileño Boff); a diferencia de esto, manifestó más cercanía por la teología del pueblo y la filosofía de la liberación promovidas por Juan Carlos Scannone, teólogo jesuita argentino. Efectivamente, Francisco no evidenció mayor interés por la teología del pueblo latinoamericana -de corte social y en clara postura de sensibilidad y preferencia por los pobres- hasta la Conferencia de Aparecida en 2007 (Uranga, 2025), evento donde tan sólo la Iglesia latinoamericana se propone rescatar ciertos tópicos de la teología de la liberación, pero bajo el evidente cedazo de Vaticano II. Sin embargo, Francisco nunca fue partidario de una praxis revolucionaria ni bebió teóricamente de Marx, del marxismo ortodoxo o de sus intérpretes críticos, a la hora de buscar comprender las relaciones de contradicción que estructuran la realidad social.
En resumen, sería lícito aseverar que Francisco ha adoptado meras “posturas” que hoy pueden ser leídas como de izquierda. Sin embargo, nunca mantuvo una “posición”, con la solidez y permanencia que conlleva esta palabra, en contraste con la labilidad de la “postura” que quepa ser denominada de izquierda ni marxista. Esto se explica, justamente, porque, dado el avance epocal de la ultraderecha a escala planetaria, el vaciamiento ideológico de la izquierda se encuentra precarizado a tal punto que hoy cualquier propuesta en pro de la igualdad democrática es asociada con dicho sector: el triste principio de realidad del actual concepto de izquierda hoy parte desde el supuesto suelo ontológico de la democracia-liberal-burguesa. El papa es izquierdista a la luz del Vaticano y de los poderes hegemónicos mundiales, así como nosotros nos solemos pensar de izquierda dentro de la -ya aceptada- maquinaria democrática burguesa de uso representativo y procedimental.
Incertidumbre
Francisco ha muerto ¿Qué nos espera ahora?
Según una interesante intervención de Pablo Iglesias, la presencia de Francisco en el Vaticano fue la responsable de mantener controlado al clero falangista en una España que, como vemos día a día, evidencia abundantes y crecientes elementos de parentesco con la época franquista. En efecto, si la asonada neofascista actual ha podido mantenerse a raya, al menos en una España profundamente católica, se debe, en buena parte, a que Francisco puso freno a la designación de autoridades eclesiales afines con la ultraderecha, cuando no reconocidamente franquistas, al interior de una Iglesia cuyo histórico derrotero ha hecho de la excepcionalidad -esa de Donoso Cortés– la norma permanente de su tradicionalismo.
Desde esta perspectiva, habrá que pensar qué nos deparará la elección del Cónclave Cardenalicio en lo que concierne al próximo Sumo Pontífice. Porque, quizás, de ello dependa algo mucho importante que el rostro del Vicario de Dios, esto es, de la representación del Dios cristiano en la Tierra. Más bien queremos preguntarnos lo siguiente: ¿hasta dónde el nuevo papa llegará a ser un factor influyente, condicionante o determinante del curso geopolítico, en tiempos de un acelerado avance neofascista? ¿Acaso, intensificando el giro ya dado por Francisco, podrá ejercer un rol de contención antifascista en alianza con otros grupos? O, por el contrario, ¿administrará sus intereses a los angélicos sones de los poderes hegemónicos terrenales, ya consagrados y congraciados con el Vaticano a la luz de la historia de larga duración?
Roguemos para que el Espíritu Santo, al igual como lo hizo con Francisco y lo ha hecho en tan escasas ocasiones más, al menos se abstenga de estar en nuestra contra.
Por Aldo Bombardiere Castro
Licenciado y Magíster en Filosofía, Universidad Alberto Hurtado.
Referencias
Costadoat, Jorge (2025): “Francisco el papa de la casa común” en El Mostrador, 22 de abril, 2025. En: https://www.elmostrador.cl/noticias/opinion/columnas/2025/04/22/francisco-el-papa-de-la-casa-comun/
Rosas, Guillermo (2024): “Dilexit nos: Nos amó” en Revista Mensaje, N° 735, diciembre de 2024, pp. 32 – 34.
Uranga, Washington (2025): “Francisco, el papa latinoamericano para el mundo” en Página 12, el 21 de abril, 2025. En: https://www.pagina12.com.ar/819605-murio-francisco-el-papa-latinoamericano-para-el-mundo
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