Por el derecho a fijar nuestras reglas, también en regiones

Las demandas sociales, la forma en que diversos actores “se las han arreglado” para instalar sus demandas en la agenda, ha obligado a los presidenciables a recoger el clamor de una nueva constitución

Por Wari

17/04/2013

Publicado en

Columnas

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Las demandas sociales, la forma en que diversos actores “se las han arreglado” para instalar sus demandas en la agenda, ha obligado a los presidenciables a recoger el clamor de una nueva constitución. Algunos han incorporado dicho requerimiento detalladamente, otros y otras con harta ambigüedad.

Partamos de la base que la Carta Magna que tenemos fue impuesta en el marco de una dictadura. Los ciudadanos no convenimos los márgenes sobre las cuales desarrollarnos, sino más bien se nos obligó a acatar las reglas que en ella se establecían.

Pero consideremos, además, que ésta se nos impuso hace más de 30 años. Desde entonces, Chile ha cambiado, las familias chilenas han cambiado y, por ende, nuestras necesidades e intereses. No obstante, la Constitución no ha avanzado acorde a los cambios que la ciudadanía ha experimentado. Las reformas, las modificaciones, los matices que se le han aplicado a la Constitución, no pasan de retoques y, en su esencia, sigue siendo la misma generada por Pinochet.

Entonces, claro que la sociedad civil le quedó grande a la institucionalidad impuesta por el núcleo constitutivo y así los chilenos lo han hecho sentir; es necesario que definamos ya nuestras propias reglas.

Y definir nuestras propias reglas, implica también considerar las realidades locales; o sea, que el ejercicio que reconocimos necesario aplicar a la Nación, se haga también en los territorios, con las particularidades de cada provincia, de cada comuna.

Junto con la urgencia de tener una nueva Constitución, cabe que ella contenga las herramientas que permitan descentralizar Chile, de manera de aplicar los principios de un país más justo, libre e igualitario en todos los rincones del territorio nacional.

Es que la lógica del centralismo como régimen que iguala oportunidades, no es más que una manifestación de una estructura que desconfía de la diversidad y se niega a distribuir el poder. Se trata de un sistema que crecientemente ha concentrado riqueza, servicios, industria.

Ese pretexto homogeneizador, de un Estado Unitario, ha provocado que las regiones se declaren “en rebeldía contra el centralismo”. Así es como vemos, por ejemplo, que los alcaldes de 20 comunas del Norte han decidido crear su propia asociación de municipalidades, que vele por las necesidades comunes que éstas tienen. O en el otro extremo, en Magallanes, vuelvan a enarbolarse las banderas negras porque el Gobierno “no ha comprendido nada de las experiencias del paro del gas de enero de 2011”.

Por décadas ha imperado un modelo que apelando a la eficiencia y al orden, ha convertido a los habitantes de las regiones en “dominados” e incluso en “peones”, percibidos como entes productores, quienes hemos visto, en algunos casos literalmente, ver pasar el tren del desarrollo frente a nuestras narices, mientras nuestras comunidades se hunden en las mismos hoyos de donde se extraen nuestras riquezas.

Y mientras nuestros congresistas se embrollan en disputas cargadas de burocracia y tecnicismo, obsoletas e inoficiosas, que alimentan las percepciones de los ciudadanos de sentir que existe un divorcio con quienes nos representan, nosotros, desde los extremos, demandamos un cambio de reglas. Demandamos consideración; demandamos espacio y participación.

Tenemos el derecho a incidir en las determinaciones de cómo se extraen las riquezas de nuestras tierras y de qué manera se distribuyen dichos recursos. Demandamos ese derecho aquí y ahora.

No se trata de aplicar un paquete de medidas mitigatorias, hay que dejar de ser reaccionario y avanzar a las grandes transformaciones. Queremos un país moderno e inclusivo, queremos sentirnos parte íntegra de la Nación. Por ello, resulta coherente la idea de transitar hacía un modelo federalista, que reconozca a cada comunidad y les abra espacio de participación.

Ahora bien, para que las regiones consigan más poder, no sólo se requiere de transformaciones a las estructuras institucionales; a la constitucionalidad… Se requiere también transformar las lógicas con que funcionan las dirigencias de las colectividades políticas, gremiales y sindicales. Éstas deben ser respetuosas de los procesos que se impulsan desde los territorios. La instrumentalización, la imposición, son un síntoma más de dicho afán de concentrar el poder.

Comencemos el debate en torno a la consigna “Es Tiempo de Regiones”. No se trata de decir que los ciudadanos de comunas alejadas de la capital, somos mejores o peores, sino de reconocer la diversidad y particularidad. En el Norte somos diferentes, porque habitamos en un territorio diferente, hostil, por las características del árido desierto que habitamos, por la industria que alojamos y hasta por la historia que llevamos. Por ello la necesidad de generar propuestas, ideas y liderazgos que emerjan desde la cotidianeidad de nuestras comunas, desde la realidad que nos toca.

Construyamos Chile desde cada rincón. Yo soy parte de la construcción que viene “Desde el Norte, por un Nuevo Chile”.

Por Miguel Ballesteros

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