Alemania es tal vez el país que más y con más fuerza reprime a quienes denuncian el genocidio sionista. Tanto así, que Francesca Albanese, la relatora especial de Naciones Unidas (ONU) para los territorios ocupados por Israel, denunció que en ningún otro lado se sintió tan amenazada y vigilada, como en su reciente visita a Alemania.
Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, se ha hecho un lugar común explicar que el pueblo alemán sufre un complejo de culpa por las atrocidades masivas cometidas por sus soldados, policías, funcionarios y grandes empresarios, especialmente en lo que ellos llamaban el “Este”, que eran los países eslavos, especialmente Polonia y la Unión Soviética.
En esos países, el plan nazi contemplaba que judíos y no judíos estaban todos condenados a la esclavitud y la muerte, en distintas líneas de tiempo, de acuerdo a las necesidades del Reich. A este supuesto complejo de culpa es que se atribuye el fanático fervor alemán por Israel.
Alemania es también el campeón de la guerra contra Rusia: en ese país están estrictamente prohibidos los símbolos soviéticos y rusos, y cualquier alusión a la victoria de la URSS en la Gran Guerra Patria. Sutil y no tan sutilmente, recordar la derrota nazi es un delito.
El conocido sociólogo portugués Boaventura de Sousa Santos ha vinculado el pasado y el presente:
«La complicidad (alemana) con el genocidio de Gaza está siendo llevada a un extremo tal que nos hace observar, noventa años después, que los alemanes están nuevamente normalizando un crimen horrendo contra seres que consideran inferiores, un crimen que esta vez no es cometido por ellos, sino por sus antiguas víctimas, de quienes se consideran aliados incondicionales”.
EL JUICIO DE ADOLF EICHMANN
Muchas personas citan la famosa frase “la banalidad del mal”, de la filósofa alemana Hannah Arendt, que resume magistralmente la actitud del burócrata encargado de organizar los crímenes del Estado.
Arendt publicó en 1963 una crónica de 434 páginas acerca del espectacular juicio celebrado en la Jerusalén ocupada, al criminal de guerra alemán Adolf Eichmann por las autoridades israelíes. Eichmann había sido secuestrado en 1960 por agentes del Mossad en Buenos Aires, y llevado a clandestinamente a Israel para un “juicio” en que todos conocían el final: la horca.
La crónica -“Eichmann en Jerusalén”- abunda en detalles de la historia reciente y actual de Alemania, y caracteriza con precisión a los líderes militares y civiles encargados de la “Solución Final” del “problema judío”, una maquinaria de la que Eichmann era una pieza clave, pero secundaria: encargado de organizar el transporte de las víctimas.
Arendt anota con agudeza lo siguiente: los genocidas nazis juzgados en los países donde cometieron sus crímenes fueron casi todos ejecutados, pero cuando los juicios se celebraron en Alemania Occidental, las condenas fueron leves y muchas veces ni siquiera se cumplieron. Decenas de miles de nazis activos se mantuvieron en sus puestos y hasta en la cúpula del Estado y de la OTAN, sin problema alguno.
COMPLICIDAD SINIESTRA
En el juicio, Eichmann describió detalladamente el método empleado por la maquinaria alemana para la “Solución Final”: establecer comisiones de trabajo conjunto con las agrupaciones judías -“Consejos Judíos”- para que fueran ellos mismos quienes seleccionaran, agruparan y prepararan a las futuras víctimas.
Tras ser designados por sus propios líderes para el exterminio, los condenados debían además llenar numerosos formularios detallando todos sus bienes, los cuales donaban legalmente a los líderes de la comunidad judía, quienes se quedaban con una parte -ostensiblemente para salvar a otros y promover la emigración- y el resto era traspasado al Reich.
No eran sólo pertenencias domésticas, sino cuentas y activos por miles de millones de dólares actuales, y esto ocurría no sólo en Alemania, sino en todos los países ocupados o bajo control nazi. Una masiva acumulación de capital mediante la extorsión, el robo y el homicidio.
En aquel entonces los sionistas eran minoría en las comunidades judías europeas, pero eran los mejor organizados y mejor financiados. También ellos participaron en el esquema, y con más éxito, al punto que -según Arendt- sus dirigentes fueron eximidos del uso del brazalete amarillo con la estrella de David -obligatorio para los judíos- y tenían salvoconducto para circulación libre en el territorio del Reich.
Judíos eran no sólo los seleccionadores, sino también los policías que los iban a buscar, los funcionarios que tramitaban las deportaciones, quienes los recibían en el punto de destino, quienes decidían allí quienes morirían de inmediato o irían de esclavos a las industrias alemanas, quienes los conducían engañados a las cámaras de gas, y quienes luego llevaban los cuerpos al crematorio.
Esto, por lo demás está descrito en primera persona por el escritor italiano Primo Levi, exguerrillero antifascista y sobreviviente de Auschwitz, en su corto y contundente libro “Si esto es un hombre.”
Arendt constató que el juicio contra Eichmann se convirtió en un arma de doble filo para la judicatura sionista, puesto que muchos de los testigos habían formado parte de este esquema. También constató que -igual que en Alemania Occidental- en Israel los pocos judíos juzgados por esas acciones fueron absueltos o recibieron condenas leves, y al poco tiempo estaban totalmente integrados a la sociedad israelí, en calidad de víctimas.
ESPACIOS VACÍOS
Cuando Adolf Hitler resolvió que una parte de Polonia ocupada (la “Prusia Oriental”), sería incorporada al Reich, demandó un “espacio vacío” para los colonos alemanes. No se trataba de ocupar y controlar, sino de evacuar y exterminar a las poblaciones locales, que por ser eslavas eran inferiores.
La mayor parte de los habitantes de Polonia, así como de la Unión Soviética, habían sido designados como objeto de un exterminio gradual a través de la mala alimentación y trabajo esclavo: una ampliación exponencial del esquema de Auschwitz-Birkenau.
Tales planes son idénticos a los que ha formulado y aplica Israel para toda la zona del Levante (y que ha reiterado abiertamente en los últimos días el vocero oficial de la infamia sionista, el ministro de Finanzas Bezalel Smotrich).
Los métodos de exterminio sionista son aún más brutales que los nazis, más eficaces, más crueles y más concentrados, obra del aprendizaje.
Son personajes como Eichmann -“técnicos” sionistas- quienes en hojas de cálculo suman los datos de kilómetros cuadrados, fuentes de agua, recursos agropecuarios y marítimos, las calorías necesarias para una supervivencia básica, la cantidad de gente que se debe evacuar y/o exterminar, la mano de obra que debe sobrevivir, las municiones necesarias para destruir las ciudades, los medios de transporte para las víctimas, etc., etc.
Como Eichmann, si es que llegan a ser juzgados, no dirán -como sí lo harán los jefes militares y políticos y sus cómplices alrededor del mundo- que fueron engañados u obedecieron órdenes: dirán orgullosamente que ejecutaron “acciones de Estado”, y con gran eficiencia.
No verán en ello problemas de conciencia, ni necesariamente algún odio especial hacia los palestinos que exterminan, sino los propósitos superiores de su raza y su Estado: la acumulación de capital.
Hannah Arendt tuvo que escribir 368 páginas para concluir con la frase famosa de la “banalidad del mal”, tras relatar la patética ejecución del protagonista.
De ahí se llega a comprender mejor por qué la clase dirigente alemana, los herederos culturales del nazismo, los propietarios de las grandes empresas como Siemens o Krupp, que se beneficiaron del capital adquirido en los territorios ocupados, y del trabajo esclavo, sean tan ardientes defensores del sionismo.
Esa Alemania, ya despojada de complejos y culpas, y de la sombra antifascista de la República Democrática Alemana, es la que se está rearmando a todo vapor, pronosticando una guerra continental contra Rusia -según su ministro de Defensa, Oscar Pistorius– antes de 2030.

En palabras de Boaventura, “la perplejidad es tal que el extremismo alemán nos lleva a preguntarnos si el apoyo al genocidio de Gaza se explica menos por el deseo de expiar un crimen horrendo que por una insidiosa e inconsciente voluntad de justificarlo. El inconsciente colectivo tiene razones que la razón desconoce».
Por Alejandro Kirk
14 de mayo de 2025.
Las expresiones emitidas en esta columna son de exclusiva responsabilidad de su autor(a) y no representan necesariamente las opiniones de El Ciudadano.