Al respecto se han entregado y recibido opiniones varias, las cuales siempre han estado en directa relación con los enfoques ideológico – políticos de procedencia, transformándose en una verdadera “batalla” en donde el objetivo es ver qué sector impone sus ideas, careciéndose, por lo tanto, de los tan necesarios consensos.
En este sentido, la heterogeneidad de las fórmulas anunciadas apuntan en líneas generales, por un lado, al incremento de los impuestos a las grandes empresas (especialmente mineras); otros ven como mecanismo de salida recurrir a los ahorros acumulados por Chile durante la época de bonanza del cobre; otra sección, por su parte, cree que la venta parcial de bienes y activos públicos al sector privado es una buena medida de reacción (ejemplo, Codelco); también se ha planteado la idea de endeudarse con el exterior por medio de créditos totalmente factibles de conseguir, entre muchas otras alternativas.
Pero más allá de emitir una opinión respecto a las mencionadas propuestas pro reconstrucción, hay una en particular que es especialmente preocupante y que como tal demanda de sumo cuidado. Me refiero al anuncio de recortar el presupuesto de las regiones. Sabemos que, producto del centralismo imperante en nuestro país, las necesidades de las regiones en sus diferentes ámbitos han sido cualitativa y cuantitativamente altas; con lo que ineludiblemente el implementar un recorte presupuestario –en su FNDR– detonaría graves consecuencias para su desarrollo socio– económico.
Si las necesidades e inconformidad regionales con el presupuesto previo al terremoto eran evidentes ¿Qué se puede esperar ahora del desarrollo de las regiones si se propone rebajar significativamente su “billetera”? ¿Por qué perjudicar a estas zonas considerando que existen otras alternativas mucho más razonables mediante las cuales financiar la reconstrucción?
Personalmente, considero que con una medida como esta lo único que se estaría consiguiendo es la nivelación (para abajo) de nuestras regiones, estancando su crecimiento y productividad, relegando y suspendiendo proyectos de altísimo valor local, aumentando el tradicional sentimiento de abandono del Ejecutivo hacia las regiones periféricas y, por ende, incrementando y agudizando aún más las desigualdades sociales, económicas y educacionales entre las mismas.
Si bien es lógico que las prioridades deban estar puestas en aquellas regiones que fueron golpeadas, esta reconstrucción no puede ser a costas de las demás regiones, ni mucho menos, del detrimento de las potencialidades de crecimiento integro de estas. Este no es un tema de solidaridad de estas últimas con las primeras, sino que tiene que ver con una mirada más igualitaria del desarrollo nacional. La medida del recorte presupuestario para las regiones, dada la estabilidad macroeconómica del país y, principal mente, por la existencia de otras alternativas, debería idealmente descartarse, aunque todo lastimosamente indica que será irreversible.
Ante lo dicho, hoy más que nunca entra en vigencia la célebre frase de economía, la cual dice que “las necesidades humanas son ilimitadas, y los recursos disponibles para satisfacer esas necesidades son limitadas”. Lamentablemente, a la luz de los hechos, ahora se puede decir que “las necesidades de las regiones seguirán siendo ilimitadas, y los recursos para tratar de enfrentar sus problemas serán aún más limitados”. Un grave problema que se avecina.
Por Cristian Cárdenas