Recordando a José Miguel Varas

Lo primero que recuerdo es que siendo yo un pre-adolescente fui sorprendido por mi tío René Bustos, quien nos mostró a un hombre que leía noticias en el Canal 9, de la Universidad de Chile en ese entonces, y nos dijo: “Niños, ese lector de noticias no es sólo locutor sino que además es uno […]

Por Wari

25/11/2011

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Columnas

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Lo primero que recuerdo es que siendo yo un pre-adolescente fui sorprendido por mi tío René Bustos, quien nos mostró a un hombre que leía noticias en el Canal 9, de la Universidad de Chile en ese entonces, y nos dijo: “Niños, ese lector de noticias no es sólo locutor sino que además es uno de los principales ideólogos del Partido Comunista”.

Esa fue la primera vez que supe de José Miguel. Muchos años después le llevé de regalo una fotocopia de una revista de aquella época en que lo entrevistaban a él, a Pepe Abad, Esteban Low -¿o Lobe?-, y otros “rostros” -como hoy se dice- de la tele chilena, y le conté lo que me decía mi tío René. Nunca había visto reírse tanto a José Miguel como cuando yo le decía que me parecía una combinación de oficios interesante esa de ser “locutor e ideólogo”. Él me decía que sólo lo equiparaba con el deseo de un niño que alguna vez le había dicho que quería ser trompetista y chofer de submarinos.

Estando el año ‘74 en la celda 201 de la antigua Cárcel de Valparaíso, nos llegó su novela “Porái”. Nos acompañó por ahí. Y en las noches el Murúa sintonizaba rigurosamente en onda corta el programa “Escucha Chile”, transmitido desde Moscú. Ahí estaba una vez más José Miguel Varas. En la cárcel lo leíamos, lo escuchábamos.

Luego, recuerdo su voz en las heladas piezas de exiliados en Birmingham, en las calurosas tardes del verano del ‘78 en Londres. En un viaje a Amsterdam compré su biografía novelada “Chacón”, y lo seguí leyendo y escuchando. También lo leía en el “boletín rojo”, como le decíamos al Boletín del Exterior del Partido Comunista. Allí, recuerdo, me hice fanático de sus crónicas. Al llegar el boletín rojo, lo primero que buscaba entre los sesudos análisis de la Comisión Política o los análisis de la concentración del capital financiero de Hugo Fazio, eran las crónicas de Varas. Después -y tal vez muy políticamente incorrecto para un militante- leía lo demás. Varas era el cable a tierra.

Lo conocí en Londres, desayunamos juntos en la casa de Hernán, el secretario político del Partido. Le regalé mi libro “Notas para una contribución a un estudio materialista de los hermosos destellos de la (cabrona) tensa calma”, libro que había editado -saludando el cincuentenario de las Juventudes Comunistas, en Budapest-, Manuel Guerrero, quien dos años después sería degollado por la dictadura. Le comenté a Varas la crónica “Un tal Correa”, del boletín rojo. Eran sus recuerdos de un dirigente del Partido de pequeña estatura. Un tal Correa que era Luis Covalán Lepe, posteriormente Secretario General del Partido. Varas era uno de los contactos del dirigente. Debo haberle dicho que sus crónicas eran además grandes piezas de literatura Yo me volvía a Chile. Me escribió desde Moscú y recuerdo que, con su típico humor y amor “variano”, me aconsejaba mantener a salvo mi cráneo de poeta de los lumazos de los pacos.

Recuerdo que nos encontramos en Santiago varios años después, le dije que andaba muy mal de pega y me llevó a una agencia de noticias, en calle Phillips, a hacer traducciones. Su inglés era cien veces o más, mejor que el mío. Me ayudaba, me explicaba, reía. Una tarde me fijé que estaba algo cansado, ya no era el jovial cincuentón de Londres y noté que estaba envejeciendo y me dio mucha rabia contra el tiempo.

Un día, Varas subió a una micro en Compañía y Ahumada. Era a principio de los 2000. Lo llamé, se sentó a mi lado. Conversamos. Yo tenía ciertos problemas de carácter indeterminado y él me puso de pie de nuevo en esa micro. Recuerdo que con su voz de barítono me dijo: “Han sido cobardes contigo”. Luego hablamos todo el viaje de Pablo Neruda. Momentos imborrables en micros chilenas.

Tengo recuerdos para muchas páginas más de toda esa magia que era verlos a él y a su querida compañera Iris Largo. Las invitaciones a almorzar, la generosidad de su mirada, el humor difícil, el sarcasmo incontestable, el remache de lujo. Como cuando en su funeral lo recordó su ex compañero del Instituto Nacional y compañero de luchas, Miguel Lawner, quien le decía que qué irónico era que Carabineros hubiese escoltado su funeral y ya no estuviera del lado de los que apalean. Miguel decía, y tú, José Miguel, si pudieses responderme sencillamente dirías: “Sucede”. ¡Qué bien lo conoció Miguel Lawner! Qué bien lo conoce.

Por Mauricio Redolés

El Ciudadano Nº111, primera quincena octubre 2011

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