Recuperando lo que somos: la urgencia del plurinacionalismo

Por Alex Ibarra Peña

Por Marian Martinez

26/11/2020

Publicado en

Columnas

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«Nosotros debemos hacer respetar el poncho, la ruana, en aquí y en cualquier parte que estemos» (De un tejedor otavaleño, citado por Jorge Sanjinés)

Quiero partir con esta pregunta planteada por Jorge Sanjinés, del grupo Ukamau, en su libro «Teoría y práctica de un cine junto al pueblo» (1980): «¿Existe alguna otra tarea más importante que luchar por la vida de nuestros pueblos»? Esta pregunta tiene vital sentido cuando tenemos conciencia de que conformamos ese pueblo.

Proyectos artísticos como el manifiesto de Ukamau o el acertado registro musical de Inti Illimani que hoy nos reúne son la manifestación de una producción que en su función creativa es capaz de observar e incluir a la cultura popular posibilitando la creación de un lenguaje estético liberador.

La mirada que reconoce nuestra herencia indígena fue y es censurada por el colonialismo interno que niega la riqueza cultural de los pueblos andinos. Así lo ha entendido Jesús Lara en su libro «La poesía quechua» (1947), en el cual expresa en relación al indio: «Objeto doméstico, necesidad de la vida vulgar, no podía ser motivo de una preocupación del espíritu».

Este colonialismo difundido por la élite criolla invisibiliza la riqueza cultural de nuestros pueblos y se hace cómplice de la pobre homogeneidad cultural de nuestra nación, en palabras del ya mencionado Jesús Lara: «Su criterio había sido amamantando por el pensamiento español y era absoluta su ignorancia de la vida y de las virtudes del indio». Comparto la interpelación que hiciera Víctor Heredia desde su comprensión del Taki Ongoy (1986): «¿Qué hubiéramos sido si hubiésemos podido ser?».

En lo musical es compleja una revisión analítica sobre lo originario, cuestión propia en todo proceso de aculturación. Se ha dicho que el pueblo quechua en el desarrollo de la música profana integraba el canto y la danza, usando instrumentos de viento y percusión. En la música andina, habitualmente se le reconoce escasa influencia a la música española y se le asigna una gran diversidad, en palabras de Lara: «La influencia de España resultó nula en la música. No pudo imponer ni sus propios instrumentos, pues frente a los venidos de ultramar, el indio creó el charango, semejante en cierto modo a la vihuela, pero aliento y voz del quechua esclavizado».

El charango toma protagonismo desde el lamento del indio sometido, expresa el intelectual boliviano que vengo citando: «La música del charango es la ventura perdida sin remedio, la libertad crucificada, la entraña hecha pedazos; es el espíritu de la raza sollozando su infortunio». En consecuencia, dicha desolación es parte de la herida colonial, es esta violencia la que produce la tristeza del vencido: «Esta tristeza nació desde la muerte de Atawallpa. El sentimiento quechua no se hallaba nutrido en la fuente del dolor. Es cierto que llevaba un ligero dejo de nostalgia producido por influencias telúricas y acaso también por la ley de los mitimacus y por las represiones del amor prohibido». Quién no sufre frente a un paisaje desolado o por el sentimiento de extrañamiento o la pena del amor.

Creo que dado nuestro lamentable desconocimiento de la lengua, la musicalidad y la poesía abren un camino para el encuentro con la herencia del mundo andino. Este tipo de encuentros entendidos, en cuanto hitos de reconocimiento honesto y amoroso de la alteridad que somos, posibilita la auténtica apertura a nuestra plurinacionalidad demandada por la fuerza constituyente que reclama su existencia hasta ahora negada.

Alex Ibarra Peña. Dr. Estudios Americanos.

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