Rosadito versus celestito: O cómo el rol de género también me jode la vida

No podría ser más clásica esa fórmula binaria, a través de la que, desde que nacemos, somos condicionados y condicionadas: rosadito si es niñita; celestito si es niñito. En esa repartición de roles, ser hombre es la parte fácil dentro de este sistema. O la menos complicada. Porque vivir en Chile es difícil, considerando las endémicas brechas en educación y oportunidades, sin contar la cada vez mayor violencia e intolerancia imperantes. Sin embargo, siempre será peor para una mujer.

Por Leonel Retamal

30/07/2015

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Columnas

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Andres-valenzuela-ocacNo podría ser más clásica esa fórmula binaria, a través de la que, desde que nacemos, somos condicionados y condicionadas: rosadito si es niñita; celestito si es niñito. En esa repartición de roles, ser hombre es la parte fácil dentro de este sistema. O la menos complicada. Porque vivir en Chile es difícil, considerando las endémicas brechas en educación y oportunidades, sin contar la cada vez mayor violencia e intolerancia imperantes. Sin embargo, siempre será peor para una mujer.

En un país que dejó su mentalidad estancada en 1950, la mujer sigue siendo el “sexo débil” y se aprecia en prácticamente todo el entramado social. En la naturalidad con que prácticas degradantes como el acoso sexual callejero o la cosificación del cuerpo de la mujer se reiteran a diario y en la publicidad, lo que la mayoría de la gente –muchas mujeres inclusive– les parece normal. También en que las mujeres reciban salarios inferiores y les achaquen la “determinación natural” de que sean ellas, las hembras de la especie, quienes se responsabilicen de las crías que paren si se les ocurre embarazarse, siendo miradas en menos por sus pares del género masculino.

Pero como vivir en Chile es difícil para todas las personas y si bien ser hombre es menos complicado en el sistema rosadito-celestito, eso no quiere decir que sea fácil. Y eso, macabra paradoja, viene determinado por el rol de género.

{destacado-1} ¿Sabías que hay discusión respecto de si un hombre puede o no ser violado por una mujer? Según el código penal, para concretar una violación, la víctima debe sufrir “acceso carnal”, asimilado –necesariamente– a la penetración por un pene. Otro enfoque, menos técnico y más mundano, se centra en la idea del forzamiento y, sobre todo, de la falta de voluntad. Entonces, el asunto se torna medio escalofriante: ¿cómo una mujer va a forzar a un hombre a tener sexo? Peor todavía: ¿cómo un hombre no iba a aceptar tener sexo con la mujer que “lo violó”? Claro que puede pasar. Sin embargo, para mucha gente el asunto es sospechoso y algunos dudarán, incluso, de la “hombría” de la víctima. Pero, ¿cuál víctima? Si el tipo lo debe haber pasado muy bien.

Otro ejemplo es cuando un hombre sufre de violencia intrafamiliar. Porque la violencia de género hacia la mujer se ha visibilizado. Sin embargo, hay casos en que el asunto es al revés y entonces el trato es muy distinto. Y más que desde tribunales o fiscalía, la violencia proviene de la gente que, lejos de solidarizar, hace mofa y pone en duda la hombría del agredido. Y esto no es sólo para decir «a los hombres también les pasa»: muchas veces los varones no denuncian por vergüenza, porque serán condenados. Eso es violencia de género hacia los hombres.

Desde nuestra infancia, los hombres aprendemos a reproducir el machismo. Nuestras actitudes que violentan y oprimen a las mujeres, por fortuna, han sido cuestionadas. Eso de las mujeres son débiles, debes protegerlas. De ahí hay solo un paso a las mujeres son para contemplarlas, admirarlas, piropearlas, tocarlas. Porque las mujeres son tuyas.

Sin embargo, hay otra faceta del machismo que es menos vista, o simplemente nosotros –los hombres– no queremos que se vea. Junto con condicionarnos en actitudes que sólo después descubrimos que son sexistas y ofensivas, se nos imponen otras sólo porque somos hombres y debemos comportarnos como tales. Como verdaderos hombres. Los hombres no lloramos. No podemos ser débiles. Lo aguantamos todo como hombres, no como niñitas. No hacemos cosas de mujeres, no mostramos nuestros sentimientos, porque eso es de maricones, de poco hombre.

Si bien esos “deber ser” me parecen menos terribles que caminar a diario por la calle con el miedo a ser víctima de una agresión sexual –como le pasa al género femenino– que nos críen forzándonos a reprimir nuestros sentimientos, a competir permanentemente, a ser líderes de una manada imaginaria, es algo que además de absurdo, es incompatible con la idea de igualdad de géneros. ¿Por qué no abogamos para que hombres y mujeres no nos eduquemos en las violentas diferencias determinadas por el género? Pero no. En nuestra sociedad de la década del 50, no. Rosadito si es niñita; celestito si es niñito.

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