¿Será Bangladesh otro Egipto?

"Las protestas de este año en Bangladesh no son únicas. Forman parte de un ciclo de protestas que comenzó al menos hace una década, y cuyos temas (el fin de las cuotas, un mejor trato a los estudiantes, menos represión gubernamental) son similares"

¿Será Bangladesh otro Egipto?

Autor: El Ciudadano

Por Vijay Prashad

El día después de que la ex primera ministra bangladeshí Sheikh Hasina abandonara Dhaka, hablé por teléfono con un amigo que había estado caminando por las calles de la ciudad ese mismo día. Me habló del ambiente que se respiraba en Dhaka, de cómo personas con poca experiencia política previa se habían unido a las grandes protestas junto a los estudiantes, que parecían liderar la agitación. Le pregunté por la infraestructura política de los estudiantes y por su orientación política. Me dijo que las protestas parecían bien organizadas y que los estudiantes habían elevado sus reivindicaciones desde el reclamo en torno a ciertas cuotas para los empleos públicos hasta el fin del Gobierno de Sheikh Hasina. Incluso horas antes de que abandonara el país, no parecía que éste fuera a ser el resultado. Todo el mundo, me dijo, había previsto más violencia por parte del Gobierno.

Las protestas de este año en Bangladesh no son únicas. Forman parte de un ciclo de protestas que comenzó al menos hace una década, y cuyos temas (el fin de las cuotas, un mejor trato a los estudiantes, menos represión gubernamental) son similares. No se trata de simples protestas en torno a reivindicaciones sencillas que puedan abordarse fácilmente. Las demandas – como las cuotas – devuelven a Bangladesh a lo que la élite ha intentado reprimir desesperadamente: la fea historia de los orígenes del país. Las cuotas son para los luchadores por la libertad que arriesgaron su vida para combatir al ejército pakistaní en 1971 y que consiguieron la independencia de Bangladesh. Si bien es cierto que estas cuotas no deberían mantenerse durante generaciones, también lo es que la cuestión de la cuota está atrapada en parte por los problemas de empleo de los jóvenes con estudios y en parte por la reafirmación de las fuerzas islamistas de Bangladesh, que se habían visto comprometidas por su asociación con la violencia pakistaní. Tras el movimiento contra las cuotas de 2018, el Gobierno de Sheikh Hasina decidió anular el sistema. La decisión llegó a los tribunales. El Tribunal Superior argumentó que las cuotas debían restablecerse, pero el Tribunal Supremo – en junio de 2024 – decidió que las cuotas no se restablecerían totalmente, sino sólo en parte (un 7% para los hijos de los luchadores por la libertad, y no un 30%). Esto fue el acicate para un renovado movimiento de protesta. Su objetivo era el Gobierno de Sheikh Hasina y no los tribunales.

Plaza Shahbag

Hace una década tuvo lugar en Dhaka una protesta masiva en la plaza Shahbag. La gente se reunió allí para protestar por la decisión de los tribunales de condenar a cadena perpetua a Abdul Quader Mollah, que había sido declarado personalmente culpable de asesinar a 344 personas durante el genocidio de 1971 en Pakistán Oriental. Quader Mollah era un dirigente del partido fundamentalista Jamaat-e-Islami, que había colaborado con el ejército pakistaní incluso en los peores días de la violencia en esta parte de lo que entonces era Pakistán. A pesar de este veredicto, Quader Mollah fue condenado a cadena perpetua y, al salir del tribunal, hizo una señal de victoria a los jamaatis, los miembros del Jamaat-e-Islami. Millones de personas se enfurecieron por la arrogancia de Quader Mollah. Para ser una protesta que se formó en torno a una demanda espantosa (la pena de muerte), la gente parecía optimista sobre su país. El entusiasmo era contagioso. “Destruyamos todos los poderes malignos. Continuemos con el impulso del movimiento de Shahbag. Desempeñemos nuestros papeles. Construyamos la nación. Sabemos cómo derrotar a nuestros enemigos”, dijo Shohag Mostafij, un profesional del desarrollo de Dhaka.

En Shahbag, pregunté a la gente si les había motivado la Primavera Árabe que había tenido lugar dos años antes. Aziza Ahmed, una de las jóvenes que ayudó a organizar las protestas de Shahbag, dijo que no se trataba de “un impulso para seguir los pasos de la Primavera Árabe o de Occupy Wall Street”. Sin embargo, estos acontecimientos sirvieron de inspiración, a pesar de que las protestas comenzaron a raíz de las publicaciones en blogs contra el veredicto (muchos de estos blogueros se enfrentaron a la ira del ala islamista dos años después, cuando algunos de ellos fueron asesinados). Los jóvenes blogueros y personas como Aziza Ahmed permitieron que las protestas se interpretaran como un movimiento juvenil (de hecho, a menudo se llamaba a Shahbag “plaza de la generación” o “Projonmo Chottor” en bengalí en referencia a los jóvenes). Pero, de hecho, Shahbag llevaba dentro un profundo pozo de odio contra el Jamaat-e-Islami desde 1971. En la plaza se utilizó un lenguaje muy duro contra los jamaatistas que habían colaborado con el ejército pakistaní, incluso se pidió su muerte.

Ni las protestas de Shahbag de 2013 ni las de 2018 por la seguridad vial llegaron a ninguna resolución. La ira se cocinó a fuego lento bajo la superficie, sólo para reafirmarse en 2024 con el nuevo veredicto del Tribunal Supremo. Grandes protestas tomaron las calles contra las cuotas, incorporando a fuerzas sociales como los estudiantes que se enfrentaban al desempleo y aquellos que no tenían ninguna conexión ancestral con los luchadores por la libertad (incluidos los jamaatis). Las protestas de este tipo son previsibles, aunque su consecuencia sea imprevisible. Hasta la tarde de la partida de Sheikh Hasina, no estaba claro que fuera a marcharse. El ambiente reproducía la situación de El Cairo en 2011, cuando el presidente Hosni Mubarak dijo primero que no se presentaría a la reelección (10 de febrero) y luego cuando se anunció que ya había dimitido y que abandonaría el país rumbo a Arabia Saudí (11 de febrero).

De El Cairo a Dhaka

Después de que Mubarak abandonó El Cairo, las Fuerzas Armadas tomaron el control de Egipto. Los habitantes de la plaza Tahrir, principal lugar de protesta, buscaron protección tras una figura conocida en todo el mundo, Mohamed ElBaradei, director del Organismo Internacional de la Energía Atómica. Sin embargo, los militares se vieron obligados a convocar una Asamblea Constituyente y a celebrar elecciones en 2012. Estas elecciones llevaron al poder a los Hermanos Musulmanes, que habían sido la fuerza más organizada en la política egipcia. En 2013, los militares derrocaron al Gobierno de la Hermandad y pusieron en su lugar lo que parecía ser una dirección civil. En ese momento, trajeron a ElBaradei como vicepresidente, pero sólo duró de julio a agosto de 2013. Los militares suspendieron la Constitución de 2012 y colocaron a uno de los suyos en la presidencia, primero de uniforme y luego de traje. Este hombre – el general y ahora presidente Abdel Fattah el-Sisi – lleva una década en el poder. Muchos de los líderes de Tahrir languidecen en prisión, su generación desmoralizada.

El equivalente a ElBaradei de la situación bangladeshí es Muhammad Yunus, ganador del Premio Nobel y fundador del Banco Grameen (un plan de microcréditos para mujeres pobres que utiliza su sentido de vergüenza como garantía y que ha hecho ganar mucho dinero a los banqueros, en su mayoría hombres). Yunus reunió un gabinete formado por funcionarios neoliberales procedentes de la burocracia bangladeshí, el mundo académico y del sector de las organizaciones no gubernamentales. El ministerio de finanzas, por ejemplo, está en las hábiles manos de Salehuddin Ahmed, antiguo gobernador del Banco de Bangladesh, que aplicará de forma fiable la política económica neoliberal. Se sentirá perfectamente cómodo en una conversación con el recién nombrado ministro de Finanzas de Egipto, Ahmed Kouchouk, que solía ser economista de alto nivel en el Banco Mundial. Ninguna agenda progresista puede salir de este tipo de ministerios de finanzas, y mucho menos una agenda para establecer la integridad de la economía nacional.

Por el momento, los militares de Bangladesh permanecen en los cuarteles. Pero la actitud represiva no ha remitido, sólo ha cambiado la dirección de las detenciones. El Gobierno de Yunus ha perseguido a los miembros del Gobierno de Sheikh Hasina con detenciones por cargos que incluyen el asesinato. Todos los días los periódicos de Bangladesh anuncian nuevas detenciones, todas ellas por diversos cargos. La Liga Awami de Sheikh Hasina está siendo destripada y ella misma ha perdido el derecho a viajar con pasaporte diplomático. Rashed Khan Menon, líder del Partido de los Trabajadores de Bangladesh, fue detenido y acusado de asesinato; Shakib Al Hasan, que actualmente se encuentra en Pakistán jugando al críquet para Bangladesh y es miembro de la Liga Awami, se enfrenta a un cargo de asesinato en relación con la muerte de un manifestante el 5 de agosto.

Está por verse si estos casos tienen algún fundamento, pero la avalancha de detenciones de miembros de la Liga Awami de Sheikh Hasina y de partidos asociados parece una marea de represalias. Mientras tanto, la Jamaat ve una resurrección, ya que una de sus alas – el partido Amar Bangladesh – ha sido registrado como partido político y es probable que a varios de sus miembros se les asigne la responsabilidad de dirigir varias universidades. A pesar de toda la palabrería sobre un nuevo Bangladesh, el Gobierno de Yunus cerró dos canales de televisión, Somoy TV y Green TV (que habían sido boicoteados previamente por el Partido Nacional de Bangladesh, el principal frente de la oposición) y sus autoridades detuvieron a Hashem Reza, director de Amar Sangbad, así como a los empleados de alto rango de Ekattor TV, Shakil Ahmed y Farzana Rupa. Los sectores liberales de la élite de Bangladesh no se sienten incómodos por esta oleada de represión, lo que sugiere que su liberalismo es más político que de principios.

La Primavera de Bangladesh parece escalar rápidamente hacia su invierno.

Por Vijay Prashad

Fuente: Globetrotter

Este artículo fue producido para Globetrotter. Vijay Prashad es un historiador, editor y periodista indio. Es miembro de la redacción y corresponsal en jefe de Globetrotter. Es editor en jefe de LeftWord Books y director del Instituto Tricontinental de Investigación Social. Ha escrito más de 20 libros, entre ellos Las Naciones Oscuras y Las Naciones Pobres. Sus últimos libros son Struggle Makes Us Human: Learning from Movements for Socialism y La retirada: Irak, Libia, Afganistán y la fragilidad del poder estadounidense (con Noam Chomsky).

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