Por Marco Enríquez-Ominami y Daniel Flores Cáceres
Centro de Estudios Sociales y Políticos del Grupo de Puebla
La senadora Rincón declaró que las personas que no pueden pagar sus deudas con los bancos, que les dieron créditos para pagar sus estudios en institutos y universidades, son inmorales, porque, sostiene, “las deudas se pagan”. La senadora Rincón, admira al presidente Aylwin, quien, en su calidad de gran estadista avaló que varios de los violadores de derechos humanos no pagaran por sus crímenes porque la justicia, que se le va a hacer, se hace “en la medida de lo posible”. La semana pasada la senadora Rincón y la clase política, aprobaron un rescate a las ISAPRES, que fueron pilladas abusando de sus clientes, a través de una ley que permite que, en vez de que estas devuelvan la plata y paguen sus deudas y multas, lo hagan mejor sus clientes, porque van a poder, las ISAPRES, subir sus precios a esos mismos usuarios abusados, y pagar, además, a larguísimo plazo.
Así las cosas, se pone difícil entender el asunto moral de las decisiones públicas. El reverendo Alegría, de Los Simpsons, nos da una pista: Cuando Flanders le pregunta que qué opinaba sobre la decisión del municipio de aprobar la instalación de casinos en Springfield, el responde: “Si el gobierno lo aprueba, no es inmoral”. ¿Va por ahí la cosa? Porque, por ejemplo, si un banco le presta plata a una dictadura que dejó en garantía sus recursos naturales, y al banco le interesa, no que le pague, sino que no lo hagan para así poder quedarse, que se yo, con el litio de ese país ¿esa deuda sigue siendo moral? ¿Es el país el que le debe la plata a ese banco, o es la dictadura?
Si un gobierno elegido democráticamente pide, sin pasar por el congreso, un préstamo record al FMI (Fondo Monetario Internacional), y ese gobierno usa esa plata para apoyar una campaña presidencial y para la especulación financiera, como pasó en Argentina, ¿es moral cobrar esa deuda al país? y si lo es, ¿quién tiene que pagar ese préstamo? ¿El presidente y los que se volvieron millonarios especulando? ¿el banco (y sus ejecutivos), que prestaron plata irresponsablemente? ¿o la gente?
Generalmente es la gente, que paga a través de políticas de austeridad y de los recortes de los gastos públicos, y cuando esto ocurre, la gente la pasa mal. El antropólogo David Graeber en su libro “Deuda”, pone de ejemplo de esto y su experiencia en Madagascar, cuando la malaria, que había sido erradicada años atrás, mató en un rebrote a diez mil niños porque el gobierno, siguiendo las políticas de austeridad impuestas por el FMI, recortó los fondos para el monitoreo del mosquito que transmite esa enfermedad, para que, con esos recortes, los malgaches pudieran juntar dinero y pagar al Citibank un monto de dinero gigante que era, sin embargo, insignificante para el banco, que, además se lo había prestado al país bajo condiciones irresponsables. Pobres madres, pero, que se le va a hacer, las deudas se pagan.
Y si hablamos de moralidad ¿qué pasa con la relación deuda y libertad? Porque hasta nos lavamos los dientes con esa palabra, pero después nos parece súper bien que los estudiantes, cuando salgan de sus institutos y universidades, tengan que trabajar en lo primero que pillen para pagar sus deudas de educación, porque se les ocurrió creer que estudiar era un derecho, que la cosa era sobre los méritos, que al salir iban a encontrar trabajo, y que, bajo esos supuestos, era buena idea endeudarse. Habrá que decir en favor de estos inmorales que, el contexto en el que sostenían esos supuestos, era engañoso porque alguien, no sabemos quién, permitió que se cobrara a estudiantes pobres y de clases media de un país tercermundista, el triple o más de lo que valen las universidades en Europa, donde están las mejores del mundo, para hacerlo, más encima, en universidades malas, sin acreditación ni prestigio.
Unos pecaron de ilusos, otros de frescos, no es de extrañar, porque, como sostiene Graeber, las deudas no son un simple mecanismo financiero. Son además una cultura en la que unos pocos -generalmente los que tuvieron papás con plata o que accedieron a becas, que suelen caerles también a los hijos de familias con mayor nivel de capital cultural- salen de su etapa formativa libres, mientras otros muchos, lo que no tuvieron esa suerte, salen o heridos y estresados por haber tenido que estudiar trabajando, o, como es el caso de los deudores del CAE, encadenados a esas deudas que son incapaces de pagar. No creemos que toda deuda sea inmoral, que no se nos mal entienda. Pero las deudas, cuando son inmorales como estas, que son deudas por estudiar, terminan convirtiendo a las sociedades en castas, y a los deudores en prisioneros.
Graeber, en su investigación histórica, que abarca 5mil años, explica cómo muchas crisis económicas fueron precedidas por la acumulación insostenible de este tipo de deudas, y explica también cómo a estas crisis por deudas, les siguieron siempre revueltas y cambios radicales en la estructura social y política -estallidos y revoluciones- de aquellas sociedades con élites y gobernantes que “no lo vieron venir”. Entonces, el brillante antropólogo propone una solución provocadora: hacer jubileos.
Los jubileos fueron momentos utilizados por muchas culturas a lo largo de la historia, en los que, para restaurar el equilibrio social, se perdonaban universalmente las deudas. En la Babilonia mesopotámica, por ejemplo, se decretaban a menudo los “adurarum“, que eran amnistías de deuda, en las que además se liberaba a los “esclavos por deuda” y se devolvía las tierras a sus propietarios originales. La Ley del Jubileo (Levítico 25), era también eso, una orden que dictaba que, cada cincuenta años, todas las deudas debían ser perdonadas, los esclavos liberados y las tierras retornadas a sus familias originales. Lo mismo con las ciudades-estado griegas, donde los líderes políticos también, cada tanto, cancelaban las deudas y redistribuían la tierra. El objetivo socio-político de estos “jubileos” era, en todas estas culturas, el mismo: prevenir la acumulación extrema de la desigualdad, y asegurar que las estructuras políticas, familiares y comunales pudieran mantenerse a lo largo del tiempo. Vale decir, evitar la alienación y el descontento, las tensiones sociales y las amenazas de revuelta: Parece que ellos lo vieron venir ¿Lo estamos viendo venir nosotros?.