Sígame, si puede

Finalmente se entrega uno débilmente, como por cansancio de resistir ante lo inevitable, y se muestra tal como es

Por Wari

27/05/2012

Publicado en

Columnas

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Finalmente se entrega uno débilmente, como por cansancio de resistir ante lo inevitable, y se muestra tal como es. Se devela en la actuación última, sin un dilema más que el de la vergüenza.

Si alguien hasta ahora no logra entenderme, solo le puedo decir, para excusarme y relajar sus impresiones y además disculparme para suavizar todo este terrible desencuentro, que creo concretamente en mi intuición; confío plenamente en mi idea de la vida.

Esa sí existe. Y está fuera de cualquier condición moral convencional. Por eso podrán convencerse de que a veces simplemente no estamos de acuerdo, mas el encanto que algún día sentirá conmigo, hará que tenga la impresión de una fantástica relación telepática, estará de acuerdo y sentirá una verdad que sucede aun en la ausencia. Un halo. Una estela. Una evocación de lo tan podridamente bueno, y lo tan jodidísimamente malo que hay en todo esto.

Dije que a veces no me hago entender del todo bien, pero me aprovecho de lo sugestivo. El lenguaje tiene ese don cuando es leído, aunque ahora no se está haciendo habitualmente. La lectura se presta para cosas bastante pueriles y sencillas y no plantea verdaderos desafíos.

La paja mental se ha vuelto una epidemia, y Onán se siente feliz de ser un mito tan pajeramente recurrente.

Generar un aura de personaje no sucede porque uno es un invento de la literatura, es solo por haber hecho las cosas demasiado dramáticamente, trabajosamente, como con ardor a estar todo un día sentado, o parado, o acostado. Es demostrar impaciencia, tensión. Una arquera que ve que la pelota va directo al área. Y para eso escribe. Hace algo completamente distinto, pero con ese sentido deportivo.

En el asunto serio de saber hasta cuándo se soportan ciertas cosas, en el dilema de dejar la cagada y no dejar la cagada, es que se sale el monstruo que uno lleva ahí casi en la superficie todo el tiempo. Destapándose horrorosamente los sesos, la mente más profunda se revela, como si una no tuviera suficiente con el cuerpo y el ser mujer, exhibe hasta el alma. Y la mayoría de los hombres enrojece de rabia. Le da una especie de náusea, gesto que terminará por vomitar cualquier tipo de valoración en el momento en que sea necesario.

Entonces, es lógico que finalmente a usted le de vergüenza, por el grado de relación que tenemos, que yo diga que ando caliente o con la regla, y me ponga súper rota al tratar al pene de pico, y de cerdos corruptos a los políticos.

Lo sé. Hay maneras y maneras, y con la boca que como pan y digo mamá, debería decir cosas mejores que estas.

Pero el pensamiento es largo y a veces no llega a ningún lugar y se aferra a ideas muy-muy webonas. Entonces, para ahuyentarlas, uno debe decir una chuchada. Por cada fantasma que aparece, una chuchada. Son la pareja sadomaso más linda de la historia del hablamiento.

Al hacerse esto se queda baneado. Luego del shock nadie podría sino encontrarlo bien y sonreír ante el episodio. Pero falta humor y la seriedad es una cosa muy poco seria, que depende de mañas de viejo, que no tienen un asidero argumental fresco, relacionado con la vida, y no con el miedo de parecer poco serio. Entonces no piensas ni cagando en que realmente estás haciendo el ridículo al ser tan weón, y te fijas en mi chuchada, argumento perfecto para tratarme de pendeja. O sea todo lo contrario a viejo culiado serio.

Los jefes pasionales, mantienen una relación con el entorno en donde el poder deforma todo lo bello que podría llegar a tener. Como un mal profesor y peor maestro, las cosas no parecen querer ser descritas, y comunicadas con algo de honestidad. Y la incomunicación radical, que supone en el trabajador a un enemigo al cual no hay que develarle información, comienza a ser la razón de un estancamiento total. La estabilidad en una organización no tiene que ver con mantener un silencio hospitalario. De gente que calla porque ve llegar la muerte y pasearse por los pasillos, para elegir a uno al final del día.

Los que no aprenden se aburren, y se enferman, he ahí que los trabajos suelen transformarse en una cosa lejana al entendimiento y a un mínimo de placer, y si te quitan eso, te quitan la vanidad y por último la dignidad -a veces es un proceso muy acelerado-. No es el trabajo en sí mismo, sino las relaciones que se dan entre la piedra y el musgo del poder.

Si no se es auténtico, es difícil poder confiar. Más si uno estaba tan feliz con el webeo. En definitiva, hay cosas muy poco estimulantes. Por eso los jefes deben permitirse el derecho de pensar. De que sus trabajadores también piensen, y tengan desparpajo opinativo, porque eso, no representa ningún peligro.

Porque no es dinero lo que se quiere. No importa eso. Importa decir-ser de una manera más que contemplativa del servil y mediocre rol del asalariado. Comprenda que el ejercicio es la sal del trabajo, más cuando se hace en la repetición constante de la fórmula de satisfacción garantizada.

Por Karen Hermosilla Tobar

@karestroika

El Ciudadano Nº124, primera quincena mayo 2012

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