Evelyn Matthei, una vez más, ha decidido caminar por el filo del negacionismo. En medio de la masacre que Israel impone sobre Gaza, una masacre que ya muchas instancias de derechos humanos califican inequívocamente como genocidio, ella rehúsa usar esa palabra. Declara que la ofensiva de Netanyahu ha sido “desproporcionada” y apela a un “diálogo” desde el derecho internacional, pero evita enfrentar lo que está ante nuestros ojos: la destrucción sistemática de un pueblo entero.
Negar el genocidio no es un pequeño error retórico: es un acto político. Cuando una figura pública con ambiciones de poder opta por no reconocer la gravedad moral de los hechos, está alineándose con el agresor. La Comunidad Palestina de Chile lo ha denunciado con razón: “negar el genocidio … no solo es una ofensa a más de 60.000 asesinados, incluidos 18.000 niños, sino un intento de blanquear crímenes atroces”, tal como lo hizo durante años con los crímenes de la dictadura.
Lo peor es que su postura no se queda en la palabra. Matthei ha expresado que Chile “no debería” respaldar la denuncia contra Netanyahu ante tribunales internacionales. En otras palabras: no basta con evitar decir “genocidio”; propone que Chile renuncie a ejercer sanciones éticas, legales o diplomáticas frente a crímenes tan graves. Esa omisión es complicidad.
Porque no podemos ser neutrales ante el horror. En Chile, cuando alguien silencía un crimen de Estado, ese silencio sirve para sostenerlo. Justo como cuando se callaban violaciones en dictadura. Justo como cuando se relativiza un genocidio para conservar alianzas geopolíticas. La indiferencia ante Gaza equivale al acto político más brutal: avalar el exterminio desde la pasividad.
Matthei insiste en el relato de la “defensa legítima”. Pero ¿tiene una potencia ocupante derecho a defender del pueblo que ocupa hace más de siete décadas? Al parecer la candidata, poco o nada entiende de derechos humanos. El único derecho a defenderse que existe en la cuestión de Palestina pertenece al pueblo palestino. El resto es complicidad y falacia. Sobretodo, cuando la supuesta defensa se convierte en exterminio de civiles, bombardeo de escuelas y hospitales, destrucción del agua, del sistema sanitario, del tejido social.
Es increíble que la representante de la derecha chilena aun insista en la tesis inaceptable de que las víctimas son “daños colaterales”. La realidad es una sola, son cuerpos civiles, son niños y mujeres mutilados y asesinados porque se decidió exterminarlos solo por el hecho de ser palestinos. Son cientos de miles sometidos al hambre que se usa como arma de guerra y la candidata de la derecha habla del derecho a defenderse; el bloqueo es castigo colectivo y en su boca, la palabra “paz” se convierte en sinónimo de muerte.
Su discurso, de ser electa, colocaría a Chile del lado del agresor. No reconocer lo que es, genocidio, es una traición moral a cualquier causa humanista. Y más aún cuando hablamos de un país con historia reciente de dictadura, torturas y desapariciones: aquí sabemos que silenciar crímenes no los hace desaparecer.
Alguien que aspira a liderar un país digno, no puede sostener discursos que blanquean el asesinato de niños inocentes. No se puede ser equidistante cuando el crimen tiene un agresor claro. No se puede vaciar la palabra “genocidio” para que no incomode a sus patrocinadores y a sus amigos viudos de la dictadura sangrienta de Pinochet. El rol de la política no es administrar la ideología dominante, sino desafiarla; no es ser estratega de alianzas, sino fuerza de justicia.
Quienes la apoyan, se estarán tb convirtiendo en cómplices. No aceptemos que el silencio sea política. No permitamos que se naturalice la complicidad con un estado que, con el respaldo de poderes globales, ahora extermina por hambre, bombardeo y bloqueo. Hoy, ser neutral ante Gaza ya no es posible. Es tomar partido. Y el partido correcto es el de la vida, la dignidad y la solidaridad con los pueblos que resisten al exterminio.
Por Daniel Jadue