Sobre diálogo: Unidos por la palabra

David Bohm, un físico que hizo trabajos sobre la teoría de la relatividad, teoría cuántica y otros temas de la índole, -y que además se relacionó con Jeddu Krisnamurti, maestro de la india, filósofo espiritual sobre el ser-, recuerda en su libro sobre diálogo que el término viene del griego

Por Andrea Peña

27/08/2015

Publicado en

Columnas

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Avelino Jimenez

David Bohm, un físico que hizo trabajos sobre la teoría de la relatividad, teoría cuántica y otros temas de la índole, -y que además se relacionó con Jeddu Krisnamurti, maestro de la india, filósofo espiritual sobre el ser-, recuerda en su libro sobre diálogo que el término viene del griego. Es una palabra compuesta por logo que significaría palabra (o lenguaje o habla quizás) y el prefijo diá que significaría a través (y no significa entre dos). Por lo que diálogo sería a través de la palabra y puede ser entre más de dos.

Para dialogar tendría que aceptarse las visiones de los demás, afrontar un mundo que no es parte de nuestra identidad, de sus valores o creencias. Lo que se hace posible en un estado emocional que permita pensar, funcionar la racionalidad, la capacidad imaginaria, la función cortical del cerebro.

También habría que tomar en cuenta que las emociones, están asociadas con la memoria, las imágenes e ideas que le son propias a cada una de ellas. Las emociones llevan a que lo imaginario acceda a la memoria personal y heredada (genéticamente), a aquellos contenidos con los que se asocia cada una. Emoción, es un estado de relación particular del organismo con el medio ambiente según la condición total en que se encuentra en ese momento, -o un estado diferenciado en alguna medida-, que demanda sus propias relaciones. En este sentido las respuestas necesarias para escuchar contenidos a otros, sin lo que no hay diálogo, incluyen emociones con las que se estaría reaccionando ante los relatos, el habla o el lenguaje ajeno a que se comparece.

Sin embargo a determinada intensidad las emociones parecen asociadas con un funcionamiento rígido del pensar, imaginar, ideacionar etc., que son funciones del comprender. Emociones intensas, traen sus propios productos mnémicos (de la memoria), imaginarios e ideacionales y en ese sentido, la predisposición al diálogo y su esencia que es crear mundo a través de la palabra podría perjudicarse, y hasta cerrarse.

Así es que el diálogo implica emoción suficiente pero en determinada intensidad para vivenciar mejor las sugerencias del discurso escuchado, de la comunicación recibida. También podríamos considerar que hay emociones que son favorables y otras no tanto. Según Humberto Maturana -lo que comparto porque es obvio-, cada emoción va acompañada en su constitución por un dominio particular de acciones. Un sentimiento de identificación con otra persona, cosa o circunstancia se compone de conductas de acercamiento, contacto y afecto como tocar, acariciar, abrazar. Una emoción de rabia tiene conductas de rechazo, imágenes mentales, ideas y conductas de alejamiento o agresión.

También contribuiría a mayor comprensibilidad y aceptación al diálogo, según lo que se sabe del funcionamiento mental, un silencio emocional y corporal que le permitiera a la corteza cerebral livianamente, sin inercia, discurrir en sus funciones comprensivas; sin una carga excesiva provenientes de sus conexiones con el resto del cuerpo que significan las emociones y los actos corporales. De ahí viene que en la reflexión o en el análisis, el prototipo sea la parsimonia y la paciencia para que puedan ejecutarse las funciones cerebrales del pensamiento en un performance de mayor rendimiento.

Lo máximo en el sentido anterior seria la meditación según el concepto de culturas orientales, en que se suspende el “yo”, un silencio de todas las experiencias que han quedado en la memoria como vivencias las que progresivamente han ido formando la identidad de la persona, y que se estructuran en un “ego”, como un hábito en su manera de ser; que finalmente le impide estar alerta y percibir al mundo real tal cual es, en su fluir permanente. No se podría tener un estilo de ser que sea un patrón de repetición, y pretender estar bien adaptado a un entorno que esta cambiando permanentemente. Por eso la meditación es: ver pasar de nuevo ese mundo que deviene sin estar mirando desde lo ya sido, configurado en anteriores experiencias y confundido con algo así como “el yo que soy”. Obviamente el “yo” existe, y es un fenómeno natural innegable, inevitable e insustituible, pero virtual. El asunto es que el proceso que lo forma incluye el sentimiento de amor y conservación del mismo y el ocultamiento de su origen casual (virtual).

Porque las emociones también contribuyen a la comprensión, como se dijo previamente, tendrían un papel en la efectividad del diálogo. Quizás esto lo podemos asociar con el descubrimiento de una respuesta normal del sistema nervioso a través de un grupo de células llamadas las neuronas espejo. Este núcleo de neuronas del cerebro hacen que imitemos con nuestro cuerpo, y naturalmente nuestra fisiología, emociones, ideas y corporalidad a como se nos está presentando otra persona. Así sabemos lo que nos cuenta y lo que ha vivido, llevando nuestro propio cuerpo a ser espejo de lo que vemos en ella, a convertirnos en reflejo de lo que nos trasmite; convirtiéndonos en ella sabemos lo que vive y por ende quien es (en su ser virtual igual que nosotros)

El diálogo en este sentido, es exponerse a las experiencias de otro con el propio ser, que incluye lo corporal físico, mental y espiritual podríamos decir, creando la posibilidad de hacer a los demás parte de nuestra experiencia, caer en conciencia de dimensiones de la realidad que otros han vivido, que pueden hacerse partes de la propia identidad, de mi estilo de relacionarme .con las personas, las cosas y circunstancias para vivir.

Ahora, tomando en cuenta que podríamos caer en la idealización, en una retórica respecto a la apertura al diálogo, hay que agregar que las experiencias que forman la identidad son más fuertes que la palabra, a través de la cual se verifica la transmisión que una persona de su visión a otro. Las palabras del diálogo, trasmiten estímulos sonoros que simbolizan una realidad, no es lo mismo que vivir esa realidad.

Sin embargo la identidad, la forma en que una persona se relaciona con su mundo, se crea también –y no podemos decir en que medida- por valores o creencias basados en transmisión de contenidos verbales o culturales, simbólicos, que no son experiencia directa: no son perceptuales o vivenciales. Ejemplos conspicuos son la religión y la política pero se da en todos los ámbitos. Otro aspecto “conmosional” o impactante es que la palabra puede caer fuera de lo real, construir fantasías, falsedades, monstruosas o simples mentiras. La mentira es una comedia chistosa y juguetona, un drama que acorrala, angustia o desquicia, o una tragedia comunicacional que acuchilla la esencia del diálogo.

La palabra es una herramienta de poder que algunas personas, grupos o comunidades logran manejar, y por tanto pueden recrear el universo con diálogo, más allá de lo que la conciencia evidentemente se puede imaginar; abren puertas que dependen del corazón de cada cual. Todos dialogamos, no se niega por las clases sociales, a veces es un don, y recurrentemente lo parchamos, actualizamos, transformamos, porque sin el simplemente nos caeríamos del planeta. Pero si se me permite la analogía, como en el futbol no todos son con la pelotita un Pelé, un Maradona, un Zenedine Zidan, un pibe Valderrama, un Messi. La mayoría tiene la pasión pero anda en la pichanguita de barrio con la pelotita de trapo, máximo la pelotita plástica. Con más frecuencia de lo que desearíamos tenemos que sentarnos al borde de la cancha a curar con una lagrimita algún rasmillón en la canilla, o hacemos que otro tenga que hacerlo.

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