Todos somos Heisenberg

Un profesor que pudiera ser uno de los que se encuentra actualmente movilizado en nuestro país, uno más de los miles de adheridos al paro docente

Por Jimena Colombo

19/12/2014

Publicado en

Columnas

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Un profesor que pudiera ser uno de los que se encuentra actualmente movilizado en nuestro país, uno más de los miles de adheridos al paro docente. Un sueldo indigno para una mente brillante. Una labor despreciada y un cuerpo enfermo recién diagnosticado con cáncer y por ende una situación financiera paupérrima. Ingredientes que podrían fácilmente asemejar el retrato de Walter White, protagonista de Breaking Bad o de un NN chileno.

El sistema imperante y las pobres políticas públicas se reproducen en las diferentes latitudes. Lo que sucede a un tipo promedio en el país del norte se replica en sociedades tercermundistas o en vías de desarrollo como nuestra larga y angosta faja de tierra. Sociedades modernas que depredan la naturaleza hasta fracturar la Tierra para consumir energías que se extinguirán más temprano que tarde y en ese trabajo las horas hombre se devalúan a cada instante. Los Estados nos pagan con monedas mezquinas e incluso nos niegan nichos dignos donde reposar nuestros huesos. Ante la muerte anunciada y la agonía que empeora con facturas y medicamentos, la fatiga que produce la desconocida muerte se desvanece sólo para hacernos más lúcidos de que la historia que quedará tras nuestro deceso será aún peor, porque nos consta que es material y palpable. Porque nos consta que en el mundo de los vivos el hambre y el frío se sienten.

Morir para empeorar la vida de los pocos que se quieren, de la familia que tanto se quiso salvar es una maldición que azota a las vanidades de los que pretenden luchar contra el asedio de la resignación y mediante la lucidez intentan hacer algo -sea lo que sea- para que la enfermedad y la calamidad no trascienda a la muerte y termine por enlodar la descendencia o los rastros valiosos que dejan como herencia al mundo: los hijos, los amores, los amigos. Jugar el mismo juego porque somos un producto o una víctima no es motivo de extrañeza ni tampoco de aplausos. El resultado de la desigualdad disfrazada de realidad empuja a los Whites a volverse un engranaje y jugar el juego sucio, pero solo con la ambición de salvar a los suyos. De no ser problema incluso después de la muerte. Para asegurar una vida digna al hijo discapacitado y el no presupuestado, aunque esa salvación sea por medio de delitos. Solidarizar con quién cae en la trampa del sistema y acude a la ilegalidad como medio de supervivencia es la escapatoria que algunos se atreven a legitimar. Muy profundamente, conviven ego y alter ego subyugado a la moralidad y valores consensuados como normales. Pero, ese otro yo, ese Heisenberg aguarda, se esconde, duerme o se dispara dependiendo del contexto. Un maestro, un chofer, un ingeniero, una cajera o secretaria sopesa las opciones y decide la estrategia para jugar.

La opción de volverse malo y transar los principios se va acomodando a nuevas realidades y dolores. Las reglas morales rigen solo para algunos, como hemos visto la justicia no es pareja y a veces quienes venden discos piratas en la calle terminan muertos y calcinados en una cárcel que se llena mientras las políticas de reinserción escasean en las cabezas de los políticos. Quienes a su vez trabajan en favor de sus sueldos con rapidez que no abunda cuando las leyes se tramitan en favor de las mayorías. Hay esperanza en los avances, en las nuevas camadas de altruistas, denunciantes y en la reflexión crítica, en los que gobiernan conscientes del origen y la verdad.

Sin embargo, la justicia no existe cuando otros que viajan en autos caros fijan las tarifas del transporte público que solo ocupa el perraje y piensan que subiendo el pasaje de a 10 pesitos no nos daremos cuenta que otra vez la están haciendo. Pues siempre hay cifras internacionales, siglas desconocidas y otras nuevas que nos intentan hacer creer que las alzas se justifican. Pero la vida cada día está más cara y los estados no proveen mejoras para los peones, para el pueblo que engorda las arcas fiscales. Los abuelos protestan porque sus pensiones son un chiste. Cuando van a cobrarlas gastan en un pasaje de micro absurdo, elevado, el quinto más caro de Latinoamérica y cuando compran la lista de remedios que les dieron en su cita con el doctor del consultorio, se mueren otro poco más.

Las urgencias públicas no dan abasto y la gente muere en los pasillos. Las listas de espera crecen y crecen y los políticos por se tiran la pelota, como si importa de quién es la culpa, como si hubiera tiempo para ello. Volverse malo no es más que rebelarse. Sin evaluar el narcotráfico –pues en él radica la violencia, dependencia, muerte y más muerte en las poblaciones más pobres- la idea de convertirse en un chico malo más allá de la caricatura es un triunfo para White. Porque finalmente, hacer las cosas bien no le funcionó o más bien no le sirvió de mucho. Y ante la realidad que contiene esta historia, qué podemos opinar si su fin justificó los medios y ante un sistema que te empuja a la desesperación nadie está libre. Que se entienda que la violencia genera violencia. Que los abusos a los débiles terminan por matarlos o transformarlos. Que el dolor nos vuelve inmune a la moral y si hay que alimentar una boca más se hace lo que venga. Cada quien sabrá qué cosa y qué medio para cual fin, pero que en el fondo todos tenemos algo de Heinsenberg.

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