Trabajo precario endeudado y las ganancias del comercio

Uno de los más importantes y olvidados antecedentes sobre el inicio de la crisis actual que azota Europa y que comenzó en Estados Unidos, fue en 2006 cuando se generó un fuerte incremento de la tasa de desahucios hipotecarios, en áreas de bajos ingresos donde las familias afectadas eran principalmente afroamericanas, inmigrantes y mujeres separadas

Por Leonel Retamal

03/07/2013

Publicado en

Columnas

0 0


Uno de los más importantes y olvidados antecedentes sobre el inicio de la crisis actual que azota Europa y que comenzó en Estados Unidos, fue en 2006 cuando se generó un fuerte incremento de la tasa de desahucios hipotecarios, en áreas de bajos ingresos donde las familias afectadas eran principalmente afroamericanas, inmigrantes y mujeres separadas. David Harvey, en su libro El Enigma del Capital, calcula que las familias afroamericanas entre 1998 y 2006, antes que se anunciara la crisis, ya habían perdido entre 71 y 93 millardos de dólares en activos por contraer los llamados créditos hipotecarios subprime (hipotecas-basura).

Así, a mediados de 2007, el fenómeno se propagó hasta los hogares de la clase media blanca, logrando llegar a oídos de sectores de mayor influencia y, como clímax inicial, reventando la crisis, con la pérdida de más de 2 millones de viviendas hacia finales de ese año. Sin embargo, socialmente, la crisis ya había empezado en los hogares de más bajos ingresos, sin hacer notar “desequilibrios macroeconómicos”, pero produciendo un efecto en cadena sin precedentes en la historia económica.

El paralelo con Chile no deja de ser interesante. Contribuye en alumbrar ciertos aspectos extraviados en el análisis nacional, evaluando los riesgos sistémicos que podrían eventualmente afectar al país. De esta forma, este argumento no busca ser partícipe de la discusión sobre si habrá crisis o no, de hecho en la historia económica de los últimos 40 años sólo los gobiernos de Patricio Aylwin y Sebastián Piñera no vivieron alguna crisis económica, por lo que es más probable tener crisis a no tenerla. La evaluación, por lo tanto, va en relación a su profundidad y la relación con factores sistémicos internos de endeudamiento dada una especial configuración de la relación entre instituciones y actores políticos-económicos al interior del país.

La discusión de los actores económicos y políticos en Chile, ha estado cruzada fundamentalmente en relación al sector exportador de la economía. Para el 2012, las exportaciones crecieron en un 1%, mientras las importaciones en un 4,9%. Es decir, estamos comprando más de lo que estamos vendiendo de producción propia, por lo que, “en 3 años la cuenta corriente de la balanza de pago pasó de un excedente de $US 3,5 billones a un déficit de $US 9,5 billones”, debido principalmente a la baja en el precio del cobre.

Sin embargo, en Chile, la fuerza de trabajo se concentra fundamentalmente en las actividades no transables asociadas al comercio, servicios y transporte que concentra más del 66% de los ocupados, según la Nueva Encuesta Nacional del Empleo del trimestre febrero-abril 2013. El 20% corresponde a “trabajadores productivos” de Industria Manufacturera y Construcción (ambos sectores asociados a consumo interno en su mayoría) y el 14% a “trabajadores extractivos”, agrícolas y mineros (mayoritariamente asociado al consumo externo).

Por lo tanto, para el caso del modelo de desarrollo chileno, la fuerza de trabajo –en su mayoría- cumple una doble función: por un lado, facilitar el traslado y flujo de las mercancías que entran o circulan en el país, lo cual permite disminuir la probabilidad de no venta de las mercancías. Pero también cumple otra función, la de ser compradores en el mercado, es decir: consumidores. A su vez, desde el punto de vista del multimillonario FORBES y dueño de CENCOSUD – Horst Paulmann- la fuerza de trabajo también es un “costo”, el que debe ser abaratado para que la circulación de las mercancías a poner en venta en el mercado, dé los rendimientos óptimos para un capitalista comercial como Paulmann, interesado en vender harto y rápido.

He acá una contradicción fundamental. Tal abaratamiento a su vez disminuye el poder de compra de la fuerza de trabajo como consumidor, lo que trae como consecuencia, negar la posibilidad de realización de venta de las mercancías en el mercado. La fuerza de trabajo, al ser considerada un “costo” que afecta la “rápida y permanente” venta, se le regula de tal forma que permite tener estabilidad institucional y certezas sobre un mantenimiento relativamente estable de los costos a bajo precio (bajos salarios). Es por ello que instituciones fundamentales como la Negociación Colectiva, los Sindicatos, el Salario Mínimo, son vistas como instituciones que de funcionar plenamente, traerían aumento en el costo de la mano de obra, y son relegados a ser un indicador de salarios a la baja.

Esto trae consecuencias tales como que el salario mínimo esté muy cercano a la mediana (el 50% de los trabajadores), es decir, que se genera una gran acumulación de trabajadores que ganan valores cercanos al salario mínimo. De hecho casi 1 millón gana el salario mínimo bruto, que representa el 17% del total de asalariados, y el 50% de los ocupados obtiene menos de $251 mil por su ocupación principal. Es más, si se actualiza la línea de pobreza según una canasta básica actualizada a 1997, los cálculos realizados por el Ministro de Hacienda (Larraín 2008) arrojan que el porcentaje de personas en situación de pobreza según CASEN 2011 aumenta de 14,4% a 28,1%, y el número de trabajadores pobres aumenta de cerca de 497 mil a más de 1,1 millones, casi triplicando el número de trabajadores que no logra reproducir sus necesidades mínimas.

A pesar de ello el Banco Central, en su Informe de Cuentas Nacionales, señala que “la demanda interna creció 7,1% liderada por el consumo, cuyo crecimiento fue impulsado principalmente por el gasto de los hogares” y de hecho para el cuarto trimestre del 2012, el gasto de los hogares creció en un 7,3% anual, cuando el primer trimestre lo había hecho en un 5,1%.

De hecho, los capitalistas del comercio se ufanan de que el sector sigue dinamizando la economía: “en nuestro sector no hay desaceleración (…) las cifras son elocuentes: por cuarto año consecutivo, el comercio expandirá su actividad a tasas superiores a la media nacional. El período 2010-2013 se convertirá así en el de mayor crecimiento histórico de nuestro sector, con una tasa promedio en torno al 10%”.

¿Cómo es esto posible? Acá entra en juego el lubricante histórico del capitalismo para suavizar sus contradicciones: el sistema de crédito. Este cumple dos funciones básicas; permitir lubricar el flujo del capital/dinero/mercancía y también permite participar de la rentabilidad del intercambio general de mercancías. No sólo permite que otras actividades económicas sigan su flujo sin interrupciones, sino que además, permite entregar ganancias al capitalista que acumula dinero (banqueros) y gana en intereses con éste. De hecho, el monto total de las operaciones de tarjetas de crédito no bancaria correspondiente al 2012 es equivalente al27% del PIB del Sector Comercio y Financiero.

En Estados Unidos la crisis empezó con problemas de crédito a los hogares antes que a las empresas, observemos este comportamiento en Chile. El crecimiento del endeudamiento ha sido sostenido en la última década, creciendo a una tasa promedio anual entre el 2000 y 2009 de 12,8%, más que el promedio del PIB (3,6%) y los ingresos autónomos de los hogares en igual período (0,8%). Esto trae como consecuencia que la relación ingreso y deuda (RDI) de los hogares haya aumentado de 35% a 60% en esos años. Según la última Encuesta Financiera de Hogares (EFH 2011) del Banco Central, el 68,8% de los hogares tiene deuda. Lo cual implica un RDI promedio de 74,6% para los hogares que reportan tener ingreso y deuda.

Respecto a la carga financiera, que corresponde a la razón entre los pagos mensuales que realiza el hogar en cumplimiento de sus obligaciones (incluyendo amortización e intereses), y su ingreso total mensual, la información recogida por la EFH 2011-12 indica que para el estrato de más bajos ingresos (El Banco Central reorganiza los déciles en 3 estratos. El estrato 1 que corresponde del decil 1 al 5, y el estrato 2 que corresponde al decil 6 a 8 y estrato 3 es del decil 9 a 10) esta fue del 45% promedio de carga financiera. La mitad tiene una carga financiera superior a 24,2% (versus el 17,1% del estrato de más altos ingresos) y el 10% de los hogares con mayor carga financiera esta es en promedio del 97,6%, versus el 54,3% del estrato más rico.

Es decir, los estratos de más bajos ingresos tienen mayor flujo de pago de deuda que los hogares de más altos ingresos, que si bien tienen mayor “monto” (stock) de deuda que el resto de los hogares, sus altos ingresos les permite tener menor probabilidad de sobre endeudamiento. La vulnerabilidad financiera es evidentemente más intensa en los hogares de más bajos ingresos, que cómo hemos analizado implica un consumidor precario. Pero este consumo dinamizó a la economía interna el último año. El trabajador precarizado en la esfera de la producción (aunque sea en Comercio o Finanzas) incuba una posibilidad de detener el flujo de pago afectando sistémicamente al conjunto de la economía, en la medida que existen instituciones laborales precarizadas que ya no cumplen en plenitud su función de protección al trabajo en relación al poder económico y político del capital.

El riesgo sistémico inicial de toda economía, incluso las más financiarizadas, está siempre relacionada con la sana constitución de sus propios trabajadores, tanto en sus condiciones laborales y políticas como en sus condiciones de consumo. Ambas cuestiones están estrechamente ligadas tal como lo enseña la historia económica de la crisis subprime iniciada en Estados Unidos.

Por Alexander Páez

Investigador Fundación SOL

@lafundacionsol.cl

Síguenos y suscríbete a nuestras publicaciones