Por Aldo Bombardiere Castro

El genocidio contra el pueblo palestino que lleva a cabo la entidad sionista y colonial de Israel contiene, al menos, tres elementos que le otorgan un carácter exclusivo en comparación con otros genocidios anteriormente perpetrados a lo largo de la historia de la humanidad.
Estos elementos, cuyas dinámicas podrían ser leída de manera superpuesta, constituyen, no obstante, una única peculiaridad: la de hacer del proyecto colonial sionista ejecutado en Palestina, y en específico de su fase final, materializada día a día en la carne desgarrada de los gazatíes, un escenario privilegiado y revelador acerca de la radicalidad de la catástrofe que asedia a nuestra época. En efecto, hablamos de los siguientes fenómenos que cruzan, a diferencia de otro genocidio, el palestino: 1) la desactivación absoluta de los diversos estamentos del sistema del Derecho Humanitario Internacional, ya sea por acción u omisión, a manos de las potencias mundiales que, sin embargo, cimentaron y se han beneficiado de dicho sistema; 2) el carácter paradigmático del pueblo palestino (lúcidamente expuesto por Mauricio Amar en El paradigma Palestina), en cuyo seno se manifiestan, de manera intensificada e hiperbólicamente maximizadas, tanto las opresiones y abusos cotidianos que padecen los “ciudadanos a nivel global”, como el espíritu y las prácticas de solidaridad y resistencia expresadas por los “pueblos del mundo”, los cuales, cada vez más, han de verse y saberse reflejados en Palestina (Amar, 2024); y 3) el inédito modo de darse de este genocidio a los ojos del mundo, en tiempo real y casi transparentemente en vivo, cuestión que, por un lado, genera la desensibilización de nuestra mirada y terrorífica paralización de nuestros cuerpos a través de la espectacularización del horror, y, por otro lado, puede llegar a operar como catalizador orientado a una eventual rebelión popular a escala planetaria.
Ahora bien, pese a que, a primera vista, los tres puntos mencionados le otorgan al genocidio palestino un aura de excepcionalidad, realmente esto no es así. Al contrario, la excepcionalidad del genocidio palestino se fundamenta en la esencia “involucrante”, es decir, en la valoración no excluyente ni exclusivista, sino convocante, inclusiva y reflejante. Hablamos de un tipo peculiar de excepcionalidad en virtud de la cual se deroga toda excepcionalidad: Palestina concentra y simboliza, de modo ejemplar, la realidad de las opresiones y luchas de todos los pueblos del mundo. Sólo porque Palestina simboliza la des-apropiación, la des-indentificación consigo misma, ella es capaz de exponer la verdad de nuestra época: revela, como diría Marx, “el corazón de un mundo sin corazón”, mundo sin corazón bajo cuyo horizonte -el mismo horizonte que demarca a Gaza– aún habitamos o en el cual continuamos sobreviviendo, sólo gracias a nuestro corazón en resistencia simbolizado por Palestina. Más allá de nuestra consciencia o voluntad, todos nos encontramos implicados e interpelados por Palestina; tanto cada uno de los seres humanos, como el devenir del conjunto del planeta. Se trata, por ende, de un caso peculiar y, a la vez, peculiarmente privilegiado: precisamente por el hecho de revelar una realidad, o mejor dicho, de revelar “la” realidad, en la cual toda la humanidad actual se encuentra implicada, es que Palestina, lejos de figurar en calidad de un Estado afincado en la representación de un mapa o de ser una causa únicamente perteneciente a los palestinos, es el mundo mismo hiperbolizado, nuestro diario vivir intensificado, nuestras luchas, poéticas y resistencias llevadas a su máxima expresión, las políticas y necropolíticas donde se tornan susceptibles de ser leídos los signos estructurantes de una época: lo peor y lo mejor, lo que ya ha irrumpido y lo que advendrá, el porvenir que nos jugamos aquí y ahora, en compañía de los mártires pasados que habitan nuestra memoria o de los mártires porvenir que ya han empezado a resonar en nuestro corazón. Por ello, Rodrigo Karmy ha dicho que el mundo es Gaza (Karmy, 2024). El genocidio trae consigo una ineludible interpelación: hoy todos están al tanto de las imágenes de niños asesinados a causa de la hambruna impuesta por la entidad sionista de Israel, por lo que aquí y ahora se juega el abanico moral de cada persona, desde la complicidad por indiferencia hasta la más comprometida solidaridad; pero, mucho más importante que eso, en Gaza se juega el destino del mundo, el devenir de su habitabilidad o la inminencia de su exterminio. Con Gaza nos jugamos, antes que la vida o la muerte, el valor y la dignidad de nuestra existencia en común: el valor y la dignidad de todas las vidas y de todas las muertes.
Es desde esta perspectiva que, muy brevemente, trabajaremos cada uno de los tres elementos anteriormente señalados, distribuyéndolos en el mismo número de artículos. Por lo que concierne al presente texto, nos ocuparemos del primer punto: la desactivación, y consecuente aniquilación, del Derecho Internacional Humanitario llevada a cabo por las potencias mundiales, en cuanto rasgo exclusivo del genocidio palestino; pero, a la vez, desactivación aniquiladora capaz de revelar el momento de verdad necropolítico y neofascista adoptado por el capitalismo a escala planetaria. En ese sentido, el derrumbe de los ideales progresistas que alguna vez enarbolaron las democracias liberales viene a hacer coincidir la caída del sistema del derecho internacional con el avance de los neofascismos, en cuanto síntomas de un único colapso de larga duración: la mutación neofascista del capitalismo.
El colapso del sistema del Derecho Internacional Humanitario
En efecto, el primer rasgo distintivo de este genocidio se inscribe dentro de un dilatado proceso de colonización sionista, apoyado inquebrantablemente o ignorado convenientemente, tanto en su gestación como en su desarrollo, por las grandes potencias mundiales. Así, a diferencia de otros genocidios modernos, como, por ejemplo, el Holocausto judío en la Segunda Guerra Mundial, el Holodomor perpetrado por Stalin, el genocidio ruandés, el genocidio armenio a manos de los turcos a comienzos del siglo XX, los perpetrados en África por las potencias coloniales europeas a lo largo del siglo XIX y comienzos del XX, el genocidio contra el pueblo palestino posee por condición de posibilidad el pleno apoyo (por acción) o la pasiva complicidad (por omisión) del conjunto de las potencias mundiales. Potencias cuya otrora hegemonía mundial -que hoy desnuda su estadio terminal- quedó plasmada, a partir de la segunda mitad del siglo XX, en el rol que tales potencias ostentaron a la hora de diseñar una arquitectura institucional a escala mundial ad hoc a sus propios intereses.
No obstante, esto adquiere una gravedad aún mayor si reparamos en los propósitos y principios ético-políticos que motivaron la creación de la ONU en 1945, como reacción a la barbarie desatada durante la Segunda Guerra Mundial, incluido el genocidio a manos de los nazis contra los judíos europeos (además de los casi olvidados grupos de gitanos, homosexuales y discapacitados): “Mantener la paz y la seguridad internacionales, y con tal fin: tomar medidas colectivas y eficaces para prevenir y eliminar amenazas a la paz, y para suprimir actos de agresión u otros quebrantamientos de la paz” (Carta de las Naciones Unidas, 1945, Cap. 1, art. 1). Todo ello, descansaría en “el principio de la igualdad soberana de todos sus miembros” (Carta de la Naciones Unidas, 1945, Cap. 1, art. 2).
En forma paralela, el sentido rector de la Declaración Universal de los Derechos Humanos fortaleció aquella Carta emanada desde la Asamblea General, pues, afirmaba el reconocimiento de los derechos humanos inalienables de todos y cada uno los individuos de la especie, fundados en el valor esencial de la dignidad humana constitutiva de cada persona.
De ahí que, al solo nombrar los grandilocuentes alcances retóricos de estos dos documentos originarios del sistema del Derecho Internacional Humanitario que han regido desde mediados del siglo XX, y contrastarlos con el genocidio palestino y la ineficacia de las órdenes y mandatos dictados por la Corte Penal Internacional y el Tribunal Internacional de Justicia, en contra de los más graves crímenes de lesa humanidad que continúa cometiendo Israel, no podemos más que constatar nuestra actual asistencia al colapso del funcionamiento de toda una arquitectura, narrativa y funcionamiento integral de la política contemporánea. En este fenómeno se grafica el develamiento del poder occidental que permanecía latente en dicho sistema: la fuerza de una hegemonía liberal, hoy en inevitable decadencia, que ha perdido irremediablemente su componente valórico y discursivo, retratando, con ello, la desesperada agonía que le atraviesa, descompone, aniquila y -si me lo permiten- la estupidiza hasta la fascistización.
Apoyo y complicidad de las potencias al genocidio palestino
Por cierto, si nos centramos en los países victoriosos de la Segunda Guerra Mundial, los cuales, a su vez, cuentan con un estatuto de miembros permanentes dentro del Consejo de Seguridad de la Naciones Unidas (lo que, en términos prácticos, implica que sean los únicos con derecho a veto, al contrario de los miembros rotativos), el alineamiento con Israel es, en el mejor de los casos, ejercido por omisión pasiva.
Como se sabe, casi desde la creación de Israel, el apoyo de Estados Unidos posee un carácter incondicional, conformando, además, un componente de acción estructural clave dentro del dispositivo sistémico que configura a la maquinaria sionista. Para decirlo de manera clara: EEUU representa el núcleo de poder geopolítico que sostiene y se beneficia, económica, militar, diplomática y narrativamente, de la presencia del cónclave colonial israelí en Asia central. Los grupos de presión sionistas, agrupados por el AIPAC (Comité Estadounidense-Israelí de Asuntos Públicos), llevan ejerciendo durante décadas un incansable y oneroso lobby tanto en la esfera pública, los medios de comunicación y en sectores de la industria del espectáculo estadounidense, así como en un amplio espectro de políticos demócratas y republicanos.
Al mismo tiempo, si el apoyo de EEUU constituye el más importante en la actualidad, el de Gran Bretaña, diplomáticamente involucrada con el sionismo desde la Declaración Balfour de 1917, detenta un carácter originario, es decir, fundacional. El Mandato Británico en Palestina, lejos de respetar los derechos políticos de todos los habitantes del territorio o de considerar las relaciones demográficas entre nativos palestinos y colonos sionistas judíos (hasta 1948, más del 90% de los primeros respecto a los últimos), emprendió marcados impulsos para sustituir el tradicional sistema palestino de distribución de tierras, de carácter comunitario, a cambio de uno privado y de corte capitalista, cuyo gran beneficiario fueron los colonos sionistas, principalmente llegados desde fines del XIX. Sin embargo, independientemente de esto y tal vez simbólicamente aún más relevante, vale acotar que Inglaterra fue el lugar de origen del sionismo cristiano, movimiento de raíz protestante, nacido durante el siglo XVIII, el cual pregonaba el presunto retorno del bíblico éxodo judío a Palestina como necesaria señal escatológica de la segunda venida de Cristo a la Tierra. El mantenimiento de tal imaginario, con su posterior capitalización (¡sic!) por parte de Theodor Herzl en 1897, más la existencia de un acaudalado grupo económico de presión sionista (emblematizados por los Rothschild), marcan a fuego el histórico compromiso de Inglaterra con el actual Israel.
Por su parte, el apoyo de Francia, donde durante gran parte del siglo XX residió una poderosa e influyente clase de multimillonarios sionistas asociada al sector de la banca, ha sido constante a nivel discursivo y represivo, lo cual ha contribuido contundentemente a asentar la impunidad político-jurídica de Israel, así como a la reproducción del pedestre relato sionista, en una nación que, desde la Ilustración y la Revolución Francesa, y pese a su pasado colonialista, nunca ha dejado de jactarse -de manera falaz- por su elevada defensa de los ideales de integridad republicana y respeto a la universalidad de los derechos liberales de los ciudadanos. En ese sentido, es y al mismo tiempo no es de extrañar que hace unos días, tras las macabras escenas de la hambruna provocadas por el bloqueo criminal que Israel impone en Gaza, la presión popular haya obligado a Macron a reconocer el estatuto estatal de Palestina, a la manera de acto de realineamiento con el relato de una otrora Francia iluminada e iluminista, y tan distante a la realidad de su último medio siglo. No obstante, esto no es más que una excepción dentro de la continua complicidad de París y de los medios de comunicación franceses con Israel. En el ámbito concreto, el apoyo militar de Francia a Israel ha sido la tónica. Ejemplo de ello es que, junto a las fuerzas antiaereas de EEUU e Inglaterra, las del país galo contribuyeron a derribar una considerable cantidad de misiles iraníes en la última respuesta ejecutada por la nación persa contra la entidad de Israel (acciones que, sin embargo, no pudieron detener la cuantiosa destrucción de diversa infraestructura en ciudades israelíes de la Palestina ocupada).
En moderado contraste con lo anterior, Rusia, también integrante del Consejo de Seguridad, expresó una profunda solidaridad con el pueblo palestino sólo en tiempos de la URSS, aunque nunca apoyando la causa de liberación nacional de manera plenamente decidida. No obstante, en 1947 se había manifestado a favor de la resolución 181 de la ONU, por medio de la cual el sistema de Naciones Unidas recomendaba la partición de Palestina, allanando, así, el camino para la creación del Estado de Israel y, por consiguiente, el inicio de la Nakba, proceso de limpieza étnica del pueblo palestino. Junto a esto, debemos agregar un dato no menor: actualmente más de un millón de colonos sionistas no sólo provienen de Rusia, sino, además, siguen contando con nacionalidad rusa en paralelo a la israelí. Valgan estos breves antecedentes, más la cercanía entre los vigentes líderes personalistas de ambas naciones, Putin y Netanyahu, para darnos una idea de la constante complicidad por omisión de Rusia con Israel.
El caso de China es particular, pues, aunque no alineado ni involucrado explícitamente en el proyecto colonial sionista, tampoco se ha mostrado comprometido con oponerse concretamente a las prácticas violadoras del Derecho Internacional ejercidas por la Israel. Tan sólo hoy, en un contexto donde China ha ganado evidente terreno en el ámbito comercial, tecnológico, militar y diplomático, aflora una pequeña luz de esperanza para que se efectúe tal posicionamiento más allá de la laxitud de sus declaraciones.
Ahora bien, pese a no integrar el Consejo de Seguridad, habría que añadir el activo rol llevado a cabo por Alemania en el genocidio palestino. La nación teutona continúa apoyando de forma diplomática, económica y militar a Israel de manera notoria, lo cual se traduce, respectivamente, en las siguientes acciones: primero, en la alineación diplomática con Israel, motivada por una irracional y casi patológica expiación de la responsabilidad moral alemana frente el Holocausto; expiación, eso sí, a costa del exterminio de otro pueblo, ahora no-europeo (cuestión determinante), como el palestino. Luego, este apoyo también se manifiesta por medio de la altísima indemnización económica (se estima una cantidad cercana a los 60 mil millones de dólares) que, debido a los seis millones de judíos europeos asesinados por el nazismo, Alemania ha debido pagar a Israel durante décadas. Finalmente, el apoyo también se materializa en un profundo comercio armamentístico, lo que convierte al Estado germánico en el segundo socio bélico de la entidad sionista, sólo después de EEUU, suministrando más de un tercio de las importaciones de municiones, armas y tecnología que ingresan en Israel. A manera de corolario, se debe destacar el estatuto de orden constitucional que, adoptado como política de Estado, compromete el apoyo irrestricto de Alemania a Israel.
A partir de este escenario geopolítico, resulta muy menor la acción que algunos actores internacionales de carácter estatal o militar puedan ejercer en favor de Palestina. Actualmente, sólo Irán, los hutíes de Yemen, el hoy debilitado movimiento antimperialista Hezbollah del Líbano y algunas milicias alojadas en territorio iraquí, ejercen esa valiente acción. En sentido contrario, muy atrás han quedado los tiempos del panarabismo, donde países como Egipto, Siria y Libia, más muchos otros, manifestaban concretamente su compromiso con la liberación nacional palestina y su profunda condena frente al imperialismo occidental en la región. Sin embargo, ambos tipos de oposición a la versión estatal del sionismo plasmada en Israel, han significado sólo un mínimo contrapeso -sobre todo después de la guerra de 1967- con relación al poder pro-israelí ejercido históricamente por las grandes potencias mundiales.
A modo de conclusión
El genocidio contra el pueblo palestino cuenta con un nivel de fuerza institucional, financiera, comunicacional y militar no sólo capaz de aplastar a cualquier actor que lo confronte a través de dichos medios tradicionales, sino también de lograr coordinar, disponer, acallar y anular, por primera vez en la historia, la totalidad de los organismos y estructuras que integran al sistema del Derecho Internacional Humanitario o, antes de su creación, de los componentes hegemónicos del sistema-mundo moderno.
En suma, nunca en la historia se mostró de manera tan clara, contundente e irracional el apoyo y la profunda complicidad, ya sea activa o pasiva, de las grandes potencias mundiales con un genocidio, pública y totalmente conocido, así como masivamente registrado. En la práctica, se trata de una tácita concertación de potencias mundiales que, dada la magnitud y evidencia del genocidio en Gaza, viene a dar un último golpe mortal al ya decadente orden institucional global. De ahí que se explique la precariedad argumentativa predominante en políticos, diplomáticos, “intelectuales” y medios de comunicación pro-sionistas. Este fenómeno, justamente, muestra gran parte del éxito sistémico del sionismo: ha sido capaz de extenderse a través de los grandes poderes mundiales, tornando inútil la totalidad de las estructuras defensivas del conjunto de la institucionalidad internacional; esto es, el sionismo opera a la manera de un sistema de dominación fascista que coloniza o, al menos, desactiva otro sistema, el de la defensa del Derecho Internacional, tanto humanitario como político. Esto se explica mejor si atendemos al hecho de que, desde la intervención de la OTAN en Serbia, las dinámicas políticas internacionales se desviaron del curso de la institucionalidad del sistema regente, adquiriendo un cada vez más creciente unilateralidad y predominio estadounidense, país que incluso llegó a ignorar los vetos dictados por sus colegas del Consejo de Seguridad (como en el caso de los bombardeos en Yugoslavia o en la invasión de Irak). Dicha irrefrenable y expansiva unilateralidad, reiteradamente permitida dentro del seno de la estructura universal, multilateral, dialógica y democrática de la ONU, colonizó la institucionalidad liberal gracias a la permisividad del propio liberalismo, haciendo posible que hoy el sionismo sólo tenga que activar sus dispositivos geopolíticos encarnados por EEUU para, paradójicamente, desactivar la eficacia del conjunto del sistema internacional.
En suma, jamás otro genocidio moderno (aunque tal vez sí los pre-modernos, como los perpetrados contra los pueblos indígenas de América o los pueblos esclavizados de África, ambos a la base de la génesis del capitalismo) supuso la compleja, concertada y despiadada desactivación del conjunto del sofisticado aparataje de legalidad moderno, en función de consumar el premeditado plan de colonización de un territorio y la correlativa limpieza étnica de un pueblo, todo con absoluta impunidad e, incluso, desvergonzada petulancia.
Para ponerlo en una imagen comparativa: si el imperdonable Holocausto judío fue perpetrado por los nazis requiriendo, por un lado, encubrir la mayoría de campos de concentración y procedimientos de exterminio y, por otro lado, realizado contra la pronta oposición de ejércitos de potencias coloniales aliadas entre sí, todo enmarcado dentro del contexto de la Segunda Guerra Mundial, el genocidio en Gaza se da a plena vista de todo el mundo y con marcada complicidad, por acción u omisión, de las grandes potencias mundiales. Dada la gravedad, conocimiento y plena evidencia de este genocidio, incluso acreditado por organismos de Naciones Unidas como lo es el Tribunal Penal Internacional, el apoyo al y la complicidad con el mismo, no sólo supone un evento capaz de anular transitoriamente el derecho internacional, sino, mucho más que eso, lo empuja hacia su momento cúlmine, es decir, al encuentro con el abismo de su verdad: la israelización de las instituciones sostenidas por las democracias liberales. Con ello, se anuncia la creciente israelización del mundo, a la par de un acelerado avance del neofascismo a nivel global. Así, visto desde una óptica más amplia, y a través del prisma de un proceso histórico de larga duración, hoy acudimos a un macrofenómeno donde se evidencia la mutación fascista del capitalismo.
En definitiva, la peculiaridad reveladora de este primer ingrediente, que brinda carácter exclusivo y convocante al genocidio contra el pueblo palestino, guarda relación, precisamente, con las implicaciones de alcances planetarios que él transparenta. Si bien en todos los genocidios se juega la vida, ninguno ha tenido este nivel de exposición, masividad e interpelación a cada individuo, evidenciando la debacle del sistema del Derecho Internacional Humanitario que buscaba asegurar la paz de los pueblos y el respeto y promoción de los derechos humanos.
Así, dicha debacle de la arquitectura liberal a escala global, exhibida gracias al inclemente genocidio en Gaza, trae aparejada la creciente posibilidad de que, por medio del neofascismo y la dictadura del capital imperial (puesto que el sionismo es un tipo de fascismo capitalista) nos enfrenta a un escenario decisivo. No obstante, paralelamente, esta misma debacle no sólo porta el devenir Gaza del mundo, es decir, de que nuestras vidas y formas de resistencia asciendan gradualmente en intensidad, en dirección a asemejarse cada vez más a las de Gaza; sino, también, abre una esperanza: la de romper radicalmente con tal gradación. Esto significa que hoy empezamos a acariciar la posibilidad de realizar un salto cualitativo, justo aquí, desde el borde del abismo. ¿Por qué? Porque de manera similar a cómo la catástrofe, esto es, la israelización del mundo, se va haciendo efectiva, también comienzan a darse las condiciones de la revolución. He ahí la invencible dignidad y esperanza: en nuestra presente resistencia.
Por Aldo Bombardiere Castro
Referencias
Amar Díaz, Mauricio (2024): El paradigma Palestina. Sionismo, colonización y resistencias. DobleAEditores, Santiago de Chile.
Karmy, Rodrigo (2024): “Todo es Gaza” en La voz de los que sobran. 8 de abril, 2024. Disponible en: https://lavozdelosquesobran.cl/opinion/todo-es-gaza/08042024
Organización de las Naciones Unidas:
- “Carta de las Naciones Unidas” (1945). Disponible en: https://www.un.org/es/about-us/un-charter
- “La Declaración Universal de los Derechos Humanos” (1945). Disponible en: https://www.un.org/es/about-us/universal-declaration-of-human-rights
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