Por Aldo Bombardiere Castro

Según vimos en la primera entrega relativa al carácter revelador del genocidio palestino que continúa perpetrado el Estado de Israel, las estructuras propias del sistema del Derecho Internacional han transparentado, por primera vez en la historia moderna, su absoluta debacle. Esto es sinónimo a señalar que el pueblo palestino se encuentra, efectivamente, desprovisto de cualquier apoyo oficial, efectivo y de índole político, proveniente de los organismos internacionales oficiales. Por primera vez en la historia, queda visibilizada de manera tan evidente, la bancarrota de la arquitectura mundial construida tras 1945.
En efecto, si en décadas anteriores los organismos internacionales, cuyo máximo expresión se encuentra representada por la ONU, aún contaban con una cierta legitimidad discursiva, principalmente asentada en la primacía y defensa irrestricta de los derechos humanos entendidos en clave liberal, hoy en día tal discurso manifiesta, a ojos de todo el mundo, no sólo su ineficacia, sino su inherente naturaleza de dominación colonial. Asistimos al desnudamiento de un discurso humanista, presuntamente igualitarista, dignificante y universal, el cual, finalmente, exhibe su naturaleza meramente discursiva y, con ello, su utilización ideológica por parte de las grandes potencias que integra el Consejo de Seguridad, ya sean occidentales (EEUU, Francia e Inglaterra) o no-occidentales (Rusia y China).
En suma, son las mismas dimensiones narrativas (por el sinsentido que conlleva la consabida instrumentalización y vaciamiento de su retórica) e instancias burocráticas (por la perpetua dilatación y carencia de efectividad), las que, además de tornarse inútiles para frenar el genocidio en Gaza, se transforman en elementos ideológicos y procedimentales que terminan fortaleciéndolo. Por lo mismo, podemos decir que hoy, como nunca en la historia, la totalidad de los diversos componentes que conforman el sistema internacional humanitario, han de revelarse contrarios, tanto por acción, omisión o no confesada pero evidente incapacidad, a la justa causa de liberación nacional del pueblo palestino. En esto consiste el primer rasgo que hace del genocidio en Gaza un caso excepcional al tiempo que revelador: su excepcionalidad consiste en exhibir, de forma maximizada e intensificada, la crítica realidad en que se encuentran todos los pueblos del mundo.
Israelización del mundo
Ahora bien, estrechamente relacionado con este primer rasgo, pero manteniendo su propio nivel operativo, narrativo y simbólico, podríamos adelantar el segundo: la israelización del mundo.
Así, tal cual han postulado Mauricio Amar en El paradigma Palestina y Rodrigo Karmy en un amplio número de artículos y entrevistas, el proceso de colonización que padece el pueblo palestino no emerge como un hecho puntual, a modo de un simple suceso histórico. Más bien, debe ser leído en calidad de proceso civilizatorio, cuya dinámica ejemplifica un desarrollo real y concreto, desplegado a diversos ritmos e intensidades, el cual se reproduce a escala planetaria.
“No se puede separar el despliegue de Israel como potencia colonial, autoasumida vanguardia de Occidente, de la pervivencia de formas diversas de orientalismo en las representaciones, control biopolítico y neoliberal en las metrópolis occidentales y abierta necropolítica hacia las poblaciones consideradas inferiores dentro de la propia metrópolis y en los territorios coloniales.” (Amar, 2024, p.67)
Por lo mismo, el colonialismo actual ya no cuenta necesariamente con uno de los componentes esenciales de los colonialismos clásicos: el clivaje metrópolis-periferia. Al contrario, en los fenómenos de colonialismo globalizado a los cuales asistimos, lejos de primar una clara diferenciación, de dinámica unilateral y constante, por la cual la metrópolis se dedicaría a administrar, producir y mercantilizar las “riquezas” generadas a partir de la extracción de materias primas y explotación humana que aquella misma metrópolis ejerce en la periferia, hoy, en cambio, acudimos a una consagración imperial del colonialismo capitalista, la cual tiene por uno de sus elementos definitorios el de introyectar los dispositivos de exclusión, dominación y explotación en el seno de las mismas sociedades “primermundistas”.
Es en ese sentido que la figura del “otro” (inmigrante, islamista, drogadicto, indigente, diversidades sexuales, mujer racializada o precarizada, indígena, etc.) dentro de tales sociedades no sólo cumple un rol de representar vidas prescindibles, sino también de ser víctimas, a través de los habituales discursos de odio, de múltiples ataques a causa de su supuesta responsabilidad del colapso de las democracias liberales-capitalistas. Por ende, los últimos resabios de los sistemas de protección social, característicos de los otrora Estados de bienestar, han tomado una connotación gregaria y nacionalista: sus beneficiarios han de estar ceñidos al siempre flexible estatuto de la ciudadanía. Ello, por cierto, le permite obtener a los grupos neofascistas un rendimiento político-electoral, capaz de legitimarlos dentro del endeble terreno de las decadentes democracias burguesas.
En suma, la figura de ese “otro”, siempre móvil y flexible, viene a actualizar la antigua (y no tanto) figura del bárbaro orientalizado, cuyo pecado constaría de oponerse y retardar el supuesto progreso civilizatorio. En una palabra, el fantasma simbólico de los sujetos periféricos se ha encarnado, por introyección y entropía, en el “mundo desarrollado”.
Si bien esta dinámica de introyección encarnada de las representaciones de sujetos periféricos se manifiesta, más o menos claramente a la consciencia de los ciudadanos de las sociedades europeas y occidentales, existen otros dispositivos, los cuales provocan que tales sujetos, lejos de ser vistos de manera evidente, ajena y fácilmente excluibles de la identidad nacional de dichos ciudadanos modernos, se reproducen de manera estructural e ideológica, siendo inconscientes a los miembros de tales sociedades. Dicho en términos de un marxismo simplificado, la tendencia de introyección propia de las relaciones metrópolis-periferia, ha de ser entendida tanto de manera infraestructural, esto es, asentada en las base económica y material que condiciona a la dimensión ideológica de la sociedad. Sin embargo, también ha de comprenderse como originada en el polo opuesto al económico-infraestructural, es decir, en la región de la superestructura ideológica, cultural y subjetivista.
“Hay una coincidencia entre la realidad material de opresión y las representaciones sobre ella”, que “debe ser entendida también al interior de las propias metrópolis, donde se forman territorios – a veces periféricos, pero no siempre- de control colonia.” (Amar, 2024, p. 67-68)
Es en este plano perteneciente a la superestructura ideológica donde ha de expresarse de manera más subrepticia, y por lo mismo más peligrosa aún, la subsunción del mundo cotidiano bajo un proceso neofascista in crescendo, cuyo máximo grado de plasmación se concreta en la opresión colonial y el sostenido proceso de limpieza étnica que Israel y el conjunto del sistema sionista perpetran contra el pueblo palestino. Por cierto, el presente imperio del capital, en su fase neofascista, así como todas sus formas de dominación, acumulación de capital, devastación de la naturaleza y precarización de la vida, consiste en una exacerbación, aceleración y expansión de los dispositivos coloniales, los cuales, día a día, no dejamos de introyectar, al tiempo que de resistir. En una palabra: nos hallamos, de un lado, atravesados por la israelización del mundo y, de otro, perseverando y resistiendo desde y por nuestras formas-de-vida.
Es desde esta perspectiva que debemos entender los diversos fenómenos de dominación que se desenvuelven en las sociedades contemporáneas, influyendo y modelando profunda e inadvertidamente los procesos de subjetivación de los ciudadanos modernos en la otrora metrópolis. Así, la diferencia entre los mecanismos de dominación ejercidos por Israel en comparación con aquellos que recaen sobre las sociedades desarrolladas, aunque no lo parezca, radica sólo en una alteración de “grado” y no en un estatus de “naturaleza” o “cualidad”. He ahí que cuenta con sentido lógico aseverar que hoy Gaza concentra la maximización e intensificación de las mismas opresiones que padecemos todos los pueblos del orbe.
En efecto, el elemento discriminador que se mantiene regular en el caso de la dominación israelí contra el pueblo palestino se basa en la categoría étnica: la exclusión de los palestinos en cuanto palestinos. Sin embargo, y en contraste con lo anterior, dentro de las sociedades contemporáneas occidentales, las técnicas y dispositivos de dominación que reproducen las prácticas opresivas de Israel, ahora de manera reterritorializadas en la antigua metrópolis, operan a partir de una diversidad de criterios, así como en una intensidad menor. No obstante, en última instancia, tales dispositivos y mecanismos, con independencia de los “públicos objetivos”, y ya sea de forma desterritorializada o reterritorializada, se orientan a un mismo propósito general: la dominación y homogeneización del movimiento proliferante de la vida, a través de la reducción, abstracción y datificación de la misma, y en favor de las prácticas de acumulación de capital por devastación de la naturaleza y explotación humana (Villalobos-Ruminot, 2020)
Así, entre dichos fenómenos de dominación de los cuales Gaza es, propiamente, paradigma y modelo ejemplar, encontramos los siguientes, por sólo nombrar algunos. La multiplicación de cámaras y uso de micrófonos, de técnicas de intrusión en redes sociales y de vínculos con estatales y entre empresas que comercializan nuestra información personal, así como de tecnologías de reconocimiento facial y espionaje a escala mundial (ej: Pegasus), constituyen herramientas cibernéticas utilizadas por instituciones estatales y privadas, capaces de generar bases digitales con un sinnúmero de datos cruzados entre sí, para ponerlas al servicio de fines no transparentados ni consentidos y, por lo mismo, derechamente ilegales (principalmente esto es llevado a cabo bajo el pretexto de prevenir los riesgos de la delincuencia, del terrorismo o simplemente de quienes son considerados “elementos disfuncionales” y atentatorios contra el orden establecido; vale decir, la siempre flexible figura del “otro”).
En ese sentido, las semejanzas e identidad cualitativa con las prácticas que ejerce la entidad de Israel son evidentes, especialmente en la grave violaciones que comete contra los derechos fundamentales del pueblo palestino, cuestión que, de manera privilegiada, se expresa en las arbitrario uso de tecnologías de control, humillación y administración colonial de la vida utilizados en cada uno de la infinidad de checkpoints asentados ilegalmente en Cisjordania y en gran parte la de Palestina ocupada.
Por su parte, el apartheid que sufrimos en sociedades occidentales también se expresa por medio de la utilización de carreteras exclusivas. Al igual como en la Palestina ocupada existen carreteras expeditas, seguras y de alta tecnología reservadas para los ciudadanos israelíes en detrimento de los nativos palestinos, en Occidente, desde hace décadas, se han concesionado y privatizado un amplio sector de los espacios de obras y transporte públicos, marcando un verdadero apartheid basado en la capacidad de pago. Un apartheid fundamentalmente económico, pero que integra otros elementos adyacentes. Por ejemplo, en Santiago se expresan paradojas como las siguientes: mientras las vías de tránsito normales, administradas por entidades públicas, se mantienen colapsadas en la superficie de la ciudad, en las vías subterráneas, las autopistas de uso exclusivo para quienes puedan pagar por utilizarlas ofrecen gran cantidad de espacio, comodidad y seguridad, posibilitando un considerable ahorro de tiempo y de malestares con respecto a la mayoría de los ciudadanos imposibilitados de pagar por ellas. En suma, el grado máximo de exclusión operado por Israel consta de un criterio étnico, pero, en términos tanto funcionales como esenciales, sus estrategias de segregación se replican día a día en nuestros países, bajo el criterio de la clase, la desigualdad y la marginación económica.
A su vez, y a la luz de una óptica transhistórica, el mismo término de apartheid es el que hermana con Palestina a naciones que han sufrido la crueldad colonial, las cuales se ven reflejadas en ésta. Nos referimos al apoyo explícito de Sudáfrica, cuyo proceso de descolonización, según incluso explicitó Nelson Mandela, nunca estará completo hasta que Palestina sea libre. De manera más tenue, pero igualmente manifiesta, la solidaridad que Irlanda brinda al pueblo palestino también se basa en el reconocimiento histórico de una opresión colonial y genocida (cuyo máximo acontecimiento se halla marcado por la Gran hambruna de la patata, a mediados del siglo XIX, donde Inglaterra tuvo gran responsabilidad). En ambos casos -y en muchos más que aquí no alcanzamos a nombrar- no sólo los pueblos del mundo, sino también muchos Estados-nación se sienten hermanados con Palestina, tanto a partir de la opresión que ella sufre como, aunque en menor medida, de las dignas luchas de resistencia imaginal y liberación nacional que no cesa de inventar día a día. Todo este apoyo internacional, sin embargo, muchas veces no se condice con acciones efectivas a nivel económico; tampoco, por cierto, son capaces de lograr presionar a las naciones más poderosas, o sea, las que integran el Consejo de Seguridad de la ONU, para que cumplan con sus obligaciones de activar los instrumentos preventivos y sancionatorios de genocidio que yacen consagrados, tanto en letra como en espíritu, en el sistema del Derecho Humanitario Internacional.
En suma, en este rasgo del apartheid se puede advertir el creciente proceso de israelización del mundo, esto es, el segundo rasgo revelador que, con todo su dolor y dignidad, nos brinda el genocidio en Gaza.
En paralelo a lo anterior, existe un caso de continuidad aplicativa, generado por las asesorías, comercio e ideologías militares mantenidas entre una diversidad de gobiernos mundiales con Israel. Por cierto, nos referimos a las “capacitaciones”, venta de armamento y asesoría en estrategias securitarias “antiterroristas” que extiende la entidad sionista a muchos países. En el caso de Chile, esta relación posee un carácter de ilustrativa continuidad. Dicho en breve: las armas utilizadas por las Fuerzas Armadas y, sobre todo, por Carabineros no sólo son compradas a Israel, sino que lo son, precisamente, por contar con el “valor agregado” de ser “probadas en terreno”, en cuanto efectivamente funcionales en la represión, tortura y asesinatos de cuerpos palestinos. A su vez, la aplicación de estas armas en Chile cumple el rol, en el mayor de las ocasiones, de militarizar la zona del Wallmapu, ejecutando crímenes y acciones violatorios del derecho nacional e internacional contra el pueblo mapuche. Por ende, si bien el grado de intensidad varía, las acciones de represión militar que sufren los palestinos en tierras palestinas se condicen con las padecidas por el pueblo mapuche en tierra de Wallmapu, conservándose, en este caso, la centralidad de la categoría étnica como eje de opresión colonial. Un rasgo más sobre el supremacismo y racismo estructural que, privilegiadamente, exhibe Palestina, en cuanto hermanada con las luchas de los pueblos en amplia y versátil resistencia.
Finalmente, debemos mencionar, aunque sea de forma breve, un elemento hace muy poco expuesto públicamente, por la lúcida y valiente Francesca Albanese. Se trata de los multimillonarios réditos económicos que son obtenidos por la prolongación del genocidio. (Naciones Unidas, 2025). En efecto, a partir del entrelazamiento de empresas y fondos de inversiones pertenecientes a una gran variedad de sectores (desde el complejo militar-industrial hasta el humanitario), el genocidio en Gaza ensancha los bolsillos de los grandes capitalistas financieros. Un rasgo, en efecto, que marca el signo de nuestros tiempos.
Ahora bien, lo señalado hasta aquí no pretende ser una lista exhaustiva. A ella habría que agregar una serie de otros fenómenos de control, dominación, represión y segregación que todos padecemos cotidianamente (desde la construcción de muros y espacios que, dividiendo la ciudad, territorializan tanto la pobreza como la riqueza, hasta la privatización de recursos naturales, tal cual son, por ejemplo, las vertientes derivadas de cuencas hidrográficas cuyos derechos de administración y lucro el Estado de Chile lo ha entregado a la empresa sionista y ocupante de Mekorot).
Por ende, la naturaleza misma de la opresión que sufre Palestina, constituyendo un símbolo, un ejemplo, propiamente, un paradigma. No se trata sólo de una casual metáfora, como si en la Nakba palestina se pudiera, a modo de simple posibilidad, ver reflejado el derrotero cultural, económico, social y político que ha afectado a la humanidad a nivel global. Más bien, lo paradigmático de la Nakba, en cuanto proceso de aniquilación y borramiento de formas-de-vida y cultura, apropiación de territorio, devastación de la naturaleza e implementación de mecanismos de control de la vida cotidiana de los palestinos, es que constituye, en sí misma, la descarnada encarnación imperial del mundo capitalista. En ese sentido, la totalidad del mundo comparte un mismo devenir histórico con Gaza, pues ésta es el campo de implementación de innumerables dispositivos, estrategias, prácticas y discursos necropolíticos.
Paralelamente, sabemos que el sionismo, en cuanto ideología mitificante, racista, supremacista, capitalista y colonial, es constitutivamente un fascismo más. Sus prácticas disciplinarias, necropolíticas y de limpieza étnica, se emparentan plenamente con las estrategias de dominación aplicadas a nivel mundial, cuyo abanico va -como ya vimos- desde el ámbito de las tecnologías de control algorítmicas hasta el de las relaciones con las actividades secutitarias, institucionales, humanitarias y epistémicas que usamos mundialmente a escala cotidiana e, incluso, las cuales son capaces de condicionar la construcción de nuestros procesos de subjetivación. En este contexto, todos y en todas partes del mundo nos vemos profundamente afectados, sepámoslo o no, por un tipo de hiper-aceleración capitalista, cuya deriva (o consumación) ha de circunscribirse al interior de la categoría del neofascismo.
Hacia los pueblos
La paradójica excepcionalidad reveladora de Palestina consiste en que ella misma, al ser leída en clave de paradigma, es, con toda la connotación ontológica y constitutiva del término, el “más alto grado” de un único fenómeno planetario: la israelización del mundo. En otras palabras, los fenómenos estructurales de devastación ecológica, des-re-territorialización de la tierra, globalización del planeta e implementación de tecnologías y dispositivos de opresión contra los pueblos, en virtud de los cuales el capitalismo cibernético se configura hoy en día, ostentan una cualidad extensiva a nivel imperial, siendo Palestina el lugar donde se concentran e intensifican empíricamente al más alto de sus grados. Es en ese sentido que debe ser entendido el carácter paradigmático de Palestina, en cuanto israelización del mundo: el caso más acelerado, emblemático y, a la vez, clarificador de la opresión de los pueblos. Un caso excepcional, pero en absoluto exclusivo, sino integrador, hermanante. En Palestina se encarna los más asfixiantes devenires neofascistas del capitalismo, al medio del cual aún (sobre)vivimos, nos movemos y resistimos.
En resolución, todos los fenómenos anteriormente nombrados, pese a la variabilidad de sus grados y maneras de darse, quedan subsumidos al interior de la misma regla: la israelización del mundo. Y ante esto, tarde o temprano, responderán los pueblos desde la potencia de la vida: entonces será la hora de la ya creciente palestinización de los pueblos.
Por Aldo Bombardiere Castro
Licenciado y Magíster en Filosofía, Universidad Alberto Hurtado.
Bibliografía:
Amar, Mauricio (2024): El paradigma Palestina. Sionismo, colonización y resistencias. DobleAEditores, Santiago de Chile.
Naciones Unidas (2025): “Gaza: Muchas empresas se benefician con la destrucción de la vida palestina”. Reseña sobre el informe de Francesca Albanese, disponible en: https://news.un.org/es/story/2025/07/1540081
Villalobos-Ruminott, Sergio (2020): Asedios al fascismo. Del gobierno neoliberal a la revuelta popular. DobleAEditores, Santiago de Chile.
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