Un primo y un escritor

Rolando Rojo Redolés (Ovalle, 1941), es un cuentista y novelista chileno que además es primo mío

Por Wari

22/09/2010

Publicado en

Columnas

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Rolando Rojo Redolés (Ovalle, 1941), es un cuentista y novelista chileno que además es primo mío. Como primo es conocido en la familia con el apodo de “El Nano”. El Nano acaba de publicar una novela: El Último Invierno del Abuelo (Bravo y Allende Editores, Santiago de Chile, mayo 2010). Esta novela viene a sumarse a dos novelas anteriores y a cuatro libros de cuentos.

El Nano ha ganado muchos concursos nacionales (más de veinte dice la solapa), y en estos últimos veinticinco años (desde que volví de Inglaterra) siempre lo estoy viendo celebrar con comidas y tragos sus premios y libros. En estas celebraciones frecuentemente me encuentro con Poli Délano, cuyos textos fueron y son un aliciente permanente para que Nano se lance por el tobogán del relato. En estas celebraciones también es posible encontrarse con Ramiro Rivas entre otros escritores.

Leí su novela con un doble interés; primero, porque era una nueva novela de El Nano, y en segundo lugar por su dedicatoria: “A la mamá Vicha y al papá Lolo, que me enseñaron a soñar”. Resulta que la mamá Vicha y el papá Lolo, son los padres de mi padre, es decir mis abuelos. Es una novela sobre la vida de mis abuelos en un remoto Ovalle de los años treinta.

Una novela impecable, logra crear personajes creíbles y queribles. La gran mayoría sino todos esos personajes están basados en personas reales. Tan reales como los padres de mi padre. Los personajes principales, es decir el abuelo Luis Samuel, y la abuela Carmen Luisa son de una humanidad insondable y se van quedando en uno, y se van haciendo querer de una manera imperceptible. Nano no inventa, sólo recuerda. Es decir, hace pasar la vida nuevamente por el corazón.

La anécdota principal sobre la cual se va descubriendo un Ovalle profundo es aparte de demencial, una historia real. En la Pensión Esmeralda que diligentemente administra Carmen Luisa (con clientes como huasos, gitanas, circos en gira, enfermeras, estudiantes eternos, etc.) el abuelo decide la construcción de un camión en pleno patio. Hasta ahí todo bien. Lo que pasó después parece copiado de García Márquez. El abuelo no pudo sacar el camión -(¡que funcionaba!)- por la estrecha puerta de la casa y ahí quedó para siempre el camión en el patio,…de gallinero.

Y a propósito de García Márquez, hay escenas que parecen tomadas prestadas de Don Gabo. ¿Citas extra-literarias u “homenajes” al ilustre colombiano? Creo que hay un poco de todo. Pero lo principal es que Macondo y Ovalle, y miles de pueblos más de todo este continente pertenecen sólo a su historia y a las cosas que allí ocurrieron y no a García ni a Rojo. Macondo y Ovalle unidos, jamás serán vencidos.

Si hay algo que no fue de mi gusto es la mezcla de épocas en que el Chile de la dictadura de Pinochet con sus usos y costumbres aparece, a mi gusto, forzadamente desfasada de la época del relato. Con todo respeto creo que El Nano se “engolosinó” al querer abarcar mucho. Tal vez, si hubiese revelado más del Ovalle de los años treinta, de ese momento en la vida de ese pueblo, habría depurado más el paisaje para que los personajes que él re-crea no aparecieran en ciertas circunstancias algo forzadas.

Quizás en los monólogos del Juanca es donde Nano consigue una estatura de narrador de alto vuelo. Y aparece de vez en cuando una especie de revisión de mitos chileno- como el mito del Teniente Bello- de los que lúcidamente se va desgajando una que otra tesis de nuestra identidad nacional que nos hace mirarnos de nuevo. Debo confesar eso sí un privilegio frente a otros lectores al leer esta novela: pude recordar el olor de mis abuelos paternos. Olor a albahaca, y a cigarrillos “Ideal”. Gracias Nano.

Por Mauricio Redolés

El Ciudadano N°86, segunda quincena agosto 2010

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