Vade retro, Robocop

Yo recuerdo, lamentándome la distancia, a Valparaíso como una juguetería abierta y sin guardianes, descocada y multicolor, ofreciéndose sonrisona y coqueta a la casual concurrencia

Por Wari

10/08/2010

Publicado en

Columnas

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Yo recuerdo, lamentándome la distancia, a Valparaíso como una juguetería abierta y sin guardianes, descocada y multicolor, ofreciéndose sonrisona y coqueta a la casual concurrencia. Lo recuerdo, y lo recuerdo bien: la calle un espacio descubierto, una fiesta libre, salpicada de estrellatos anónimos; las escaleras y los recodos del puerto rebosantes de una vida que hoy las postales anecdóticas populísticas insinúan “alegre”. La vida nocturna y diurna en apenas un guiño de complicidad y juerga. Aquello que hoy se admira en galerías y papelerías de arte, la lira popular porteña, en la calle.

En cifras: Subida Cumming, la estaban tirando. La mazamorra de gentecita súperloca, el siempresediento enjambre universitario, el artisterío multiforme, la manga punk, los músicos infaltables, incluso los solitarios de siempre, todos a la calle. Una de las múltiples razones por las que la gente venía al puerto, sabías que no era necesario meterse a un bar y tener que soportar sus rendijas: en la calle podías beber, charlar, enamorarte, bailar. Corretear por las callejuelas como un fantasma ebrio, y unirte a otras hordas conocidas y desconocidas en escaleras o en quebradas, en las célebres ruinas, en plazuelas y plazoletas, inclusive mirando al mar. Eran los años antiguos, pero ni tan antiguos, aunque me pareciera relatar absurdas épocas anticuadas.

Qué supe yo: Si bien nunca queriendo publicitar el accionar de la política, debo recordar a un tipejo con el apellido de Castro (irónicamente decidor) tomándose el mando de la ciudad. De la noche engalanada a la mañana carcelera, cámaras, porras, cascos y uniformes. La asunción de la derecha al negruzco cielo del puerto coronada por una flamante micro llena de pacos estacionada desde las 10 de la noche, rellenadita de uniformados en sus trajes de la terrible y desigual guerra; un grupúsculo siniestro de policías parapetados tras algunos retamos espiando con binoculares el accionar “natural-criminal” de la gente por la noche. Desde ese momento no más fiestas libres, no más calles sueltas y personajes distendidos vacilando. La plaza Aníbal Pinto, otrora lugar infaltable de reuniones de todo tipo, hoy esposada y vejada de noche, de día cafecito artístico-lounge para el sinnúmero de gringos de toda calaña salidos en serie con sus camaritas de último modelo. Nunca más la calle para la gente, ahora y siempre todita la calle para la policía y cía.

Lástima por Valpo. Tanto tenía de las libertades que se añoran en tantitas partes de este mundillo y submundillo cuadriculado. Es loco porque cualquiera pudiera argumentar que la delincuencia aquí y que el crimen allá, la justificada reacción de una represión justificada. Diría Freud que perversos somos por naturaleza, la Justicia que somos todos culpables hasta que se demuestre lo contrario, la Cívica que hacemos leyes para entendernos mejor y que sin ellas nos mataríamos y violaríamos los unos a los otros, la Televisión que la policía es un amigo en tu camino. Asimismo, la gentica repite la cantinela de que el amo nos alimenta, y que si así ha de ser, así será, pues. Sin embargo, yo nunca vi desmanes ni “delincuencia” desatada en las arduas y larguísimas noches de la era de Cumming. Vi (o veo porque quiero ver) autorregulación, convivencia, diversidad distendida. Tal vez alguna que otra gresca, cómo no, mas nunca ese “CAOS” absurdo que promociona la autoridad en cuanto justifica sus dictámenes tentaculares: delincuencia real solo he visto EN EL ACCIONAR DE LA AUTORIDAD Y SUS SECUACES.

La ecuación es siempre la misma, y sin embargo, siempre vence. La posición moralizante del poder es infantilizadora: nada podemos saber nosotros mismos de lo que es mejor para nosotros mismos. El poder es un padre que te golpea aún cuando a él le duele más (risas). Nosotros, pequeños personajillos desprovistos de él, no podemos, ciertamente, decidir con claridad si deseamos obrar libremente según nuestros deseos sin la aprobación y beneplácito del capital. Es claro que no podemos beber en la vía pública, lo prohíbe LA LEY (que nadie de nosotros decidió, por supuesto), para eso tenemos los bares, formas de juerga estandarizadas y modeladas para funcionar en total orden social. Tampoco podemos tomar drogas -ilegales- de ningún tipo, están también prohibidas por cuatro pelagatos de fruncidos ceños y el conglomerado de farmacéuticos que no desean perder su monopolio: no somos suficientemente maduros para decidir qué nos echamos dentro. Aparentemente sólo tenemos criterio formado suficiente como para votar por uno u otro embaucador ilustrado. No podemos abortar, ni parir a nuestros hijos en casa, ni hacer el amor públicamente, ni comercializar nuestros productos sin supervisión, ni reunirnos sospechosamente en libertad. Es el poder, en sus ridículas y bonitas formas, quien decide por nosotros, puesto que nosotros NO podemos.

La policía, como una pandilla televisiva o una multitud enardecida, arremete en los barrios alegres y arrasa repartiendo la Ley a todo color. En Bellavista arrestan a 400 personas por hacer lo que hacían siempre (Piñera incluido disfrazado de antimotines, según refiere el mito popular). El gobierno dice que no tiene presupuesto, y entonces deciden subir los impuestos de las drogas legales para que cueste mucho más al populacho enajenado de trabajar y trabajar distraerse de la rutina y desinhibir las sonrisas (en lugar de rebajarse los políticos un poquitito el sueldo, ¿por qué no lo hacen, eh?). Los locales que ofrecen diversión regulada ahora deben cerrar a las 12. Como un mandato bíblico, la policía dispone y la muchedumbre acata. Incluso, incluso, nos hemos creído que tienen derecho a golpearnos. ¿No era que sólo debieran mantener el orden?

3 de julio de 2010, Valparaíso. En el marco de la primera fecha de las Fiestas Populares, multitud de detenidos, gases lacrimógenos, guanaco, antimotines, golpes y agresiones. Resulta que la autoridad sabe por nosotros qué es lo que debemos festejar y qué no. La fiesta no tiene permiso para realizarse, entonces la gente ha de ser castigada. Severa y duramente castigada, una vuelta de tortilla y ahora el festín es para la policía. “Los violentos están armaos, se la van a cargar. Los pacíficos por la paz, vamos a golpear”, diría la siempre sabia Polla Records.

Basta de divagar. En la ficción ochentosa, Robocop era el lado “bueno” de un proyecto de privatización robótica de la policía a cargo de una megacorporación sedienta de poder. La megápolis gringa del futuro estaba ya rancia y atestada de criminales maldadosos y de muy malas costumbres, y eso ponía a las corporaciones muy tristes… :( Por suerte Robocop era el bueno de la peli. El proyecto alternativo presentado antes que él resultó ser una máquina asesina horrenda llena de desperfectos, cuyo mayor problema era que no asesinaba a la gente que debería asesinar: ¡No distinguía entre malos y buenos! En las cintas de Hollywood siempre sucede lo mismo, todos llevan armas, sólo se distinguen uno y otro por a quién le dispara cada cual. El bueno puede ser incluso más terrible y sangriento y de cabeza fría y oscuro corazón, pero acaba siendo el bueno porque está del lado de los buenos. Y mata malos. Como siempre.

En la realidad actual, un país norteamericanizado y en vías de más norteamericanizarse, como el nuestro, es aún una larga y angosta constelación de peculiaridades, que no podrían resumirse en ningún libro, y que sin embargo mediáticamente se manejan como un todo. Devenida la actual época en apocapitalismo neoliberal, las megacorporaciones producen imágenes que configuran la realidad para las masas. En este sentido, es cotidiano que ella se nos presente como una brutal prehistoria donde la calle es escenario de constantes enfrentamientos y guerras por la supremacía y la supervivencia. Un mundo futurista y a la vez primitivo de depredadores y presas. Las callejuelas de la urbe repletas de delincuencia esperando abalanzarse sobre nuestra integridad de ciudadanos decentes. Una realidad que amerita robocops.

En 2008, muere Bernales, evento sucedido de un larguísimo y tedioso lloriqueo sensiblero mediático. Muere Bernales y el país -a través de las imágenes- llora, se revuelca de dolor. Junto a sus amiguetes del FBI y de la Escuela de las Américas (donde tantos se instruyeron y se instruyen para robocops-torturadores, robocops-asesinos, robocops-delatores, y un largo etcétera de robopacos) muere Bernales en Panamá, luego de discursear sobre cómo masacrar la maldita guerrilla, y acá se le reza. Se le reza, a la cabeza sacra de la policía.

Qué va. Vendrán y vienen nuevos RoboBernales. La muchedumbre nada puede contra todo esto, y todo se tecnifica más y más. Veo que la era de Robocop será terrible para este país que ya no sabe qué se merece. Esperamos nunca llegue. La calle, igual que siempre, nos pertenece, nuestra integridad nos pertenece. ¿Qué haremos cuando vuelva el toque de queda, porque sí? ¿Haremos algo?

Un sólo consejo: Acariciad la imaginación a por un mundo sin policías. La sola existencia de una sola cárcel evidencia lo fallido del sistema. Hoy y más que nunca, a desalambrar… ¡toda la calle!

Por el cometa Ludo

el-acabose.blogspot.com

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