Biografía de Una Canción: “A Valparaíso”, del Gitano Rodríguez

A 25 años de la muerte del autor recordamos cómo se compuso, divulgó e interpretó inicialmente su canción más célebre

Por El Ciudadano

29/03/2021

Publicado en

Artes / Chile / Cultura / Música / Música

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Por Víctor Rojas Farías

  “Nosotros  nada teníamos que ver con esta gente que apoya los codos en la mesa y se baja por adelante, para eso teníamos auto”, decía alguien con sus zapatos rotos y se entendía que era arribista.  Despreciable.  Se las estaba dando de quien no era.  //   “Nosotros éramos roteques pues oye; con decirte que por esquivar el pago nos subíamos por atrás.”, decía con sus zapatos nuevos y se entendía que era abajista.  Despreciable.  Se las estaba dando de quien no era.  Porque había llegado un nuevo pensamiento, un reconocimiento de la valía de ser pobre: “orgullo de clase”.  Los sesentas.

   La cantinela de la empleada que se casa con el patrón bueno –que machacaban las teleseries- era reemplazada ahora por la canción de gentes cotidianas:  Amanda –cualquier operaria de cualquier industria- caminaba por la calle mojada para ir a otra fábrica, donde trabajaba  Manuel, por ejemplo.  O la Nelly el Nelson, que sufrían en sus  pegas toda la semana esperando  el domingo para servirse una agüita.  

  Con la palabra huevón se había agredido desde hace años, con conchetumadre se había insultado, pero ahora dolía más que te dijeran “desclasado”.  “Qué se ha creído ése: cree que porque lo nombraron jefe puede no saludar: ¡es un desclasado!”.  

    En estos tiempos de nuevas palabras y conceptos (también se dirá vendepatria, crumiro, momio, etc.) el profesor Nelson Osorio ha tenido una idea: ¿No dicen que Valparaíso es poesía y pintura? ¿O que es música hecha cerros?  ¿Por qué no fusionar?  ¿Porqué no terminar con los límites entre géneros y producir  litedibujos o cancionemas y poegráfica?  Una cosa es decirlo… la idea cristaliza en una mera exposición de poesía ilustrada.  Alguien hace un poema, y otro alguien dibuja algo, se reúnen las dos obras en una cartulina y eso es.  Se expone en marco y con vidrio, pero nadie se interesa mucho porque en teoría suena revolucionario, pero es “la misma cosa no  más”.

  Uno de los dibujos destaca: es el de Hans Schoalbach.  A su lado, están  los fragmentos de poesía de Osvaldo Rodríguez –apodado el Gitano- copiados por alguien con buena letra: Jorge Osorio.  Uno de los versos dice “´porque yo nací pobre y siempre tuve un miedo inconcebible a la pobreza”.  Los dos Osorios se burlan a carcajadas: “¡Pero Osvaldo, jamás hai sido pobre! O sabríai que los pobres no tienen miedo a la miseria; le dan pelea en contra…”  “La pura verdad;–piensa el Gitano- no puedo ser arribista al revés: tengo que cambiar eso”.  Además –dicen otros- el dibujo se despega, es demasiado superior, produce una realidad otra: “tal vez tengas que probar con cancioesías”.

   La obra quedaría colgada y olvidada junto a una guitarra en la casa que compartirían Osvaldo Gitano y Chantal de Rementería.

     “Esta casa que hemos compartido durante tantos años es bajita como el suelo y tan alta o más que el cielo, pero tened cuidado/ que al menor descuido confundiréis las señales de ruta/ y de esta vida al fin habréis perdido toda la esperanza”, escribió el vecino Juan Luis Martínez.  Y viene bien recordarlo ahora pues Osvaldo sueña habitar una mansión tan ancha como el mundo, en que quepa su guitarra, y  resguardar su intimidad con murallas invisibles. Hará croquis, diseñará durante años hasta que cuaje la idea imposible de la Casa Transparente.  Tiene otros pensamientos raros: construir un país en que cada cual reciba justa retribución.  Y nacionalizar esas compañías que no pagan impuestos y se llevan la materia prima, para que el pueblo sea el dueño.  Esas ideas hacen ebullir América y se producen golpes de estado, peleas familiares, asesinatos… 

     Cierta vez la casa de Chantal y Osvaldo tendría una visita célebre: el poeta  Thiago de Mello alegando que hasta los martes nublados tienen derecho a ser domingo en la mañana con sol. Un auténtico perseguido político; había estado preso en su Brasil natal y tenía enorme prestigio literario.  Todos lo escuchaban con humildad.  Y con humildad el Gitano lo vería ¿leer el poema o mirar el dibujo?  (Thiago comentó que había escuchado lo de la fusión de arte… y agregó que ese texto necesitaba el refuerzo de la melodía; tal vez pudieran añadirse silencios pues se escuchaba parloteador.  Si alguien dice “Yo les quiero contar lo que he observado” ese yo está demás, pues en el verbo “quiero” se subentiende el pronombre yo; y luego se repite esa primera persona en el otro verbo “lo que he observado”.  Desde el punto de vista del significado una palabra de más es ripio.  Pero desde el punto de vista del ritmo necesita el sonido: aunque poner “hoy” y transformar el verso en  “hoy les quiero contar lo que he observado” introduce un elemento temporal que riñe con el sentido intemporal del poema.  Y poner “Y” para que quede “Y les quiero contar lo que he observado” mata la secuencia sonora pues en ese verso la vocal o –hay cinco- es importante con su sonido grave y gutural.   En cambio, en la canción, eso no es problema…)  Y el Gitano –tarde en tarde- empezaría a trabajar en componer  a base del poema.  Demoraría jornadas deshilachadas…  Pero al cabo tomaba la guitarra y podía recitar su canción o cantar su poema:  “Yo no he sabido nunca de su historia/ un día nací aquí sencillamente/ el viejo puerto vigiló mi infancia/ con rostro de fría indiferencia”.

     Esta tarde está llena la sala de actos del Pedagógico.  Los niños de básica, sus apoderados y profesores vienen a la velada artística a beneficio del Quinto A de la Escuela 17 de Playa Ancha.  Los niños no han ingresado nunca a una universidad, y están curiosos.  Las sillas de madera de la escuela, que se ponen una junto a otra en los actos, no pueden ser comparadas a estos asientos de respaldo curvo, pegados.  ¡Y los baños!  ¡Acá hay hasta puertas, y la cadena funciona cuando la tiran!  Empieza el acto.  Se espera al grupo Tiempo Nuevo. Todos los alumnos conocen las canciones pues su profesor jefe es el guitarrista  y –pese a que se niega a enseñarlas- “Hemos dicho basta” o “No nos Moverán” están de moda entre los niños.  Los demás cantantes que actuarán son desconocidos y no importan: el dúo Raúl y Miriam, un tal Payo Grondona, un tal Gitano Rodríguez.  Payo Grondona entretiene a los papás, que sonríen con canciones como “El Crimen de los Tarros Lecheros”, que despierta chistes pues el asesino fue profesor. Después Payo advierte que el público espera algo movido, y canta “La muerte de mi hermano”. Y ahora unos alumnos –de calle Carampangue- se enojan y pifian pues esa canción es de sus vecinos, que tocan con batería y guitarra eléctrica.  “Ayer mataron a mi hermano/ lo mataron y qué”… Después de escuchar los gritos Payo explica que ha compuesto la música de esa canción, que ha sido grabada como rock por sus amigos Los Macs.  Se va entre aplausos semidesganados pues el acto va muy largo y ¡ojalá saliera de una buena vez Tiempo Nuevo!  ¡Pero anuncian otro número!  El Gitano Rodríguez.  Hay caras de disgusto cuando sale al escenario un hombre con jockey negro, chaqueta sin mangas pintada con figuras extrañas, de lana, y alpargatas.  ¡Alpargatas!  Los niños se ríen pues las alpargatas son para la gente pooobre, y los cantantes usan ropas con brillos!   Empieza a cantar una canción rara sobre los pescadores y las caletas.  El público habla y grita desinteresado.  De pronto el Gitano se disgusta.  Ha cantado sentado en una banca,  se para y comienza a reprochar. Lo menos que un cantante espera es el silencio.  No importa que no haya aplausos.  No importa que no haya plata.  Pero el silencio es respeto.  El auditorio calla.  Se podría escuchar volar una mosca pues los mayores entienden que ese hombre tiene razón en su alegato y los niños se contagian y callan.  La sala parece una iglesia.  El gitano dice que cerrará su actuación con una composición reciente, que aunque tenía la letra desde hace tiempo recién hace unos meses le fue dado terminar la música.  No sabe de dónde ni cómo viene la música al compositor. Ha cantado antes ese tema a sus amigos, en una peña, pero esta es la primera vez que la presenta en una sala, ante tanta gente, y quiere que sea un homenaje a esta misma gente…  El público se mira un poco divertido pues es obvio que el cantante no sabe cómo terminar el discurso y se alarga en palabras innecesarias.  De pronto se interrumpe en cualquier parte, se sienta y empieza con su guitarra.  “Yo no he sabido nunca de su historia/ un día nací aquí sencillamente/ el viejo puerto vigiló mi infancia/ con rostro de fría indiferencia”.  Nadie parece muy entusiasmado, la gente sigue mirando la hora, pero escucha.  Cuando termina el vals (“ porque no nací pobre y siempre tuve un miedo inconcebible a la pobreza”) hay aplausos, algunos desganados otros muy entusiastas, y el cantante se va. Llega al fin el turno de Tiempo Nuevo  y ahora sí, ahora sí los alumnos cantan No Nos Moverán… y al parecer algunos apoderados perderán su micro pues se van rápidamente y con actitud de disgusto.

    Golpe de Estado. TiempoNuevo sale de Chile. Van  al exilio asustados, como si fuera película de espionaje, debido a contactos en Ferrocarriles, llevando como parte de su trouppé a Payo Grondona y al Gitano.  En Argentina  siguen cantando pero les da vergüenza y pena entonar temas que dicen “ni con un golpe de estado/ no nos moverán” o  “póporoporónpompón empezó la revolución”.  En Argentina el ambiente está agitado.  Vendrá otro golpe de Estado, seguramente.   Parten a Alemania.  Entra Payo Grondona al conjunto, y sube al escenario también el Gitano, con quienes interpretan ahora “El Bosco”, “La Nelly y el Nelson”, “A Valparaíso”  que dan una amplitud al nuevo repertorio.  También hay un nuevo público.

   Exiliados:  americanos en Europa, que hacen empanadas o chivito o locro en los días patrios y viven las mismas historias. Sólo en la parte sur ha habido y hay dictaduras en Brasil, Uruguay, Bolivia, Paraguay, Chile y Argentina.  Exiliados. En Suecia no entienden el idioma y descubren unos tarros baratos con pasta sabor a carne: los comen con fruición hasta que se enteran de que es comida para perros. En Francia deben acostumbrarse a que en los potes de mostaza haya un menjunje de otro sabor, y a aprender nuevos idiomas.  Tienen además, un cancionero distinto.  Recuerdan con pena y alegría sus canciones de juventud, canciones de futuro y de esperanza.  Ese futuro no llegó, y cantan entonces temas de pasado, de nostalgia… Se va popularizando una canción que sintoniza perfectamente con un estado de ánimo: “y vino el temporal y la llovizna/ con su carga de arena y desperdicio/ por ahí pasó la muerte tantas veces…”.  El gitano Rodríguez actuará en Alemania con sus viejos amigos de Tiempo Nuevo, que incluso instalan un local donde se vende café y se escucha la canción latinoamericana.  Aunque un exiliado no haya escuchado ni hablar de Valparaíso  –sólo en América del Sur ha habido golpes de estado y dictaduras en Brasil, Uruguay, Bolivia, Paraguay, Chile y Argentina- se siente plácido escuchando.  Y la canción es arrolladoramente disfrutada por ese público silencioso.  El gitano recorre distintos lugares y en todos ellos se escucha su vals.  Los chilenos del exterior lo envían –en esas encomiendas que llegan abiertas y registradas- a su parientes de adentro, que lo van conociendo…

   En Chile algo inmoviliza lo popular.  Adviene la guerra de las animitas, porque las autoridades intentan sacarlas y la gente –en el silencio del anonimato- las repone.  Se acaban las jornadas folclóricas en todo Chile, incluida la competencia de festivales como el de Viña.  Años.  Pocos parecen recordar el vals del Gitano.  Tendría que pasar algún tiempo hasta que se hiciera un “Festival de la Canción Solidaria” –organizado por la Iglesia Católica- y ganara un grupo llamado Aquelarre con una versión de “Cautivo de Til Til”.  El premio era la grabación de un LP, y en ese LP decidieron poner una versión de un vals que tanto gustaba a sus amigos de “afuera”… “y vino el temporal y la llovizna/ con su carga de arena y desperdicio/ por áhi pasó la muerte tantas veces”.  Decidieron introducirle una estrofa más –un estribillo que rompiera la monotonía- y en otro ritmo cantaron sobre la “esperanza que un día/ resurgirá en la cubierta/ de un barco, de una goleta/ de un niño antiguo que espera”. 

    En Valparaíso existía sólo una peña en aquel tiempo, la del Chileno Francés.  Cientos de personas iban ahí, y cada cosa que pasaba entre esos muros se replicaba o amplificaba en insólitas veladas o conversaciones.  A esa peña había llegado Tilusa (“el caballero del humor triste”) con un recitado que incluía parte de la canción (“el pescador de jaibas que entristece/ nuesto paisaje de la costanera”) y terminaba con El Pelusita.  Nadie de entre quienes lo vieron olvida a Tilusa,  pero el gran hito recordado es la actuación de Aquelarre, que se produjo en el ochenta con vaivenes  pues muchos llegaron pensando que venía el grupo Aquelarre, de rock argentino, y se desilusionaron al punto de pifiar. Sin embargo,  tras oír “El Cautivo de Til Til” todos pedían otra, otra, otra.  Vino “Defensa de Violeta Parra”.  Los aplausos fueron tantos que uno de los integrantes decidió hablar, hilvanando algo así como “este tema que les ha gustado habla de un país en tormenta y el puerto hundido para arriba; tiene letra de Nicanor Parra y música de un autor que vive en Alemania.  Se llama Osvaldo Rodríguez y a él pertenece nuestra próxima canción: A Valparaíso”.  Y empezaron con “yo no he sabido nunca de su historia/ un día nací aquí sencillamente…”   Estaban inspirados. Les salió tan bien, pero tan excelsamente bien que todos quienes estuvieron ahí quedaron condenados a escuchar ese vals para siempre.  Y contagiaron el entusiasmo a las radios locales. “Dimensión Latinoamericana” continuaría divulgándola diariamente mientras miles de personas la copiaban en cassettes.  Muchos porteños enviaron esas grabaciones a sus parientes exiliados, descubriendo con asombro que ellos no sólo conocían el vals  sino que se enojaban porque lo habían enviado en esos cassettes que acá habían sido regrabados con cualquier cosa encima, Dios mío.

  El camino ya estaba trazado: esa canción había tenido muchas vicisitudes: iba a servir de canción para la tercera película de Aldo Francia, que no se filmó; iba a salir en un disco sobre las peñas en Chile, que no se grabó. Y más.  Pero ahora encontraba su destino.

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