Género

Cómo conseguí el valor para decir “Soy lesbiana”

Tengo la suerte de vivir en un país en el que puedo salir a la calle para dar un paseo de la mano de mi novia sin que a prácticamente nadie le llame la atención, tengo la suerte de decidir con quién me quiero casar y bastantes opciones para elegir cómo y con quién voy […]

Por Ángela Barraza

23/10/2014

Publicado en

Derechos Humanos / Género / Mundo

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Lesbianas

Tengo la suerte de vivir en un país en el que puedo salir a la calle para dar un paseo de la mano de mi novia sin que a prácticamente nadie le llame la atención, tengo la suerte de decidir con quién me quiero casar y bastantes opciones para elegir cómo y con quién voy a tener hijos. Tengo el derecho irrefutable de expresar mi opinión sobre cualquier tema sin temer ser censurada o sin que se tomen represalias contra mí. Sin embargo, hubo una época en la que no me sentía libre para hacer todas estas cosas, no eran las leyes del Estado las que no me permitían casarme con mi novia ni salir con ella de la mano por la calle, era yo. Yo era mi mayor enemiga, mi acosadora, la persona que velaba día y noche para hacer de cada hora, cada minuto y cada segundo un infierno.

Podemos encarcelar a alguien que asesina a otra persona, pero, ¿qué o quién es el culpable de que una persona se suicide? ¿Quién paga las consecuencias? Podemos encarcelar a alguien que secuestra a otra persona, pero, ¿qué pasa si yo me secuestro a mí misma? ¿Qué pasa si no me siento lo bastante guapa como para salir a la calle? ¿Y si ya no me siento lo suficiente mujer como para gustarle a alguien? ¿Y si lloro cada vez que me miro al espejo? Nunca supe que yo también recibiría mi castigo.

Aceptarse a uno mismo no es fácil para nadie, asumir que todos somos diferentes es un reto, un reto que hasta hace bien poco nunca fui capaz de superar. Aceptar que soy lesbiana ha sido la cosa más dura a la que me he tenido que enfrentar, siempre he mostrado un rechazo total hacia las personas homosexuales, cuando me enteraba de que algún conocido era homosexual me empezaba a sentir incómoda con su presencia y evitaba que se tratara el tema a toda costa. A todo esto debemos sumar que el descontento con mi físico era total, las relaciones con hombres siempre acababan en fracaso y culpaba a mi físico por ello.

Un día que estaba demasiado cansada como para seguir lidiando con todo esto, decidí ser una de esas chicas que un día decidieron dejar de comer para siempre. Estaba completamente segura de que todos mis problemas procedían de mi físico, hoy sé que todo estaba en la mente. También pensaba que a partir de ahí todo iría a mejor, que nada podía salir mal, me subía a la báscula varias veces al día y no fallaba, cada vez el número era más pequeño. Mi problema fue no poner un límite, queríaadelgazar tanto como fuera posible hasta desaparecer por completo del mapa, yo sólo quería ser normal, pasar desapercibida. Pero pasar desapercibida fue lo último que conseguí, todos sabían lo que hacía y nadie me lo impedía porque aunque sí que adelgazaba nunca llegué a estar lo suficientemente delgada como para que nadie se alarmara, lo que la gente no sabe es que la delgadez no implica anorexia y que la anorexia no implica delgadez.

Al poco tiempo perdí el norte por completo, mis sentidos quedaron casi anulados, en especial el gusto y el olfato, todo me daba asco y la vista dejó de ver la realidad, decidió buscar la belleza en las imágenes distorsionadas que me transmitía. Mis oídos se volvieron selectivos, sólo escuchaban lo que les interesaba y como nada de lo que me decían les interesaba, me quedé sorda, sólo escuchaba lo que decía mi cabeza y nunca fueron cosas agradables. Automáticamente perdí el interés por todo, abandoné los estudios y dejé de buscar amor en brazos de otras personas porque estaba claro que lo que me faltaba era el amor más importante, el amor propio. Me volví egoísta, ya no me interesaba nadie que no fuera yo, malgasté todas mis fuerzas en odiarme a mí misma y asumí que hiciese lo que hiciese nunca estaría contenta conmigo porque nunca sería suficiente.

Más tarde empezaron los mareos y con ellos los delirios, las noches en vela y los llantos desconsolados. Como consecuencia olvidé la diferencia entre dos palabras, “normal” y “común” y como yo sólo quería ser normal por encima de todas las cosas decidí que no quería ser lesbiana nunca más. Cuando por fin toqué fondo, empecé a recuperar la memoria y recordé que las cosas normales eran las cosas naturales y las cosas comunes son las cosas que abundan. Por último aprendí que para conseguir que todas las mujeres sean libres ante los ojos de todo el mundo primero lo tienen que ser ante los suyos y ya que por mí misma era incapaz de salir adelante lo hice por todas aquellas que quieren besar a su novia en público y no pueden.

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