En Chile, hablar de economía se volvió un ejercicio técnico, casi ritual. Se repiten cifras, tasas, porcentajes del PIB. Pero detrás de esos números hay algo más que contabilidad: una disputa sobre quién diseña el país cuando el Estado se encoge y la política deja de planificar.
En ese vacío, el equipo económico de Marco Enríquez-Ominami ha señalado que ha puesto sobre la mesa un conjunto de propuestas que no buscan prometer milagros, sino recuperar algo esencial: orden y dirección.
Una visión que intenta reconciliar el crecimiento con la justicia y devolver al Estado su papel de arquitecto del desarrollo.
En el centro de esa mirada se encuentra el programa económico 2026–2030, que reintroduce un principio olvidado: el desarrollo no se declama, se diseña.
Una economía con método
A diferencia del discurso político que gira en torno a promesas vagas, ME-O pone en la mesa un articulación país desde una arquitectura institucional que explica con profundidad junto a su think tank..
Una iniciativa clara es la creación de la Oficina Nacional de Inversión y Permisos (ONIP) —un organismo técnico diseñado para coordinar, digitalizar y acelerar los proyectos estratégicos— apunta a resolver una de las paradojas más frustrantes del Chile actual: tener recursos, pero no capacidad de gestión.

El programa de gobierno 2025 de Enriquez-Ominami propone volver a dotar al Estado de músculo operativo y de método. No basta con recaudar o distribuir: hay que saber ejecutar.
Y en ese sentido, la ONIP es una pieza de ingeniería estatal que podría marcar la diferencia entre prometer inversión y lograrla.
La arquitectura soberana del futuro
Todas estas piezas se ordenan dentro de una idea mayor: una arquitectura soberana del futuro.
Una propuesta que entiende el desarrollo como un sistema, no como una suma de políticas dispersas.
Se trata de construir una institucionalidad capaz de planificar, evaluar y coordinar, en vez de improvisar cada cuatro años.
No hay aquí nostalgia del viejo Estado ni fe ciega en el mercado.
Hay algo más ambicioso: un intento por reconciliar autonomía nacional, eficiencia económica y justicia social.
Una manera distinta de decir soberanía, no como consigna, sino como práctica.
La diferencia que no se nombra
En un panorama donde buena parte de la izquierda se refugia en la consigna y la derecha en el cálculo, esta visión introduce otra lógica: la del diseño de país.
Recupera una tradición que se perdió en la política chilena: la de pensar en sistemas, medir impactos y construir políticas que trasciendan la coyuntura.
No se trata de carisma ni de espectáculo.
Se trata de método.
El país que podría ser
Tal vez esa sea la verdadera diferencia.
Mientras el ruido de la contingencia política ocupa titulares, un grupo de economistas y planificadores trabaja en algo que parece anacrónico, pero no lo es: imaginar Chile como proyecto.
Y en tiempos donde la urgencia se devora el futuro, eso suena casi subversivo.
Porque hay una idea que atraviesa todo este esfuerzo:
que la verdad, cuando se estructura y se planifica, puede convertirse en cambio real.
 
						
 
										 
										 
										 
										 
										 
										 
										 
										 
										