El liberalismo económico y el fin de la economía moral

Muchos autores relacionan las causas de la crisis económica actual con el llamado “neoliberalismo”

Por Arturo Ledezma

03/01/2015

Publicado en

Economí­a / Mundo

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El liberalismo económico y el fin de la economía moral

Muchos autores relacionan las causas de la crisis económica actual con el llamado “neoliberalismo”. Pero para entender este concepto hay que hacer referencia a su origen primero, esto es, el liberalismo económico clásico, la base en la que se fundamenta el sistema capitalista. Por ello es pertinente remontarse, ni más ni menos, que al “padre de la criatura”, es decir, a Adam Smith. Su obraInvestigación sobre la naturaleza y causas de las riquezas de las naciones” (1776) es conocida por algunos como la “Biblia de la economía”, ya que en ella se sientan las bases teóricas, aunque el autor no lo pretendiese, del sistema económico capitalista y se inaugura también la Economía como ciencia.

¿En qué contexto escribió su obra Adam Smith? ¿Por qué tuvo la necesidad de escribir lo que escribió? En una época de transformaciones sociales y económicas importantes, que acabarían preparando el terreno para la industrialización, Smith pretendía averiguar las causas del crecimiento económico y sus principales obstáculos, los cuales atribuyó al entramado institucional existente.

Como sostiene Cipolla, un punto clave de la doctrina mercantilista, muy extendida entre los siglos XVI y XVIII en toda Europa, era la convicción de la función propulsora y dirigista de los órganos públicos en el ámbito económico. Uno de sus objetivos era la promoción de una economía equilibrada en la que primase, dada la irregularidad de las cosechas y las deficiencias del transporte, el abastecimiento de bienes de primera necesidad (por lo que su venta estaba regulada y sus precios tasados) y la mejora de los mecanismos de regulación del mercado (política antimonopolio). El Estado fijaba los precios máximos que podían alcanzar los productos esenciales para garantizar la supervivencia de la población, considerada más importante que el lucro o la maximización del beneficio, lo que vino a constituir lo que el historiador E.P. Thompson denominó “economía moral”. Una de las mayores inquietudes de los gobiernos era hacer frente a las carestías, aunque la regulación de la actividad económica no lograba siempre el efecto perseguido y esta sociedad estaba lejos de verse libre de diversos problemas de naturaleza económica y graves crisis de subsistencia.

A medida que las relaciones de mercado se fueron intensificando, esta política fue vista por los primeros economistas como un obstáculo para el crecimiento, como una rémora del pasado con la que había que terminar. Y ése fue precisamente uno de los objetivos teóricos de la obra de Smith: acabar con la intervención del Estado en los asuntos económicos (tendencia que, más tarde, sería utilizada por los economistas liberales y neoliberales para apuntalar sus teorías). En la base de su pensamiento estaba la creencia de que el mercado, libre de regulaciones y restricciones, tiene un funcionamiento perfecto: una especie de “mano invisible” haría que las relaciones entre consumidores y productores, movidos por su propio interés, converjan con el interés general.

Desde esta perspectiva, la función primordial del Estado se transforma radicalmente y consistiría en “velar por el funcionamiento del mercado”, generador, según el liberalismo clásico, del bien común. El Estado también debe facilitar, con las medidas y las inversiones necesarias, el máximo desenvolvimiento de dicho mercado. La puesta en práctica de esta doctrina supuso el fin, no sin traumas para la población, de la “economía moral” y provocó movimientos de protesta en forma de “motines de subsistencia” muy frecuentes en los siglos XVIII y XIX.

La liberalización del mercado del trigo (que significó, en la práctica, que se pudiera especular con él) provocó que la población se lanzara a la calle en los momentos de alza de precios del pan, que asaltara las panaderías municipales y, sobre todo, que reclamase el antiguo papel del Estado y otros organismos de gobierno como garantes de la “economía moral”. Estas revueltas populares no eran más que el rechazo a un mundo nuevo en el que la continuidad de la vida de sus miembros podía verse seriamente comprometida, según los propios protagonistas, por los vaivenes caprichosos de un mercado libre de toda traba.

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Belén Moreno Claverías es doctora en Historia por el European University Institute (Florencia) y profesora de Historia Económica en la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de la Universidad Autónoma de Madrid

via La Marea

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